domingo, 26 de diciembre de 2010

SAN FRANCISCO Y LA NAVIDAD



Uno de los santos que más ha venerado la Navidad, ha sido sin duda San Francisco de Asís. El decía: “Desde el momento en que Cristo nació empezamos a ser salvados”.

La devoción de San Francisco por la fiesta de la Natividad de Cristo le venía, pues, ya desde los comienzos de su conversión, y era tan grande que solía decir: "Si pudiera hablar con el emperador Federico II, le suplicaría que firmase un decreto obligando a todas las autoridades de las ciudades y a los señores de los castillos y villas a hacer que en Navidad todos sus súbditos echaran trigo y otras semillas por los caminos, para que, en un día tan especial, todas las aves tuvieran algo que comer. Y también pediría, por respeto al Hijo de Dios, reclinado por su Madre en un pesebre, entre el asno y el buey, que se obligaran esa noche a dar abundante pienso a nuestros hermanos bueyes y asnos. Por último, rogaría que todos los pobres fuesen saciados por los ricos esa noche".

Una ocasión que el 25 de diciembre cayó en viernes, los hermanos, en su ignorancia, se preguntaban si había que ayunar o no. Entonces fray Morico, uno de los primeros compañeros, se lo planteó a San Francisco y obtuvo esta respuesta: "Cometes un pecado llamando 'día de Venus' (eso significa la palabra viernes) al día en que nos ha nacido el Niño. Ese día hasta las paredes deberían comer carne; y, si no pueden, habría que untarlas por fuera con ella". Su devoción era mayor que por las demás fiestas pues decía que, si bien la salvación la realizó el Señor en otras solemnidades –Semana Santa/Pascua–, ésta ya empezó con su nacimiento.

Sin embargo, lo más conocido de san Francisco con relación al nacimiento del Redentor fue la celebración de la nochebuena que escenificó en una cueva del monte, cerca del castillo de Greccio. Ya que en todo quería seguir las huellas de Cristo, de la manera más concreta posible, al encontrar una gruta cerca de la navidad, sintió un gran deseo de celebrar ahí la misa de Noche Buena, con los elementos que la tradición dice que estuvieron presentes en esa gloriosa noche. Y en la gruta armaron el pesebre, con el asno y el buey.

Mucha gente de los alrededores se dio cita con cirios y antorchas. Cuando Francisco proclama el Evangelio, y menciona al Niño Jesús… se relame los labios de la dulzura que esto le ocasiona. Una persona tuvo una visión, contempló que en el pesebre estaba un niño dormidito… y al acercarse Francisco, despertó lleno de alegría. Y no carece de sentido esta visión, puesto que el niño Jesús, sepultado en el olvido en muchos corazones, resucitó por su gracia, por medio de su siervo Francisco, y su imagen quedó grabada en los corazones enamorados.

Para San Francisco la Navidad también se actualizaba en cada Eucaristía, ya que ahí se hace presente en la hostia consagrada el Hijo de Dios hecho hombre. No esperemos hasta diciembre para celebrar la navidad. Celebrémosla en cada oportunidad que tengamos de asistir a Misa.

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sábado, 25 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD


A la vida de la Iglesia ha vuelto la celebración anual de la Navidad, evangelio de alegría, principio de un mundo nuevo, memoria entrañable de una locura.
El ángel lo anunció así: “No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
Admira la novedad. En esta noche, el Hijo de Dios, que por nosotros ha nacido, estrenó humanidad y necesidad, tiempo y fragilidad, pañales y pobreza, llanto y ternura. La Palabra, por la que todo fue hecho, hoy se hizo carne, que es como si dijésemos que estrenó nacimiento y madre y calor de regazo, pequeñez y debilidad, caminos y fronteras.
Pero no te quedes en la sola novedad de este nacimiento; enciende la luz de la fe y entra con ella en el misterio que celebras. Allí donde leíste que el Hijo de Dios estrenó lo que no era, puedes decir lo consagró, lo santificó, lo bendijo, pues consagración, santificación, bendición son regalo que el cielo ofreció en esta noche a la humanidad, a tu necesidad, a todo tiempo, a cada fragilidad.
Este Hijo que se nos ha dado, el salvador que nos ha nacido, al tomar nuestra condición y hacer que fuese de Dios lo que era sólo del hombre, hizo divino el llanto, puso dicha en la pobreza, y dejó redimido el dolor.
En esta noche, revelado el misterio de la Virgen madre, anulada la fuerza de la antigua maldición, vuelve a ser fecunda la virginidad y santa la maternidad. Hoy la bendición vuelve a empapar la tierra y a cubrir con su sombra la desnudez del hombre. Hoy vuelve a ser sabroso y abundante el pan, y de nuevo se abre para todos el camino que desde la muerte lleva al árbol de la vida.
En esta noche, Dios nace hijo de la tierra, y el hombre amanece hijo del cielo; la tierra estrena divinidad y gloria, belleza y santidad, paz que le viene de lo alto, y pan que el cielo ha preparado para que coman los hambrientos de justicia.
Dichosos los pobres, porque Dios se ha hecho pobre para darles su Reino. Dichosos los pecadores, porque ha nacido para ellos la misericordia, la gracia, el perdón, la justicia, la santificación. Dichosos los justos, pues con este nacimiento les llega la recompensa.
Lo dirás con verdad si lo dices con fe: ¡Feliz Navidad! Esta divina locura de una pobreza dichosa sólo se vive en el país de la fe, allí donde es posible espiar los sueños de Dios, subirse a una fantasía, y plantar un jardín de Edén en el desierto del corazón.
¡Feliz Navidad!

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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viernes, 24 de diciembre de 2010

¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!



En esta Navidad, Jesús quiere nacer en nuestro hogares y convertirlos en Belén...
¡¡¡HAGAMOSLE SITIO!!!
El hombre soñaba con llegar hasta Dios. Ahora se cumple, pero por el camino contrario: no por el camino de Babel, sino de Belén. Es decir, no subiendo, sino bajando. No por el orgullo, sino por la humildad.

Dios y el hombre se encuentran, no a base de que el hombre suba, sino de que Dios baje... Si tú bajas y te vacias,

DIOS SE ACERCA MÁS...

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domingo, 12 de diciembre de 2010

III DOMINGO DEL TIEMPO DE ADVIENTO - CICLO A



El Señor está cerca:

La invitación apostólica nos llega motivada con palabras de revelación: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca”.
La Iglesia presiente cercana la fiesta del nacimiento de Cristo, fiesta de gozo y salvación; el pueblo de Dios la espera con fe y pide la gracia de llegar a celebrarla con alegría desbordante.
“El Señor está cerca”, tan cerca como la fiesta de Navidad, parece decir la liturgia; más cerca que la Navidad, te sugiere el corazón.
“El Señor está cerca”, tan dentro de ti como su ausencia:
“¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido”.
El Señor está tan dentro de ti como tu deseo de encontrarte con él, tan dentro de ti como pueda estarlo tu tristeza y la esperanza de que su alegría te encuentre; tan tuyo como tu agitación y tu necesidad de oír pronunciadas sobre ella palabras de paz.
“El Señor está cerca”, tan cerca como la redención que ya has recibido, como el perdón que ya se te ha dado, como la gracia con que ya te han visitado. El Señor está cerca de ti como el bien con que has sido bendecido, como la santidad para la que has sido elegido.
“El Señor está cerca”, tan cerca de ti como lo está su palabra que escuchas, su cuerpo que comulgas, sus pobres a quienes acudes.
“El Señor está cerca”: presencia del amado en el corazón de la esposa, presencia del Amor en la memoria de la Iglesia.
En todo has puesto tú su nombre: en el desierto y el yermo, en el páramo y la estepa, en el Líbano y en el Carmelo. Y en todo ha dejado él la huella de su paso:
Mil gracias derramando
pasó por estos sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura,
vestidos los dejó de su hermosura”.
“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca”.


Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger



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domingo, 28 de noviembre de 2010

Somos el pueblo de la esperanza:




Vuelve el adviento, tiempo de ausencias y esperanzas.
Según el diccionario, ausente se dice del que está separado de alguna persona o lugar. Para el corazón, ausente está aquel a quien se espera, y tanto mayor será el mal de ausencia, cuanto sea mayor el ansia de abrazar al que esperamos.

