sábado, 25 de abril de 2009

A LOS JÓVENES DE RIANXO, QUE EN ESTE DOMINGO DE PASCUA VAN A RECIBIR LA C0NFIRMACIÓN


Queridos: Una y otra vez he leído la palabra de Dios que se proclama en este domingo; una y otra vez me pregunté delante del Señor qué iba a deciros en esta celebración, y cómo iba a decirlo, pues no quisiera hablaros de lo que no os interesa, y tampoco quiero que este día pase sin dejar en vuestras vidas una huella profunda.
Entonces pensé en escribiros una carta, algo que podáis guardar y leer cuando queráis, y que podáis también romper cuando queráis.
Os escribe un testigo de dos mundos profundamente diversos: el mundo en que yo nací –casi una prehistoria de lo que es hoy-, y el mundo en que vosotros habéis nacido, lleno de posibilidades, y como es natural, también generoso de riesgos.
En aquel mundo de los años de mi infancia, Dios era de casa en mis pensamientos, en mi imaginación, incluso en mis juegos. En vuestro mundo, por circunstancias que poco o nada tienen que ver con vosotros, Dios resulta una presencia extraña, para algunos inútil, para otros inquietante, para otros, enemiga de la propia libertad y de la propia felicidad. Entre el mundo en el que nací y el mundo de mi ancianidad, que es el de vuestra juventud, lo más importante que ha ocurrido en lo que atañe a la fe, no son los avances de la ciencia y de la técnica, sino la epifanía del sufrimiento: Los campos de exterminio, la pobreza multiplicada, el hambre asesina, formas de esclavitud nuevas por la crueldad que ejercen y la humillación que infligen, genocidios.
De ahí que me pregunte: ¿Cómo puede un hombre, que mamó con la leche materna el nombre de Dios, hablar de Dios a jóvenes para quienes lo normal es que Dios sea un nombre sin consistencia, un enigma o un tirano? ¿Qué puedo hacer para que encuentren el camino de acceso al misterio de Dios quienes están habituados a tomar en consideración lo tangible, lo inmediato, lo práctico, lo concreto y material? ¿Cómo puedo hacer para que añoren la luz del rostro de Dios quienes sueñan juegos de luces en conciertos y discotecas?
En realidad, no seré yo quien pueda hacer algo por vosotros; seréis vosotros quienes me ayudéis a mí a encontrar lo que busco.
Sólo vosotros tenéis la llave de vuestra intimidad, y es allí donde pido entrar para hablaros de Dios, pues es allí, en vuestra intimidad, donde Dios se os hace presente.
En la intimidad, en lo más profundo de vosotros mismos, en el corazón de vuestro corazón, es donde nacen y se multiplican las preguntas, y cada uno de vosotros sabe que nunca dejará de hacerse preguntas sobre su propio ser, sobre el mundo del que formáis parte, sobre la vida y sobre la muerte. Pregunta llama a pregunta. Y cuanto más hacia dentro de vuestro propio misterio os lleven vuestras preguntas, más nítida se hará dentro de vosotros la sensación de que el horizonte de esas preguntas es el misterio de Dios.
Entrad en vuestra intimidad, y hallaréis que allí ha nacido y crece y reclama un insaciable siempre más el amor, no el que ya habéis podido experimentar, sino el que soñáis experimentar un día, mejor aún, un amor siempre más grande del que nunca podáis soñar. Amor se abre a amor. Y cuanto más hacia dentro de vuestro propio misterio os lleve el amor que intuís necesario para la plenitud de vuestra vida, más nítida se hará dentro de vosotros la sensación de que el horizonte de ese amor es el misterio de Dios.
