martes, 29 de septiembre de 2009

DETRÁS DE CADA SACERDOTE EN PIE, HAY UNA RELIGIOSA DE RODILLAS.



Un amor a Jesucristo ofrecido por todo el mundo

Las religiosas contemplativas son las esposas de Jesús. Su vida: amar a Cristo Eucaristía por todos los que no le aman; su misión: agradar a Dios con su gigantesca generosidad e interceder por sus hermanos los hombres. Desde sus claustros ellas son salvadoras de almas y alegres testigos de la existencia de Dios.
El pueblo de Israel salió a combatir contra Amalec mientras que Moisés subió a la cima del monte. “Y sucedió que, mientras Moisés tenía alzadas las manos (en oración), vencía Israel; pero cuando las bajaba, vencía Amalec” (Cf. Ex 17, 10-11). Mientras las religiosas continúen cumpliendo su misión de orar por la Iglesia, la Iglesia seguirá en pie; avanzando contra corriente. Ellas son la fuerza y el orgullo de la Iglesia.
Su tarea es rezar por los demás. Nadie escapa de sus oraciones, no por el tiempo que dedican, sino por lo amplio de su corazón. San Agustín dijo: “El tamaño de tu corazón es del tamaño de tus preocupaciones”. Su preocupación es la salvación eterna de todas las almas.
Juan Pablo II dijo: “En este Cuerpo místico que es la Iglesia, vosotras habéis elegido ser el corazón”. Si las almas de vida contemplativa son la fuerza y el corazón de la Iglesia, de su fidelidad depende que cuando vuelva el Hijo del hombre encuentre fe sobre la tierra (Lc 18, 8). “Si son lo que tienen que ser, encenderán fuego al mundo entero”.
Las religiosas de vida contemplativa son para mí el más ilustre testimonio de amor a Jesucristo; ellas le han dado a Dios su tiempo, su carne, su vida. ¡Ellas no se conforman con menos! Sólo la experiencia del amor ha sido el único motor capaz de impulsarlas hasta el grado de entrega que exige su vocación de esposas de Cristo y salvadoras de almas a través de la oración. El ideal que Cristo les propone es muy alto y digno de admiración. Entregan su vida para que nosotros tengamos vida.
Las madres contemplativas, con su inmortal oración, infunden un soplo de esperanza en la vida de la Iglesia y al hombre actual. Sus plegarias dan Vida a nuestras vidas. Nosotros, a ejemplo de ellas, debemos prepararnos para la contemplación eterna de Dios; he aquí la meta última para todos.
He conocido a varias de ellas y puedo decir que la felicidad que reflejan sus rostros son un dulce amanecer. Ellas reconocen con alegría que Cristo, su esposo, es el creador de la felicidad. La Iglesia confía y espera tanto de su amor a Cristo y a los hombres.

Edita: Edelweiss

domingo, 27 de septiembre de 2009

¿SOÑADOR?: CADAVER… O DELINCUENTE.


Primero apartaron la barca de tierra, sólo un poco, y Jesús se puso a enseñar. Hablaba de Dios y de un Reino en el que amor y justicia divinos alcanzaban a los desheredados de la justicia y del amor.
Luego, el Maestro dijo: “Mar adentro”, y salieron para largar aparejos y pescar. Aquella pesca fue un milagro, revelación del misterio presente en un mundo de trabajos y pecado; aquello fue para los testigos el comienzo de un mundo nuevo.
Hoy, de muchos lugares del norte de África, salen “mar adentro”, camino de Europa, zódiacs, pateras, cayucos, míseras embarcaciones cargadas de humanidad joven, que sueña también para ella su pesca milagrosa, una humanidad nacida con derecho a soñar y condenada a morir sin derecho a pescar.
No podemos medir el dolor de los que sufren en la frontera sur de Europa; ni siquiera somos capaces de estimar el número de los que en ella mueren. El dolor innecesario y la muerte violenta parecen formar parte del paisaje, y corremos el riesgo de habituarnos a verlos como vemos amanecer o llover.
No hace mucho, en aguas del Mediterráneo, entre Libia e Italia, murieron 73 inmigrantes. Otros cinco fueron rescatados con vida. El mismo día en que fueron rescatados de la muerte, empezaron a ser delincuentes por ley en el estado italiano.
Hace sólo unos días, de treinta y seis personas que, amontonadas en una zódiac, buscaban fortuna en las costas de España, sólo 11 fueron rescatadas con vida. El mismo día en que fueron rescatadas, esas personas empezaron a ser delincuentes por ley en el estado marroquí.
Cadáver o delincuente: tristísima e inaceptable alternativa para quienes sólo han soñado la posibilidad de una pesca milagrosa .

Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger


Edita: Edelweiss

XXVI DOMINGO DEL TIEMO ORDINARIO



Queridos: nuestras preocupaciones de hoy no son, manifiestamente, las que alteraron la normalidad de la vida en las tiendas de los israelitas acampados en el desierto; ni son tampoco las que expresó a Jesús su discípulo Juan, cuando a vio “a uno que echaba demonios” en nombre del Maestro.
Pese a todo, la palabra proclamada este domingo en nuestra celebración está llena de resonancias que necesitamos percibir para no ceder a la desesperanza.
“¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” ¡Ojalá todo el pueblo sintiese de alguna manera en su carne el dolor de Dios por la muerte de sus hijos! Ojalá todo el pueblo recibiese el espíritu de Dios para conocer las profundidades de Dios, también su dolor. Nos hace falta el espíritu de Dios para conocer la perfección de su ley, la fidelidad de su precepto, la pureza de su voluntad, la justicia de sus mandamientos. Necesitamos el espíritu del Señor para reconocer a Cristo y reconocer nuestra propia carne en el hermano que sufre, en los hermanos que mueren.
Él, el Señor, indicaba esa misteriosa comunión, cuando dijo a sus discípulos: “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”. Y esa comunión con Cristo hace valiosos, precioso, incluso el vaso de agua que damos al hermano “porque es del Mesías”, porque es su cuerpo.
Que no cerremos a los pobres la puerta de la esperanza, por nuestra vana pretensión de entrar en la vida, no sólo con el cuerpo entero, sino también con nuestras riquezas. Más nos vale entrar sin nada en el Reino de Dios que ser echados con todo al abismo, “donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.

Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger

Editado por Edelweiss


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