Adviento es tiempo de ausencias para el corazón creyente.
Considera lo que anhelas: “El monte de la casa del Señor”, “la palabra del Señor”, “su ley”, su justicia, su paz, “su luz”.
Confía a la oración lo que deseas: “Muéstrame el camino… enséñame a cumplir tu voluntad… guíame por la senda justa… inclina mi corazón a tus preceptos”, “dame vida según tu promesa”.
Aunque no hayas pronunciado su nombre, aunque no lo hubieses nunca conocido, tú corazón y tu oración están clamando por Cristo Jesús: Él es el Camino y la Verdad y la Vida, él es el Maestro, él es la Palabra, él es la Luz del mundo, él es el Amor que hace ley en el Reino de Dios. Él es la casa del Señor, en él están los tribunales de justicia, los palacios de la misericordia y la redención.
En verdad, “ya están pisando nuestros pies” los umbrales de la ciudad santa, de la nueva Jerusalén, pues ya estamos en Cristo por gracia, ya somos de Cristo por la fe y los sacramentos, ya poseemos las arras de la futura gloria, ya somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que seremos. Por eso esperamos que se manifieste, esperamos ver a quien nos ama, a quien amamos, anhelamos su venida, pues sabemos que, al verle tal cual es, llegaremos a ser semejantes a él.
Somos el pueblo de la esperanza, vivimos siempre en adviento. La esperanza pone en vela el corazón, en vela la oración, en vela el deseo, en vela todo nuestro ser. Por eso vamos ya con alegría a la casa del Señor, aunque la alegría de hoy nazca sólo de la esperanza cierta de que un día entraremos con Cristo en Dios.

Ven, Señor Jesús: te esperamos en nuestra eucaristía, te esperamos en la celebración solemne de tu Natividad, preparamos tu venida gloriosa al fin de los tiempos.
Ven, Señor.
Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo de Tánger
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domingo, 21 de noviembre de 2010

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO



¡Qué alegría cuando me dijeron: «El Rey»!


La de este domingo, el último del Año Litúrgico, es una fiesta reservada a pecadores redimidos, a esclavos liberados, a ciegos iluminados, a leprosos que han sido curados, a muertos que han resucitado. Sólo quienes hayan experimentado la dicha de la redención, de la liberación, de la luz, de la curación, de la resurrección, podrán aclamar con todo el ser a quien es para ellos la salvación, a su Rey.

La de hoy es una fiesta reservada a los pequeños, a los humildes, a aquellos a quienes nada les ha quedado en herencia si no es Dios, sus promesas y su fidelidad.

No te escandalices si de tu fiesta no participan los poderosos, los que a sí mismos se salvan, los que no necesitan que los visite la misericordia ni la bondad. Poder y orgullo los ciegan, y no verán al Cordero degollado, al Hijo de Dios que se les ha dado, a Jesús de Nazaret humillado en la carne, exaltado en la cruz. Poder y orgullo los ciegan para que no vean a su Rey.

Es ésta una fiesta para hijos de Dios, a quienes mueve el Espíritu de Dios, pues en ella, armonizados los contrarios, contemplan al “Cordero degollado” y lo aclaman “digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor”; recuerdan el dominio de las tinieblas que padecían, y dan “gracias a Dios, que los ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz”; sufren crucificados con Cristo y guardan en el corazón esperanzas de paraíso.

El salmo de las tribus que subían a la casa del Señor en Jerusalén es hoy nuestro canto, el de los redimidos que celebran a su Rey.

“¡Qué alegría cuando me dijeron”: «Vamos a la casa de la reconciliación, vamos a la gracia del perdón, vamos a la morada de toda plenitud, vamos a Cristo Jesús»! ¡«Vamos al “reino de la verdad y la vida”, vamos al reino “de la santidad y la gracia”, vamos al reino “de la justicia, el amor y la paz”, vamos al reino que Cristo Jesús ha entregado a la majestad infinita de Dios, su Padre»! ¡«Vamos a escuchar con la Iglesia la palabra de Dios, vamos a recibir en la Iglesia la visita del Hijo de Dios»!

Nuestros pies ya están pisando los umbrales de la dicha que esperamos, de la nueva Jerusalén que es nuestra madre.

“¡Qué alegría cuando”, desde lo alto de su trono, el Rey nos reveló: «Hoy, conmigo, estarás entre los pobres; hoy, conmigo, estarás también junto a Dios»; “hoy estarás conmigo en el paraíso”!

“¡Qué alegría cuando la palabra de Dios y su Espíritu, la fe, la gracia y la Iglesia me dijeron”: «El Rey»!

Fiesta es ésta para pobres, alegría para pequeños, bendición para hijos de la redención.
Feliz domingo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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domingo, 14 de noviembre de 2010

XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – CICLO C


Apariencias y verdad:

Me pregunto qué relación podría haber entre profecía y evangelio proclamados en la liturgia de este domingo. Algo me dice que allí se habla de apariencias y de verdad.
Profecía y evangelio nos recuerdan que las apariencias engañan, pues “llamamos felices a los arrogantes, que aun haciendo el mal prosperan, y aun tentando a Dios escapan libres”; y ponderamos “la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos”.
Pero también nos recuerdan que tiempo y gracia harán justicia, ¡que Dios hará justicia!, y que a la luz saldrá la verdad de prosperidades y bellezas: “Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir, y no quedará de ellos ni rama ni raíz”. Dios hará justicia también de lo sagrado y de sus piedras: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”.
No tendría futuro la apariencia si no se revistiese de verdad, y es en esa verdad, que atrae y que cautiva, donde se esconde el aguijón del engaño que envenena: La prosperidad del malvado, el banquete del epulón, la cosecha del insensato, el poder del Sanedrín, la autoridad de Pilato, la gloria del emperador, son “apetecibles a la vista, excelentes para lograr sabiduría y buenos para comer”. Sólo tiempo y gracia harán justicia, y sacarán a la luz lo que ocultaba el engaño: serán “paja quemada”.
A su vez, hambre y heridas de Lázaro, sufrimiento de los empobrecidos, humillación del justo, son hambre y heridas, sufrimiento y humillación verdaderos, que por serlo, atraen a quienes los padecen hacia el espejismo de la prosperidad injusta y la felicidad perversa. Por eso, también a los siervos de Dios los ha de buscar la verdad y consolar la justicia: “Ellos serán para mí, dice el Señor, propiedad personal; y yo seré indulgente con ellos como es indulgente un padre con el hijo que le sirve”… ¡Los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas!”
La verdad busca la noche de este Calvario en el que un puñado de cínicos se divierte, y una multitud de curiosos mira indiferente, mientras a las tres cruces de la vieja estampa son clavados a miles cada día los hijos del hombre, los condenados a muerte por hambre, por guerras, por violaciones, por explotación sexual, por explotación laboral, por éxodos sin caminos, por fronteras sin humanidad, por una justicia de ricos pensada para reprimir a los pobres.
La verdad busca iluminar con su luz la cruz del hombre.
Hoy, a ti que crees, te busca la palabra de Dios que escuchas: “¡Los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas!” Hoy te busca el Cuerpo de Cristo que recibes, “Sol” que amanece sobre tu vida como prenda segura de gloria en la justicia.
“Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá”. Te lo dice tu Señor, experto de cruces y de vida. Te lo dice la verdad. Te lo dice el que te busca porque te ama.
Feliz domingo.

Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

lunes, 1 de noviembre de 2010

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS



Vemos en esperanza nuestra gloria:

Lo escribió Juan, el vidente de Patmos; lo escribió para una Iglesia sumida en la oscuridad de la prueba, verdadera noche sobrevenida a los fieles ante la demora en el retorno del Señor y la experiencia amarga de la persecución sufrida y de la muerte. Los ojos del vidente fueron para aquella Iglesia testigos del futuro: “Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar… vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”.
Él vio con los ojos para que nosotros viéramos con la fe. La de hoy es una fiesta para la contemplación, para “ver” la obra de Dios en los hombres, la muchedumbre inmensa de los redimidos, la gloria del cielo.
Hoy, a la luz de la fe, contemplamos el futuro de la Iglesia: la bienaventuranza de los Santos es la nuestra en esperanza.
Hoy la voz de la Iglesia que aún peregrina en la tierra se une en un solo cántico de alabanza a la voz de la Iglesia que ya goza de Dios en el cielo: “¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!” De Dios y del Cordero son la gracia y la misericordia, la justicia y la santidad, la paz, la dicha y la gloria.
Ya sabes de dónde viene la luz que hace blancos los vestidos. Pero, ¿quiénes son ésos que has visto iluminados por la salvación? “Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero”.
Estos son los que vienen de la noche en la que tú peregrinas; estos fueron Iglesia de los caminos antes de ser Iglesia del cielo; estos fueron y son hijos de la noche e hijos de Dios, pobres a los que Dios regala su Reino, pequeños a los que Dios consuela, pecadores a los que Dios perdona, leprosos a los que Dios limpia, hambrientos saciados de justicia y de misericordia, operadores de paz reconocidos como nacidos de Dios.
Para esta Iglesia que conoce de cerca la noche de su pasión, la impotencia frente a la injusticia, el grito de los pobres, la fatiga de buscar un pan que llevar a la mesa del hambriento; para esta Iglesia que da la vida por poner dignidad, humanidad, respeto y justicia en la vida de los humillados; para ella son las palabras de su Señor, del que es su salvación: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.
A él, a Cristo, han ido los hoy contemplas como multitud en la gloria del cielo. A él, a Cristo, vamos en la eucaristía los que hoy celebramos la salvación que en Cristo se nos ha dado. A él vamos, en él descansamos, para volver a llevar pan a las mesas y dignidad a las vidas.
Feliz día de Todos los Santos, Iglesia peregrina. Feliz contemplación de lo que tu Señor prepara para ti, para tus pobres. Feliz encuentro con Cristo, feliz descanso en Cristo.

Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger
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domingo, 31 de octubre de 2010

XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C



Creemos, esperamos, clamamos:

Cuando el amor deja de ser misterio para hacerse evidencia, en realidad deja de ser amor.
Si la humilde confesión de fe -“Señor, el mundo ante ti es como un grano de arena… Te compadeces de todos… amas a todos… a todos perdonas”- es suplantada en el corazón del hombre por la suficiencia de la información sobre Dios –Dios tiene misericordia, Dios perdona, Dios lleva a la vida eterna-, la evidencia anula la esperanza y queda sin resortes el deseo: Zaqueo no se subirá a su higuera, pues nada queda ya que ver, y en los labios informados se apagará la oración, pues nada queda ya que pedir.
Quien ignora la libertad de Dios para amar, se protege con ello de un amor en el que no se atreve a creer ni sabe confiar.
Pero nosotros creemos, por eso clamamos. Porque creemos, la esperanza inunda el cielo con palabras de oración: “No me abandones, Señor, Dios mío; no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación”. Porque creemos, “corremos más adelante”, a la asamblea litúrgica, a la celebración eucarística, para salir al encuentro de la salvación que anhelamos. Porque creemos, subimos a la casa del Señor, porque queremos “ver a Jesús”.
Porque creemos, esperamos; porque esperamos, clamamos. Clama el que ora, clama el que corre, clama el que sube: “No me abandones, Señor, Dios mío”.
Hoy eres tú, comunidad de fe y esperanza, la que escuchas, dichas para ti, las palabras del evangelio: “Baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Tú le has dicho a tu Señor: “No te quedes lejos”; y él, al llegar junto a ti, te dice: “hoy tengo que alojarme en tu casa”.
Y lo recibirás, asombrada y contenta de que se haya fijado en tu pequeñez. Harás fiesta, porque el amor de Dios te ha rodeado, porque la salvación ha entrado en tu casa. Y repartirás con los pobres todos esos bienes que ya no necesitas para engañar tu soledad.
Ahora, con Zaqueo el publicano, con el salmista, con la divina Sabiduría, también tú puedes renovar confesión y aclamación: “Señor, el mundo ante ti es como un grano de arena… Te compadeces de todos… amas a todos… a todos perdonas”. “Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey”.
Feliz domingo.

Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger
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domingo, 17 de octubre de 2010

XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C






Oramos para amar:
Cuando los discípulos piden a Jesús que les enseñe a orar, él enseña palabras esenciales para dirigirse al Padre del cielo: “Padre nuestro, santificado sea tu nombre…”. Entonces no era necesario insistir en la perseverancia de los discípulos en la oración, pues el Padre es siempre nuestro Padre del cielo, su nombre ha de ser siempre santificado, la venida de su reino ha de ser siempre deseada, lo mismo que siempre deseamos ver cumplida su santa voluntad. ¡Mientras permanecemos en la fe, perseveramos en la oración!
Cuando en el evangelio leemos aquellas palabras de Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”, tampoco allí vemos ocasión para hablar de “perseverancia en la oración”, pues toda exclamación agradecida, también la de Jesús, tiene su tiempo, como lo tienen la alegría de la fiesta, el asombro ante algo que nos sorprende, el entusiasmo nacido de la admiración. Admiración, sorpresa y fiesta son realidades enmarcadas en tiempos cuya naturaleza no pide la perseverancia o la permanencia, sino sólo la repetición, posiblemente periódica y frecuente.
Pero ahora, para Jesús, Jerusalén está cerca, y para sus discípulos está muy cerca el escándalo de la cruz, están muy cerca la huida y el miedo y la tristeza. Ahora el adversario se ha hecho fuerte, la comunidad está amenazada en su misma existencia, se ha hecho de casa la lucha. Ahora las manos del orante son de piedra y es tarea penosa mantener en alto los brazos. Ahora es tiempo de urgir la perseverancia en la oración.
Ahora llegan los días en que el novio les será arrebatado y habrán de caminar en el misterio, iluminados por la oscuridad de la fe, odiados por los suyos, entregados a la muerte como enemigos de aquellos a quienes aman. En verdad, ha llegado la hora de urgir la perseverancia en la oración.
Las fronteras se han hecho barreras para los pobres, el mar se cierra como losa de tumba sobre sus vidas, el desierto devora como pan a los hijos de Dios. Ahora que los muertos de la familia de Dios son muertos de nadie, ahora que los náufragos del aborto, del hambre, de la sed, del consumo de droga, del consumo de alcohol, de la explotación sexual, de la explotación laboral, de la trata de personas, son apenas un cuerpo olvidado a la puerta de nuestros banquetes; ahora que sus llagas y su dolor nos dejan indiferentes como si no fueran, ¡ahora es tiempo de perseverancia en la oración!
Oramos para ver, para sentir, para compartir, para luchar, para tener en alto las manos de ayudar… ¡Oramos para amar!
Feliz domingo.

Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger


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martes, 12 de octubre de 2010