Entrad en vuestra intimidad, y hallaréis que allí ha nacido y crece y reclama un insaciable siempre más la libertad, esa libertad que experimentáis limitada y que deseáis conocer como libertad perfecta, ajena a toda forma de esclavitud, amiga del bien y de la belleza, amiga de la verdad y de la vida. Y cuanto más hacia dentro de vuestro propio misterio os lleve la pasión por la libertad, más nítida se hará dentro de vosotros la sensación de que el horizonte de esa pasión es el misterio de Dios.
Entrad en vuestra intimidad, y hallaréis que allí tiene su casa un mundo de pasiones. Hallaréis que sois capaces de ilusión y de frustración, de ira y de ternura, de preocupaciones y sueños, de lágrimas y de gozos. Y cuanto más hacia dentro de vosotros mismos os lleve la vida, más nítida se hará dentro de vosotros la sensación de que Dios es el horizonte último de vuestras pasiones.
A Dios lo encontraréis sólo si recorréis el camino que lleva hacia vuestro corazón. Para ese tiempo de encuentro personal con Dios os dejo escrito el resto de esta carta.
Aquel día descubriréis que Dios, no es sólo el horizonte de vuestra vida, la profundidad última de vuestra intimidad., sino que es también don de sí mismo a cada uno de vosotros, don del que es Luz a quienes buscan ser iluminados, del que es Amor a quienes buscan amar y ser amados, del que es Libertad a quienes siempre necesitan encontrar nuevos espacios de libertad.
Un día descubrirás que tu Dios, antes de que tú preguntases por él, ya estaba en ti; antes de que tú le amases, él era el Amor que te sostenía; antes de que tú le hablases, él era el aliento que hacía posible tu palabra.
Un día descubrirás que Dios, no sólo ha querido hacerse tuyo en el mundo y en la historia, sino que se te ha comunicado también de forma personal en su Hijo y en su Espíritu: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su propio Hijo”. “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Consejero, que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad”. De esta forma, Dios ha venido a sentarse a la mesa de nuestras preguntas, de nuestra soledad, de nuestra debilidad, de nuestras esclavitudes, de nuestras inquietudes, de nuestros sueños, de nuestros fracasos; y ha hecho posible, por puro amor, que nos sentemos con él a la mesa de la verdad y de la vida, de la alegría y de la paz, de la luz y de la esperanza.
Un día descubrirás que Dios tiene hambre y sed, que tu Dios es maltratado y violado, que tu Dios muere de angustia y de miedo, que es odiado y despreciado, que es humillado y esclavizado. Ese día sabrás que no podrás amar a tu Dios sin comprometerte con el que tiene hambre y sed, sin arriesgarte por el que sufre violencia, sin abrir las puertas de tu vida a los desheredados de la tierra.
Cada domingo participáis en la eucaristía. Pido que vuestra fe os permita vivir este sacramento como encuentro personal de cada uno con Cristo, en quien Dios se os hace tan cercano que vive en vosotros.
Hoy recibiréis el sacramento de la Confirmación. En este sacramento, por la imposición de las manos, la unción del crisma y la oración de la Iglesia, recibiréis al que la revelación llamó “el Paráclito”, el Abogado, el Consejero, y que es el Espíritu Santo que el Padre os envía en el nombre de Jesús. Por la fuerza de ese Espíritu el Hijo de Dios se hizo hombre. Por la fuerza de ese Espíritu, somos hechos hijos de Dios y transformados en imágenes vivas del Hijo de Dios.
No renuncies a la sorpresa de conocerte a ti mismo, al riesgo de conocer el dolor de los pobres, a la aventura de conocer a Dios. No renuncies a la dicha de amar.