Las consagradas muestran lo que es la Iglesia, bella y pura, dice el Papa



Tras la catequesis de las dos últimas semanas sobre Hildegarda de Bingen, el Papa Benedicto XVI quiso proponer, en la catequesis durante la audiencia general de hoy, el ejemplo de otra mujer de la Edad Media, santa Clara de Asís.
“Su testimonio nos muestra cómo toda la Iglesia es deudora a mujeres valientes y ricas de fe como ella, capaces de dar un decisivo impulso para la renovación de la Iglesia”, subrayó el Papa, destacando también que “en los siglos medievales, el papel de las mujeres no era secundario, sino considerable”.
Esta santa, “una de las más amadas”, fue contemporánea de san Francisco de Asís, a quien le unió una fuerte amistad y una común experiencia de fe.
“Son los santos los que cambian el mundo a mejor, lo transforman de forma duradera, inyectándole las energías que sólo el amor inspirado por el Evangelio puede suscitar. ¡Los santos son los grandes benefactores de la humanidad!”, afirmó el Papa.
Clara, enfrentándose a su familia, se unió a los frailes menores de san Francisco y pronunció los votos de su consagración en 1211. Tras ello, vivió hasta su muerte, con un grupo de seguidoras, en el convento de clausura de san Damián.
“Como Clara y sus compañeras, innumerables mujeres en el transcurso de la historia han sido fascinadas por el amor por Cristo que, en la belleza de su Divina Persona, llena sus corazones. Y la Iglesia entera, por medio de la vocación nupcial mística de las vírgenes consagradas, muestra lo que será para siempre: la Esposa bella y pura de Cristo”, afirmó el Papa.
De hecho, la santa fue la “pobre y humilde virgen esposa de Cristo”, afirmó Benedicto XVI, recogiendo algunas de las frases amorosas de la santa a Cristo, en una de las cuatro cartas que envió a santa Inés de Praga.
Otro de los rasgos de la santa, explicó el Papa, fue su amistad con san Francisco: “La amistad es uno de los sentimientos humanos nobles y elevados que la Gracia divina purifica y transfigura”, afirmó, recordando el ejemplo de otros santos.
El tercer aspecto que Benedicto XVI puso de relieve fue la radicalidad de la pobreza asociada a la confianza total en la Providencia divina de Clara de Asís.
De hecho, ésta obtuvo del papa el llamado Privilegium Paupertatis, que les permitía, cosa novedosa en aquella época, no poseer ninguna propiedad material.
“Se trataba de una excepción verdaderamente extraordinaria respecto al derecho canónico vigente y las autoridades eclesiásticas de aquel tiempo lo concedieron apreciando los frutos de santidad evangélica que reconocían en la forma de vivir de Clara y de sus hermanas”, explicó.
En el convento de san Damián Clara “practicó de modo heroico las virtudes que deberían distinguir a cada cristiano: la humildad, el espíritu de piedad y de penitencia, la caridad”, sometiéndose “a tareas humildísimas”.
“Su fe en la presencia real de la Eucaristía era tan grande que en dos ocasiones se comprobó un hecho prodigioso. Solo con la ostensión del Santísimo Sacramento, alejó a los soldados mercenarios sarracenos, que estaban a punto de agredir el convento de san Damián y de devastar la ciudad de Asís”, destacó el Papa.
El Papa concluyó afirmando que las clarisas “llevan a cabo un precioso papel en la Iglesia con su oración y con su obra”.

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domingo, 3 de octubre de 2010

XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C



La fuerza de la fe:

El profeta escribió: “El injusto tiene el alma hinchada; pero el justo vivirá por su fe”. Y Jesús dijo a los apóstoles: “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: «Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería”. Y nosotros oramos diciendo: “Escucharemos tu voz, Señor”.
Puede que el lenguaje del profeta, el de Jesús, el de tu misma oración, te parezca propio de un tiempo pasado y de una ignorancia en vías de extinción. Puede que me digas: _Contamos los parados a millones, ¡y tú nos hablas de fe! Contamos por millares a decenas los que mueren de hambre cada día, ¡y tú nos hablas de escuchar la voz del Señor! Hemos perdido la cuenta de las víctimas de la explotación laboral, de la explotación sexual, del tráfico de personas, ¡y tú nos hablas de arrancar moreras y plantarlas en el mar!
Pues sí, por los parados a millones, por los muertos de hambre, por los esclavos de todas las latitudes, precisamente por ellos quiero hablarte de Dios, de su voz y de tu fe.
Muchos pensaron que el dinero -sacralizado, adorado y concentrado-, sería el garante de un progreso ilimitado para la humanidad. Lo pensaron y se equivocaron. Prometieron a los pobres un paraíso, les vendieron un mundo en el que “ningún hombre, mujer o niño se acostaría con hambre”, no sabría decir si pretendieron engañarles, pero sé de cierto que se equivocaron en su previsiones.
Parados, hambrientos y esclavos no son hijos de la tierra o de la fatalidad, sino hechura de un dios llamado dinero. Parados, hambrientos y esclavos son en realidad las víctimas que el dinero necesita para mantenerse erguido en su pedestal.
El dinero endiosado miente, esclaviza y mata.
No así Dios: Su Verbo se hizo carne solidaria de nuestra carne, se hizo hombre solidario de nuestra humillación. El Hijo de Dios se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza. El Señor de los cielos se hizo siervo de todos, para enseñarnos el camino que lleva a la verdadera grandeza. La Palabra se arrodilló a los pies de los pobres, para curar enfermedades, iluminar oscuridades, expulsar demonios, abrir sepulcros, perdonar pecados, revelar el evangelio del amor y proclamar un jubileo de gracia y misericordia. La Palabra ‘se desendiosó’ –san Pablo diría: “no hizo alarde de su categoría de Dios”-, y, de ese modo, empobrecida, anonadada, solidaria y compasiva, se hizo camino, verdad, vida para todos.
No sé si un día iremos, también como creyentes, a una huelga para defender los derechos de los pobres; pero sé que hoy, en nuestra celebración, vamos a una comunión real con Cristo y con los pobres de la tierra. Comulgaremos con Cristo escuchando y comiendo. Y la comunión hará de cada uno de nosotros un cristo solidario con los demás, un pobre capaz de enriquecer a muchos, un pequeño que ha conocido por gracia el camino de la dicha. Hoy, escuchando y comiendo, comulgaremos una Palabra que se abaja hasta nosotros, que se pronuncia entre nosotros, que se nos entrega, para que, acogiéndola en la fe, vayamos como ella al encuentro de los excluidos, nos hagamos como ella siervos de los desechados al borde del camino, seamos como ella pan para los hambrientos de la tierra.
Feliz domingo.
Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger


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domingo, 26 de septiembre de 2010

El hombre, apuesta de Dios:




En tu Iglesia, Señor, entre tus fieles, aprendí a pronunciar tu nombre, a guardar en el corazón memoria de tus obras, a proclamar tu misericordia y tu lealtad, a ofrecer sobre tu altar sacrificios de alabanza, a extender mi súplica delante de tus ojos.
La Iglesia me guió con amor de madre para que fuese recta mi fe, cierta la esperanza, activa y despierta la caridad.
Tu Iglesia, Señor, me enseñó a confiar en ti, a moderar en tu regazo los deseos, a aquietar entre tus brazos los temores.
De ella aprendí también tu amor al hombre, tu confianza en el hombre. Se lo oí narrado en noches de Pascua, en horas de catequesis, en tiempos de lectura divina: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra… Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó”. Se lo oí narrado en noches de Navidad, en días de epifanía de la divinidad: “El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros”.
Creaste con amor labios que podían negarte, corazones que podían odiarte, manos que podían crucificarte; redimiste con amor labios, corazones y manos; y te entregaste por amor, humilde y frágil como un niño, al puñal de nuestros labios, al odio de los corazones, a la violencia de nuestras manos.
Creaste con amor; redimiste por amor. Crear y redimir fue locura de tu amor, y el hombre que vive, Señor, porque lo has creado y redimido, da testimonio de que has ganado tu apuesta.

P. D.: “Pienso que son muchos los que reprochan a Cristo haber confiado en el hombre” (del libro de E. De Lubac, El drama del humanismo ateo).

Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo de Táger


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XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C



Varemos la patera en la justicia

Más que una patera era un calvario, con treinta y siete misterios de dolor evitable.
Fueron noticia de páginas interiores: tres muertos, treinta y cuatro supervivientes.
En un mundo ávido de distracción sin preocupación, importan muy poco, puede que nada, unos inmigrantes muertos en la ruta que va del África empobrecida a una Europa imaginada y seductora.
Perdidos en la frontera de nuestros banquetes sin corazón, a la deriva durante una eternidad, olvidados en una soledad sin confines, prisioneros del agua y de la sed, tres jóvenes africanos encontraron en aquel infierno el alivio de la muerte, y treinta y cuatro volvieron a nacer cuando fueron rescatados.
“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico”. Había –dice Jesús- un rico sin nombre, y un mendigo que Dios conocía por el nombre de Lázaro.
¡Nombres! Necesitamos llamar por su nombre a los que murieron en aquella patera y, si ello fuere posible, devolverles con el nombre la dignidad de una historia personal soslayada a nuestra conciencia con el anonimato de los números: Blaise, Peter, Freddy.
Mientras los muertos sean enterrados en un adjetivo numeral, no sentiremos la necesidad ni la urgencia de comprometer la vida en la lucha contra la muerte.
Aquella mísera patera, en la que agonizaron y murieron Blaise, Peter y Freddy, es alegoría hiriente de aquella otra, grande como un hemisferio, en la que, a millones, agonizan y mueren cada día los lázaros de nuestro portal: nombres y nombres y nombres, historias, pasiones y angustias, que nosotros reducimos a números cardinales, a guarismos fríamente ajenos a la vida e indiferentes al sufrimiento, y que para Dios y para la fe se llaman siempre Jesús.
En el día de la verdad, no nos juzgará nuestro Dios por haber cuestionado su existencia o haber ignorado sus derechos de Creador y Señor; “iremos al destierro”, al lugar de los malditos, por haber cerrado los ojos para no ver al necesitado, por haber retirado la mano que había de dar pan al hambriento, por haber renunciado a romper cadenas de los esclavizados y oprimidos; en aquel día “encabezaremos la cuerda de cautivos” quienes hemos colaborado en hacer de la tierra una inmensa patera.
La palabra de Dios nos urge, la comunión con Cristo nos apremia: varemos en las playas de la justicia y la solidaridad tanto misterio de dolor evitable.
Feliz domingo.

Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger



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miércoles, 11 de agosto de 2010

SANTA CLARA DE ASÍS



Clara significa: "vida transparente"

"El amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre" -Santa Clara.

De sus cartas: Atiende a la pobreza, la humildad y la caridad de Cristo

Clara nació en Asís, Italia, en 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero rico y poderoso. Su madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal, era una mujer muy cristiana, de ardiente piedad y de gran celo por el Señor.

Desde sus primeros años Clara se vio dotada de innumerables virtudes y aunque su ambiente familiar pedía otra cosa de ella, siempre desde pequeña fue asidua a la oración y mortificación. Siempre mostró gran desagrado por las cosas del mundo y gran amor y deseo por crecer cada día en su vida espiritual.

Ya en ese entonces se oía de los Hermanos Menores, como se les llamaba a los seguidores de San Francisco. Clara sentía gran compasión y gran amor por ellos, aunque tenía prohibido verles y hablarles. Ella cuidaba de ellos y les proveía enviando a una de las criadas. Le llamaba mucho la atención como los frailes gastaban su tiempo y sus energías cuidando a los leprosos. Todo lo que ellos eran y hacían le llamaba mucho la atención y se sentía unida de corazón a ellos y a su visión.

Su llamada y su encuentro con San Francisco. Cofundadora de la orden

La conversión de Clara hacia la vida de plena santidad se efectuó al oír un sermón de San Francisco de Asís. En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco predicó en la catedral de Asís los sermones de cuaresma e insistió en que para tener plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales. Al oír las palabras: "este es el tiempo favorable... es el momento... ha llegado el tiempo de dirigirme hacia El que me habla al corazón desde hace tiempo... es el tiempo de optar, de escoger..", sintió una gran confirmación de todo lo que venía experimentando en su interior.

Durante todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras que habían calado lo más profundo de su corazón. Tomó esa misma noche la decisión de comunicárselo a Francisco y de no dejar que ningún obstáculo la detuviera en responder al llamado del Señor, depositando en El toda su fuerza y entereza.

Cuando su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad y la codicia que movía a los hombres a la guerra comprendió que esta forma de vida eran como la espada afilada que un día traspasó el corazón de Jesús. No quiso tener nada que ver con eso, no quiso otro señor mas que el que dio la vida por todos, aquel que se entrega pobremente en la Eucaristía para alimentarnos diariamente. El que en la oscuridad es la Luz y que todo lo cambia y todo lo puede, aquel que es puro Amor. Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una manera total y radical.

Clara sabía que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y sobre todo de entregar su vida a la visión revelada a Francisco, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues el solo hecho de la presencia de los Hermanos Menores en Asís estaba ya cuestionando la tradicional forma de vida y las costumbres que mantenían intocables los estratos sociales y sus privilegios. A los pobres les daba una esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos comprendían que el Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a la luz del día. Para Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal entendida.

Santa Clara se fuga de su casa el 18 de Marzo de 1212, un Domingo de Ramos, empezando así la gran aventura de su vocación. Se sobrepuso a los obstáculos y al miedo para darle una respuesta concreta al llamado que el Señor había puesto en su corazón. Llega a la humilde Capilla de la Porciúncula donde la esperaban Francisco y los demás Hermanos Menores y se consagra al Señor por manos de Francisco.

Empiezan las renuncias

De rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas y comodidades del mundo y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y penitencia. El santo, como primer paso, tomó unas tijeras y le cortó su larga y hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza un sencillo manto, y la envió a donde unas religiosas que vivían por allí cerca, a que se fuera preparando para ser una santa religiosa.

Para Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y esta pobreza se convierte en obediencia, en servicio y en deseos de darse sin límites a los demás.

Días más tardes fue trasladada temporalmente, por seguridad, a las monjas Benedictinas, ya que su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso en su búsqueda con la determinación de llevársela de vuelta al palacio. Pero la firme convicción de Clara, a pesar de sus cortos años de edad, obligan finalmente al Caballero Offeduccio a dejarla. Días más tardes, San Francisco, preocupado por su seguridad dispone trasladarla a otro monasterio de Benedictinas situado en San Angelo. Allí la sigue su hermana Inés, quien fue una de las mayores colaboradoras en la expansión de la Orden y la hija (si se puede decir así) predilecta de Santa Clara. Le sigue también su prima Pacífica.

San Francisco les reconstruye la capilla de San Damián, lugar donde el Señor había hablado a su corazón diciéndole, "Reconstruye mi Iglesia". Esas palabras del Señor habían llegado a lo más profundo de su ser y lo llevó al más grande anonadamiento y abandono en el Señor. Gracias a esa respuesta de amor, de su gran "Si" al Señor, había dado vida a una gran obra, que hoy vemos y conocemos como la Comunidad Franciscana, de la cual Santa Clara se inspiraría y formaría parte crucial, siendo cofundadora con San Francisco en la Orden de las Clarisas.

Cuando se trasladan las primeras Clarisas a San Damián, San Francisco pone al frente de la comunidad, como guía de Las Damas Pobres a Santa Clara. Al principio le costó aceptarlo pues por su gran humildad deseaba ser la última y ser la servidora, esclava de las esclavas del Señor. Pero acepta y con verdadero temor asume la carga que se le impone, entiende que es el medio de renunciar a su libertad y ser verdaderamente esclava. Así se convierte en la madre amorosa de sus hijas espirituales, siendo fiel custodia y prodigiosa sanadora de las enfermas.

Desde que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser ejemplo vivo de la visión que trasmitía, pidiendo siempre a sus hijas que todo lo que el Señor había revelado para la Orden se viviera en plenitud.

Siempre atenta a la necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura y su atención de Madre, son recuerdos que aún después de tanto tiempo prevalecen y son el tesoro mas rico de las que hoy son sus hijas, Las Clarisas Pobres.

Sta. Clara acostumbraba tomar los trabajos mas difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una. Pendiente de los detalles más pequeños y siendo testimonio de ese corazón de madre y de esa verdadera respuesta al llamado y responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos.

Por el testimonio de las misma hermanas que convivieron con ella se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus hijas y a las que eran mas delicadas les cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba suficiente su cuerpo.

Cuando hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de las hermanas lucía más viejo ella lo cambiaba dándole el de ella. Su vida entera fue una completa dádiva de amor al servicio y a la mortificación. Su gran amor al Señor es un ejemplo que debe calar nuestros corazones, su gran firmeza y decisión por cumplir verdaderamente la voluntad de Dios para ella.

Tenía gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo era algo muy evidente y es, precisamente esto, lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor ejemplo que dio a sus hijas.

La humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de las mas grandes pruebas de su humildad fue su forma de vida en el convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y su corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no la utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección. Se exigía mas de lo que pedía a sus hermanas.

Hacía los trabajos mas costosos y daba amor y protección a cada una de sus hijas. Buscaba como lavarle los pies a las que llegaban cansadas de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas y no había trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema humildad.

"En una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las hermanas, quiso besarlos. La hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie de la hermana y lo besó."

Con su gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer nada mas que al Señor. Y esto lo exigía a todas sus hijas. Para ella la Santa Pobreza era la reina de la casa. Rechazó toda posesión y renta, y su mayor anhelo era alcanzar de los Papas el privilegio de la pobreza, que por fin fue otorgado por el Papa Inocencio III.

Para Santa Clara la pobreza era el camino en donde uno podía alcanzar mas perfectamente esa unión con Cristo. Este amor por la pobreza nacía de la visión de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del mundo, nacido en el pesebre. Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada ni exigió nada terrenal para si y cuya única posesión era vivir la voluntad del Padre. La pobreza alcanzada en el pesebre y llevada a su cúlmen en la Cruz. Cristo pobre cuyo único deseo fue obedecer y amar.

La vida de Sta. Clara fue una constante lucha por despegarse de todo aquello que la apartaba del Amor y todo lo que le limitara su corazón de tener como único y gran amor al Señor y el deseo por la salvación de las almas.

La pobreza la conducía a un verdadero abandono en la Providencia de Dios. Ella, al igual que San Francisco, veía en la pobreza ese deseo de imitación total a Jesucristo. No como una gran exigencia opresiva sino como la manera y forma de vida que el Señor les pedía y la manera de mejor proyectar al mundo la verdadera imagen de Cristo y Su Evangelio.

Siguiendo las enseñanzas y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara que sus conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas veces le ofrecieran regalos de bienes para asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice que le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: "Santo padre: le suplico que me absuelva y me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue Jesucristo". A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: "Mi Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros".

Mortificación de su cuerpo

Si hay algo que sobresale en la vida de Santa Clara es su gran mortificación. Utilizaba debajo de su túnica, como prenda íntima, un áspero trozo de cuero de cerdo o de caballo. Su lecho era una cama compuesta de sarmientos cubiertos con paja, la que se vio obligada a cambiar por obediencia a Francisco, debido a su enfermedad.

Los ayunos. Siempre vivió una vida austera y comía tan poco que sorprendía hasta a sus propias hermanas. No se explicaban como podía sostener su cuerpo. Durante el tiempo de cuaresma, pasaba días sin probar bocado y los demás días los pasaba a pan y agua. Era exigente con ella misma y todo lo hacía llena de amor, regocijo y de una entrega total al amor que la consumía interiormente y su gran anhelo de vivir, servir y desear solamente a su amado Jesús.

Por su gran severidad en los ayunos, sus hermanas, preocupadas por su salud, informaron a San Francisco quien intervino con el Obispo ordenándole a comer, cuando menos diariamente, un pedazo de pan que no fuese menos de una onza y media.

La vida de Oración

Para Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la fuente y manantial de todas las gracias, tanto para ella como para el mundo entero. La oración es el fin en la vida Religiosa y su profesión.

Ella acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su corazón al Señor y recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se le podía encontrar cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la adoración y de la presencia del Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un gran dolor por los pecados, olvidos y por las ingratitudes propias y de los hombres.

Se postraba rostro en tierra ante el Señor y, al meditar la pasión las lágrimas brotaban de lo mas íntimo de su corazón. Muchas veces el silencio y soledad de su oración se vieron invadidos de grandes perturbaciones del demonio. Pero sus hermanas dan testimonio de que, cuando Clara salía del oratorio, su semblante irradiaba felicidad y sus palabras eran tan ardientes que movían y despertaban en ellas ese ardiente celo y encendido amor por el Señor.

Hizo fuertes sacrificios los cuarenta y dos años de su vida consagrada. Cuando le preguntaban si no se excedía, ella contestaba: Estos excesos son necesarios para la redención, "Sin el derramamiento de la Sangre de Jesús en la Cruz no habría Salvación". Ella añadía: "Hay unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por el maligno". Santa Clara aportó de una manera generosa a este equilibrio.

Milagros de Santa Clara

La Eucaristía ante los sarracenos

En 1241 los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Cuando se acercaban a atacar el convento que está en la falda de la loma, en el exterior de las murallas de Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas y Santa Clara que era extraordinariamente devota al Santísimo Sacramento, tomó en sus manos la custodia con la hostia consagrada y se les enfrentó a los atacantes. Ellos experimentaron en ese momento tan terrible oleada de terror que huyeron despavoridos.

En otra ocasión los enemigos atacaban a la ciudad de Asís y querían destruirla. Santa Clara y sus monjas oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los atacantes se retiraron sin saber por qué.

El milagro de la multiplicación de los panes

Cuando solo tenían un pan para que comieran cincuenta hermanas, Santa Clara lo bendijo y, rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan y envió la mitad a los hermanos menores y la otra mitad se la repartió a las hermanas. Aquel pan se multiplicó, dando a basto para que todas comieran. Santa Clara dijo: "Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe, ¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?"

En una de las visitas del Papa al Convento, dándose las doce del día, Santa Clara invita a comer al Santo Padre pero el Papa no accedió. Entonces ella le pide que por favor bendiga los panes para que queden de recuerdo, pero el Papa respondió: "quiero que seas tu la que bendigas estos panes". Santa Clara le dice que sería como un irespeto muy grande de su parte hacer eso delante del Vicario de Cristo. El Papa, entonces, le ordena bajo el voto de obediencia que haga la señal de la Cruz. Ella bendijo los panes haciéndole la señal de la Cruz y al instante quedó la Cruz impresa sobre todos los panes.

Larga agonía

Santa Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damiano, soportando todos los sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su lecho bordaba, hacía costuras y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice la visitó dos veces y exclamó "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la que tiene esta santa monjita".

Cardenales y obispos iban a visitarla y a pedirle sus consejos.

San Francisco ya había muerto pero tres de los discípulos preferidos del santo, Fray Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús mientras ella agonizaba. La santa repetía: "Desde que me dediqué a pensar y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y sufrimientos no me desaniman sino que me consuelan".

El 10 de agosto del año 1253 a los 60 años de edad y 41 años de ser religiosa, y dos días después de que su regla sea aprobada por el Papa, se fue al cielo a recibir su premio. En sus manos, estaba la regla bendita, por la que ella dio su vida.

Cuando el Señor ve que el mundo está tomando rumbos equivocados o completamente opuestos al Evangelio, levanta mujeres y hombres para que contrarresten y aplaquen los grandes males con grandes bienes.

Podemos ver claramente en la Orden Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, las injusticias sociales etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias el amor valiente para abrazar el espíritu de pobreza, como para demostrar de una manera radical el verdadero camino a seguir que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de Satanás, aplastándole la cabeza. Ellos se convirtieron en signo de contradicción para el mundo y a la vez, fuente donde el Señor derrama su gracia para que otros reciban de ella.

El Señor en su gran sabiduría y siendo el buen Pastor que siempre cuida de su pueblo y de su salvación, nunca nos abandona y manda profetas que con sus palabras y sus vidas nos recuerdan la verdad y nos muestran el camino de regreso a El. Los santos nos revelan nuestros caminos torcidos y nos enseñan como rectificarlos.

Tras los pasos de Santa Clara en Asís

En la Basílica de Sta. Clara encontramos su cuerpo incorrupto y muchas de sus reliquias.

En el convento de San Damiano, se recorren los pasillos que ella recorrió. Se entra al cuarto donde ella pasó muchos años de su vida acostada, se observa la ventana por donde veía a sus hijas. También se conservan el oratorio, la capilla, y la ventana por donde expulsó a los sarracenos con el poder de la Eucaristía.