+ Fr. Santiago Agrelo Martínez

Arzobispo de Tánger

Edita: Edelweiss

miércoles, 22 de abril de 2009

Benedicto XVI a la familia franciscana: “seguid reparando la casa del Señor”



Ofrecemos a continuación el discurso del Papa a los miembros de la familia franciscana, durante la audiencia concedida el pasado sábado en Castel Gandolfo, con motivo del "Capítulo de las Esteras", con el que la Orden ha celebrado el octavo centenario de la aprobación pontificia de su Regla.

Queridos hermanos y hermanas de la familia franciscana:
Con gran alegría os doy la bienvenida a todos vosotros, en esta feliz e histórica fecha que os ha reunido: el octavo centenario de la aprobación de la "protorregla" de san Francisco por parte del Papa Inocencio III. Han pasado ochocientos años, y esa docena de frailes se ha convertido en una multitud, diseminada en todas partes del mundo, y hoy dignamente representada, aquí, por vosotros. En los días anteriores os habéis dado cita en Asís en lo que habéis querido llamar el "Capítulo de las Esteras", para evocar vuestros orígenes. Y al término de esta extraordinaria experiencia habéis venido junto al "Señor Papa", como diría vuestro seráfico fundador. Os saludo a todos con afecto: los frailes menores de las res obediencias, guiados por los respectivos ministros generales, entre los cuales agradezco al padre José Rodríguez Carballo por sus corteses palabras; a los miembros de la tercera orden, con su ministro general; a las religiosas franciscanas y a los miembros de los institutos seculares franciscanos; y, sabiéndolas espiritualmente presentes, a las hermanas clarisas, que constituyen la "segunda orden". Estoy contento de acoger a algunos obispos franciscanos; y en particular al obispo de Asís, el arzobispo Domenico Sorrentino, que representa a la Iglesia local, patria de Francisco y de Clara y, espiritualmente, de todos los franciscanos. Sabemos qué importante fue para Francisco el lazo con el obispo de Asís de entonces, Guido, quien reconoció su carisma y lo apoyó. Fue Guido quien presentó a Francisco al cardenal Juan de San Pablo, el cual después lo presentó al Papa favoreciendo la aprobación de la Regla. Carisma e institución son siempre complementarios para la edificación de la Iglesia.
¿Qué deciros, queridos amigos? Ante todo deseo unirme a vosotros en la acción de gracias a Dios por todo el camino que os ha hecho realizar, colmándoos de sus beneficios. Y como pastor de toda la Iglesia, quiero darle gracias por el precioso don que vosotros mismos sois para todo el pueblo cristiano. Desde el pequeño arroyo manado a los pies del monte Subasio, se ha formado un gran río, que ha dado una contribución notable a la difusión universal del Evangelio. Todo tuvo inicio desde la conversión de Francisco, el cual, a ejemplo de Jesús, "se despojó a sí mismo" (cfr Fil 2,7) y, desposando a la Señora Pobreza, se convirtió en testigo y heraldo del Padre que está en los cielos. Al Pobrecillo se pueden aplicar literalmente algunas expresiones que el apóstol Pablo refiere a sí mismo y que me gusta recordar en este Año Paulino: "He sido crucificado con Cristo, y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,19-20). Y aún: "En adelante nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús" (Gal 6,17). Francisco recalca perfectamente estas huellas de Pablo, y en verdad puede decir con él: "Para mí la vida es Cristo" (Fil 1,21). Ha experimentado el poder de la gracia divina y está como muerto y resucitado. Todas las riquezas precedentes, todo motivo de orgullo y seguridad, todo se convierte en una "pérdida" desde el momento del encuentro con Jesús crucificado y resucitado (cfr Fil 3,7-11). Dejarlo todo se convierte en algo casi necesario para expresar la sobreabundancia del don recibido. Éste es tan grande, que requiere un despojamiento total, que aún así no es suficiente; merece una vida entera vivida "según la forma del santo Evangelio" (2 Test., 14: Fuentes Franciscanas, 116).
Y aquí llegamos al punto que se coloca en el centro de nuestro encuentro. Lo resumiré así: el Evangelio como regla de vida. "La Regla y vida de los frailes menores es ésta, es decir, observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo": así escribió Francisco al principio de la Regla sellada (Rb I, 1: FF, 75). Él se comprendió totalmente a sí mismo a la luz del Evangelio. Esto es lo que fascina de él. Ésta es su perenne actualidad. Tomás de Celano refiere que el Pobrecillo "llevaba siempre a Jesús en el corazón, a Jesús en los labios, a Jesús en los oídos, a Jesús en los ojos, a Jesús en las manos, a Jesús en el resto de los miembros... Es más, encontrándose muchas veces de viaje y meditando o cantando a Jesús, se olvidaba de que estaba de viaje y se detenía para invitar a todas las criaturas a alabar a Jesús" (1 Cel., II, 9, 115: FF, 115). Así el Pobrecillo se convirtió en un Evangelio viviente, capaz de atraer a Cristo a los hombres y mujeres de todo tiempo, especialmente a los jóvenes, que prefieren la radicalidad a las medias tintas. El obispo de Asís, Guido, y después el Papa Inocencio III reconocieron en el propósito de Francisco y de sus compañeros la autenticidad evangélica, y supieron animar su empeño en vista también del bien de la Iglesia.