Hoy las religiosas Clarisas son aproximadamente 18.000 en 1.248 conventos en el mundo.


martes, 20 de julio de 2010

RECIBE AMADO MIO

Recibe Amado mío, cada latido de mi corazón, como una expresión de amor.
Cada mirada al cielo como un acto de Perdón.
Cada paso como un acto de seguimiento continuo.
Cada pensamiento como un acto de suplica.
Cada palabra como una adoración continua.
Cada movimiento de mis manos como una alabanza.
Cada vez que respire sea renovado mi unión de victima contigo.
Cada vrz que sierre mis ojos sufrir tu ultraje.
Cada vez que llore sea por mis muchos pecados.
Cada vez que me canse piense en tu pasión.
Cada vez que me enoje, recuerde cuanto se burlaron de ti.
Cada vez que me sienta solo recuerde el día de tu soledad.
Cada vez que la tristeza me visite recuerde el momento de tu Resurrección.
Cuando no tenga ánimo recuerde tu camino de soledad al calvario.
cuando no quiera seguir, recuerde tus tres caídas y me levante.
Cuando me sienta humillada o herida, me acordare de ti con los soldados.
Cada vez que sienta los dolores de mi cuerpo, recuerde tu flagelación.
Cada silencio que haga, sea para escuchar tu voz en mi corazón.


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jueves, 1 de julio de 2010

ALEGRE EXPERIENCIA POR LOS CAMINOS DE FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS


Las Hermanas Pobres de Santa Clara (Hermanas Clarisas), nos estamos preparando para celebrar en el año 2012 el 8º Centenario de nuestros “orígenes”.

Con este motivo, las Federaciones de hermanas Clarisas de España, han programado en Asís “Cursillos de Formación”, o bien, “peregrinaciones”, a fin de que las Hermanas puedan “visitar” y “conocer” los lugares franciscanos y “beber” de las fuentes de nuestro “Carisma” allí donde Francisco y Clara comenzaron su “Obra”.

El día 24 de Mayo, 50 Hermanas Clarisas, acompañadas por un hermano franciscano de nuestra Provincia, volábamos rumbo a la “Ciudad eterna”... El avión subía y subía y nuestro corazones latían con fuerza... A medida que perdíamos de vista la tierra, ganándole altura a las nubes, nos parecía que estábamos más cerca del cielo, casi le tocábamos con la mano... En dos horas, pisábamos suelo italiano.

Permanecimos en Roma dos días, visitando las basílicas y los lugares más destacados para todo católico: Basílica de San Pedro, San Pablo Extramuros, las Catacumbas de San Calixto, las Tumbas de los Papas; la visita a la Curia general de los Hermanos Franciscanos OFM... etc.

En todos estos lugares dimos gracias a Dios por el don de la “FE”, que gratuitamente ha querido regalarnos; por la fortaleza de los mártires, ellos han sido fieles seguidores del Señor, y no han escatimado sus vidas para ser testigos del Evangelio.

Después de estos días partimos para Asís... A medida que nos íbamos acercando a la Umbría, nuestros ojos se refrescaban con el inmenso “verdor” de aquellos parajes.

Al llegar a Asís, la ciudad parecía un Belén, colgada del “Subasio”, destacándose en primer lugar el “Sacro Convento” de San Francisco con sus monumentales “ARCOS”, y más allá, hacia la derecha y al lado de la muralla, la torre del “Proto-Monasterio” de las Hermanas Pobres de Santa Clara.

¿Qué decir ante este panorama? De nuestras mentes, de nuestros corazones y de nuestros labios, sólo salían dos palabras: ¡Francisco!... ¡Clara!... Nos parecía una “visión”.

Al entrar en la Ciudad, sobre coge un halo de “misticismo”..., el ambiente “huele” y muy profundo a estos dos personajes tan queridos...

Postradas ante la Tumba de Francisco y ante el cuerpo de Clara, es difícil expresar los sentimientos que bullen en nuetro interior. A nuestras mentes acuden nuestra “Fraternidades” de España..., cada una de las Hermanas que han quedado en nuestros Monasterios, aquellas personas que quieres y que nos pidieron que orásemos por ellas...
Ante Clara, oramos, cantamos, lloramos de emoción..., deseando con toda el alma el seguir “transmitiendo la antorcha” que ella nos dejó... de mantener vivo el ideal y ser fieles a nuestra misión “fraterna y contemplativa” dentro de la Iglesia.

Las hermanas del Protomonasterio nos recibieron y acompañaron a ver a el “cuerpo” de Nuestra Madre y a la pequeña capillita donde estuvo enterrado San Francisco los cinco primeros años, hasta que se lo llevaron a la Basílica de San Francisco”. Sólo vimos a tres hermanas, muy dulces y atentas, explicándonos todo al detalle. Al final llegó la Madre Abadesa (Damiana). Una mujer jóven, dulce y tierna en su hablar y en su expresión cariñosa con todas nosotras. Me pareció estar delante de la mismísima Santa Clara.

Fue impresionante al llegar al Monasterio de San Damián. Nos sentimos en “nuestra propia casa”... Estábamos en lo que fue nuestra Cuna... Pisar aquellos “claustros” y aquel pequeño Coro que aún “huele a Clara” y donde ella rompió el vaso de alabastro de su cuerpo para que su perfume fuera sólo para su Amado durante cuarenta y dos años... Todo nos hablaba de Clara y sus primeras hermanas...

No fue menos emocionante, los lugares donde Francisco se retiraba para encontrarse a solas con el Señor... Lugares “pobres” “abruptos”, casi de pánico, pero de una belleza “agresiva”, con una vegetación exuberante: Las “Cárceles”, La “Verna”, Gresccio, etc. que te invitaba a alabar a Dios y cantarle por sus maravillas.

No es de extrañar que San Francisco escogiera estos sitios para retirarse, la “hermana naturaleza” le hacía de templo... ella, por sí sola, habla de la existencia de Dios.

Pude experimentar que, no había que hacer un gran esfuerzo para ponerte en “contacto con Dios”. Es que me sentía rodeada, inmersa en Él... y vino a mi mente las palabras de San Pablo: “En el vivimos, nos movemos y existimos... ¡Qué verdad!

Fue muy impactante la Verna. La Capilla de las Llagas, donde en el suelo se encuentra en forma de “rombo” y resguardado por un cristal, una vela y un ramo de flores el sitio exacto de la estigmatización, el lugar del místico Calvario del “Pobrecillo de Asís”. El mensaje de este lugar, es claro: Para seguir a cristo, hay que seguir sus mismas “huellas”, pisar donde El pisó..., aceptar el dolor, la cruz, en una palabra, identificarse con Cristo como lo hizo Francisco... ¡Alter Christus!

En santa María de los Angeles, que lo visitamos varias veces, la vivencia fue profunda... la “pequeña Porciúncula” nos decía tantas cosas... por la noche participamos en el rosario y en la “procesión de las antorchas” que nos recordaba a Lourdes, Fátima...

En Greccio, celebramos la Eucaristía de Navidad... Cantamos “Villancicos”... la gente nos miraba como creyendo que habíamos perdido el sentido, pero nosotras éramos inmensamente felices en nuestra celebración.

Los Hermanos tienen un museo de Belenes de todo el mundo, de todas las lenguas y Culturas. Fue hermoso el poder visitarlo y disfrutar de ello.

Acabado el tiempo programado para nuestra ”peregrinación”, hicimos el viaje de regreso a Roma para tomar el avión que nos devolvería de nuevo a nuestro País.

Según nos íbamos alejando de Asís, parecía que algo muy nuestro se nos quedaba allí... Mirábamos por última vez aquellos amados lugares para que se fijaran bien en nuestra pupilas y que el tiempo no pudiera borrarlas jamás... Con nosotras nos traíamos el “Amor de Francisco y de Clara”, además de la ilusión y el compromiso de vivir con más radicalidad las exigencias evangélicas contenidas en las Reglas que ellos nos dejaron.