Surge espontáneamente aquí una reflexión. Francisco habría podido no ir a ver al Papa. Muchos grupos y movimientos religiosos se estaban formando en aquella época, y algunos de ellos se contraponían a la Iglesia como institución, o por lo menos no buscaban su aprobación. Seguramente una postura polémica hacia la Jerarquía habría procurado a Francisco no pocos seguidores. En cambio, él pensó en seguida en poner su camino y el de sus compañeros en las manos del obispo de Roma, el sucesor de Pedro. Este hecho revela su auténtico espíritu eclesial. El pequeño "nosotros" que había empezado con sus primeros frailes lo concibió desde el inicio dentro del gran "nosotros" de la Iglesia una y universal. Y el Papa reconoció esto y lo apreció. También el Papa, de hecho, por su parte, habría podido no aprobar el proyecto de vida de Francisco. Es más, podemos imaginar que entre los colaboradores de Inocencio III alguno debió aconsejarle en este sentido, quizás precisamente temiendo que aquel grupito de frailes se pareciera a otras agregaciones heréticas y pauperistas del tiempo. En cambio, el romano pontífice, bien informado por el obispo de Asís y por el cardenal Juan de San Pablo, supo discernir la iniciativa del Espíritu Santo y acogió, bendijo y animó a la naciente comunidad de los "frailes menores".
Queridos hermanos y hermanas, han pasado ocho siglos y hoy habéis querido renovar el gesto de vuestro fundador. Todos vosotros sois hijos y herederos de esos orígenes. De aquella "buena semilla" que fue Francisco, conformado a su vez con el "grano de trigo" que es el Señor Jesús, muerto y resucitado para dar mucho fruto (cfr Jn 12,24). Los santos vuelven a proponer la fecundidad de Cristo. Como Francisco y Clara de Asís, también vosotros empeñaos en seguir siempre esta misma lógica: perder la propia vida a causa de Jesús y del Evangelio, para salvarla y hacerla fecunda en frutos abundantes. Mientras alabáis y agradecéis al Señor, que os ha llamado a formar parte de una tan grande y bella "familia", permaneced en la escucha de lo que el Espíritu le dice hoy a ésta, a cada uno de sus componentes, para seguir anunciando con pasión el Reino de Dios, tras las huellas del padre seráfico. Que todo hermano y toda hermana custodie siempre un alma contemplativa, sencilla y alegre: volved a partir siempre de Cristo, como Francisco partió de la mirada del Crucificado de San Damián y del encuentro con el leproso, para ver el rostro de Cristo en los hermanos que sufren y llevar a todos su paz. Sed testigos de la "belleza" de Dios, que Francisco supo cantar contemplando las maravillas de la creación, y que le hizo exclamar dirigiéndose al Altísimo: "¡Tú eres belleza!" (Alabanza de Dios altísimo, 4.6: FF, 261).
Queridísimos, la última palabra que quiero dejaros es la misma que Jesús resucitado entregó a sus discípulos: "¡Id!" (cfr Mt 28,19; Mc 16,15). Id y seguid "reparando la casa" del Señor Jesucristo, su Iglesia. En los días pasados, el terremoto que de los Abruzos dañó gravemente muchas iglesias, y vosotros de Asís sabéis muy bien lo que esto significa. Pero hay otra "ruina" que es mucho más grave: ¡la de las personas y las comunidades! Como Francisco, empezad siempre por vosotros mismos. Seamos nosotros en primer lugar la casa que Dios quiere restaurar. Si sois siempre capaces de renovaros en el espíritu del Evangelio, seguiréis ayudando a los pastores de la Iglesia a hacer cada vez más hermoso su rostro de esposa de Cristo. Esto es lo que el Papa, hoy como en los orígenes, espera de vosotros. ¡Gracias por haber venido! Ahora id y llevad a todos la paz y el amor de Cristo Salvador. Que María Inmaculada, "Virgen hecha Iglesia" (cf. Saludo a la Beata Virgen María, 1: FF, 259), os acompañe siempre. Y os sostenga también la bendición apostólica, que imparto de corazón a todos vosotros aquí presentes y a toda la familia franciscana.
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en tres idiomas. En español dijo:]
Saludo con afecto a los queridos Hermanos y Hermanas de la Familia Franciscana, provenientes de los países de lengua española. En esta significativa conmemoración, os animo a enamoraros cada vez más de Cristo para que, siguiendo el ejemplo de Francisco de Asís, conforméis vuestra vida al Evangelio del Señor y deis ante el mundo un testimonio generoso de caridad, pobreza y humildad. Que Dios os bendiga.
Editado por Edelweiss


martes, 21 de abril de 2009

EL PAPA ALIENTA A LOS FRANCISCANOS A SEGUIR "REPARANDO" LA IGLESIA




Audiencia a los casi 3.000 religiosos participantes en el “Capítulo de las Esteras”

Benedicto XVI invitó a los miembros de la familia franciscana a seguir reparando la Iglesia, expresión que el mismo Cristo dirigió a su fundador, el Pobrecillo de Asís.
Así lo expresó este sábado durante la audiencia concedida a los cerca de 3.000 frailes y monjas franciscanos de todo el mundo en Castel Gandolfo, con motivo de los 800 años de la aprobación pontificia de su regla de vida.
"Seguid 'reparando la casa' del Señor Jesucristo, su Iglesia. Si sois siempre capaces de renovaros en el espíritu del Evangelio, seguiréis ayudando a los Pastores de la Iglesia a hacer cada vez más hermoso su rostro de esposa de Cristo. Esto es lo que el Papa, hoy como en los orígenes, espera de vosotros", dijo el obispo de Roma.
Los representantes de esta familia religiosa fundada por san Francisco de Asís, procedentes de 65 países de todo el mundo y en representación de sus alrededor de 35.000 miembros, se habían reunido en Asís del 15 al 18 de abril pasados para conmemorar la aprobación de la Regla de San Francisco, por parte de Inocencio III, en el año 1209.
Este centenario ha sido celebrado con un Capítulo General, convocado por los superiores generales, de características similares al primero convocado en 1221 por el propio san Francisco, conocido como "Capítulo de las Esteras".
Ese primer capítulo recibió el nombre por el hecho de que en aquella ocasión, por falta de lugar para alojarse, los frailes participantes tuvieron que dormir en esteras.
"Han pasado ochocientos años, y aquella docena de frailes se ha convertido en una multitud, diseminada en todas partes del mundo", recordó el Papa.
Entonces como ahora, la misión de la Orden es la de "reparar la casa de Dios", pues "hay otra ruina que es mucho más grave: ¡la de las personas y las comunidades!", advirtió el Pontífice.
"Como Francisco, empezad siempre por vosotros mismos. Seamos nosotros en primer lugar la casa que Dios quiere restaurar", teniendo en cuenta que "carisma e institución son siempre complementarios para la edificación de la Iglesia", añadió.
"Francisco habría podido no ir a donde el Papa. Muchos grupos y movimientos religiosos se estaban formando en aquella época, y algunos de ellos se contraponían a la Iglesia como institución, o por lo menos no buscaban su aprobación", afirmó el Papa.
En cambio, "él pensó en seguida en poner su camino y el de sus compañeros en las manos del Obispo de Roma, el Sucesor de Pedro. Este hecho revela su auténtico espíritu eclesial. Y el Papa reconoció esto y lo apreció".
Benedicto XVI subrayó que desde entonces, "del pequeño arroyo manado a los pies del monte Subasio, se ha formado un gran río, que ha dado una contribución notable a la difusión universal del Evangelio".
"Todo tuvo inicio desde la conversión de Francisco, el cual, a ejemplo de Jesús, se despojó a sí mismo y, desposando a la Señora Pobreza, se convirtió en testigo y heraldo del Padre que está en los cielos".
El Papa invitó a los franciscanos a "volver siempre al origen" de su espiritualidad, a la radicalidad del Evangelio.
"La Regla y vida de los Frailes menores es ésta, es decir, observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo: así escribió Francisco", afirmó el Papa. "Él se comprendió totalmente a sí mismo a la luz del Evangelio. Esto es lo que fascina de él. Ésta es su perenne actualidad".
"Así el Pobrecillo se convirtió en un Evangelio viviente, capaz de atraer a Cristo a los hombres y mujeres de todo tiempo, especialmente a los jóvenes, que prefieren la radicalidad a las medias tintas".
En su saludo precedente al Papa, el Ministro General de los franciscanos, fray José Rodríguez Carballo, explicó que en estos días, "como hermanos y pequeños, hemos vuelto a escuchar la llamada a llevar la paz y la reconciliación a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo y a compartir con ellos nuestra única Riqueza: el Bien, todo Bien, el sumo Bien, el Señor vivo y verdadero".
"Le pedimos que confirme una vez más este santo propósito de vida, para que, como dice nuestra regla, "siempre súbditos y a los pies de la misma santa iglesia, estables en la fe católica, observemos la pobreza y la humildad y el santo Evangelio del Señor nuestro Jesucristo que hemos prometido firmemente", añadió.
Editado por: Edelweiss