En alabanza de Cristo. Amén
Sor Mª Celina

domingo, 9 de mayo de 2010

Como Jesús, con nadie




El Señor nos acompaña. Y, en medio de nosotros, cuando era consciente de su muerte y, ahora en vísperas de su Ascensión, nos dice que guardemos su Palabra. Que, en ella –todo un patrimonio espiritual, personal y divino de Jesús - encontraremos fuerza para seguir adelante, respuestas ante muchos interrogantes. Amar al Señor y, guardar sus pensamientos, su esquema para nuestro mundo y para nosotros, es todo uno.
1.Las estadísticas dicen que, una generación de jóvenes en Europa, está perdida. Recientemente –no hace todavía una semana- una joven en Inglaterra se quitaba la vida porque, entre otras cosas, aquello para lo que había estudiado o se había preparado no lograba encontrar. Muchas puertas se le habían cerrado y, en la última, pudo más el desazón que las falsas promesas que un día le vendieron. Algo grave está ocurriendo en nuestro mundo cuando se nos prepara para la felicidad y, a la vuelta de la esquina, nos encontramos en la soledad o con una ansiedad insoportable. Algo está aconteciendo en nuestra sociedad cuando, detrás de muchas palabras y de otros tantos escaparates, se nos invita a amarnos a nosotros mismos y, luego necesitamos del amor auténtico, de una ayuda para levantarnos, de un aliento o de una sonrisa…resulta que nos encontramos solos. Falla, en el fondo y en la forma, aquello que es o no es digno de ser amado.
2. Dios, que disfruta amando, goza con nuestro amor. Y Jesús, el amor hecho carne en medio de nosotros, nos da una pista para ser felices. Para no sentirnos defraudados, inquietos o desilusionados de nuestra existencia: hay que esperar en Dios, hay que amar a Dios y no hay que perder de vista lo que El nos enseñó. ¿Amas a Dios? ¿Cómo tratas su Palabra? ¿Condiciona, alumbra, ilumina, interpela en algo tu existencia?
Hemos perdido, en varios aspectos, el norte y –Jesús- nos recuerda que, sus Palabras, siempre serán causa de serenidad y de encuentro con nosotros mismos, con los demás y con el mismo Dios. ¿Por qué nos cuesta tanto guardar, proteger, acoger y enseñar su Palabra? Tal vez porque, entre otras cosas, es exigente, nítida, a veces duele y otras calma. Su Palabra, de vez en cuando, deja a la intemperie nuestras vergüenzas y otras nos dice que somos dichosos, bienaventurados y elegidos. Pero, no lo olvidemos, su Palabra es eterna.
Estamos en horas muy decisivas para la Iglesia y para el anuncio del evangelio. Nunca como hoy se necesitan corazones vigorosos (no cobardes), labios dispuestos a dar testimonio de Jesús (no amordazados por la sordina del todo da igual), personas dispuestas a brindarse generosamente a los demás como sello e identidad de que son amigos de Jesús y de que pertenecemos a una comunidad de hermanos. Y, por encima de todo, la promesa de Jesús: el nos acompañará, nos consolará con el Espíritu y nos guiará, como miembros de su Iglesia, hacia la meta final. Que Dios nos siga animando e inundando con la alegría de esta Pascua. Porque, estar y permanecer al lado de Jesús, es garantía segura. Con El..todo.



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domingo, 25 de abril de 2010

Rogad al dueño de la mies…




El cuarto domingo del tiempo de Pascua, domingo de Cristo Buen Pastor, celebraremos con toda la Iglesia la XLVII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.
Queridos: todos vosotros, ungidos por el Señor con la unción de Santo Espíritu, unidos a Cristo Jesús por la fe y el bautismo, justificados por la infinita caridad con que el Hijo de Dios nos ha amado, todos experimentáis en vuestro corazón la compasión que experimentó nuestro Señor Jesucristo y que expresó en las palabras dirigidas a sus discípulos: “La mies es abundante y pocos los braceros; por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies”.
Si preguntáis qué vio Jesús en el gentío que acudía a él y por qué sintió lástima de ellos, el evangelista os lo dice: “porque andaban maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor.
Todos sabéis de humanidad y de compasión, pues veis en vuestro entorno lo que en su tiempo vio Jesús, y os ocupáis de quienes hoy andan maltrechos y derrengados. Todos, con Jesús, habéis dejado la vida en los caminos de la debilidad humana y de la misericordia.
Es posible que, intuido en las conciencias un progresivo declive de la luz de la fe, y sobresaltados por la perspectiva real de desaparición o al menos de disminución en recursos de nuestras instituciones, hayamos sentido desde hace tiempo la urgencia de “rogar al dueño de la mies” para que nos dé vocaciones numerosas y santas.
Pero más ardor pondremos en el ruego, si, olvidados de nosotros mismos, volvemos los ojos a las ovejas sin pastor, a los maltrechos y derrengados que llaman a la puerta de nuestra vida como un día llamaron a la puerta de Jesús de Nazaret. Que no ore el interés por nuestras cosas sino la compasión por los olvidados; que la oración no nazca de nuestro miedo al futuro sino de esperanza cierta en una humanidad nueva. No os preocupéis por vosotros sino por los hijos pobres de Dios.
Jesús no esperó a ver qué braceros le enviaba el Padre. Dice el evangelista Mateo: “Y llamando a sus doce discípulos, le dio autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad”. Y el evangelista Lucas, por su parte, aúna ruego y misión en el contexto de la llegada del Reino de Dios. Es la hora del evangelio, es la hora de la salvación, ha llegado la hora de la siega: “Algún tiempo después designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él. Y les dijo: _La mies es abundante y pocos los braceros; por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies. ¡En marcha! Mirad que os mando como corderos entre lobos".
Dos perspectivas, las dos apasionantes: la del Reino que llega, la de los pobres que lo esperan. Nosotros, con Jesús, llevamos en la tarea una vida. No pedimos relevo, sólo nos urge el amor, el de Dios y el que Dios tiene a sus pobres; por eso rogamos, sólo por amor.


Enviados de Cristo el Señor

Las palabras de Jesús, “La mies es abundante y pocos los braceros; por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies”, aparecen siempre en contexto de misión, y yo no quiero separar la oración por las vocaciones de lo que es su contexto natural: la misión que hemos recibido de Cristo resucitado.
Para los que hoy trabajáis en el campo del Señor, para quienes mañana serán llamados a esta tarea, para todos los braceros del Reino de Dios, la experiencia que pone el fundamento de la llamada es la del conocimiento del Señor: experiencia de santidad, experiencia de gracia, experiencia de luz.
Así conoció al Señor el profeta Isaías: “¡Santo, santo, santo el Señor de los ejércitos; la tierra está llena de su gloria!” Así lo conoció Pedro el pescador: “Llenaron las dos barcas que casi se hundían. El ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: _Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Así lo vieron los discípulos después de la resurrección: “Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús los había citado. Al verlo se postraron ante él, aunque algunos dudaban".
Para poder evangelizar, es necesario ver y adorar, conocer y postrarse, creer, esperar y amar.
Carecerá de vuelo la oración si no la impulsa el viento del testimonio. Somos testigos antes que maestros: testigos de lo que hemos visto y oído, testigos de las obras de Dios, testigos del amor que nos rodea, de la gracia que nos santifica, de la salvación que a todos se ofrece.
Considerad vuestra vocación. Vosotros sois discípulos de Cristo, y sois sus enviados al campo del mundo para hacer posible el encuentro del hombre con Dios: encuentro de los pecadores con la gracia de Dios, encuentro de los humillados con la justicia de Dios, encuentro de los hambrientos con el pan de Dios, encuentro de los ciegos con la luz de Dios, encuentro de los muertos con la vida de Dios.
La oración sería monótono zureo de palabras vacías si no la hiciese vigorosa la vida con su testimonio. Y aun cuando fueren verdaderas las palabras con que suplicas, ésas habrán de cesar, por más que tú no lo desees; no cesará, sin embargo, tu oración si es tu vida entera la que ora.

Enviados para evangelizar

Si el evangelio es el tesoro de gracia que llevas, el hombre necesitado es el hermano con quien has de compartirlo, tu hermano que necesita recibirlo.
Dos fuentes tiene tu oración: el Señor que te envía, y los pobres a quienes eres enviado.
El Padre envió a su Hijo..., ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón.
Tu oración se nutre del amor de Dios a los pobres.
Algo me dice que ese amor es la ley que rige el universo. Algo me dice que el Padre espera hallarlo en quienes son sus hijos por la fe. Algo me dice que ese es amor hace todopoderosa la oración de los hijos de Dios. No negará braceros para la siega del Reino el mismo que envió a su Hijo a evangelizar a los pobres.
Amad y pedid. Creed y esperad. Hasta que el amor nos recoja en los graneros de Dios.


Fr. Santiago Agrelo Martínez

Arzobispo de Tánger

Edita: Edelweiss