domingo, 27 de diciembre de 2009

Una familia feliz porque ahí estaba Dios.



Una familia muy pobre, tenía lo elemental para vivir. Sin embargo, ha sido la familia más feliz.

Hoy se celebra la fiesta de la Sagrada Familia. Una familia formada por José, María y el Niño Jesús. Era una familia muy pobre, tenía lo elemental para vivir. Sin embargo, ha sido la familia más feliz.

Feliz porque ahí estaba Dios. Una familia feliz porque ahí se rezaba todos los días. Feliz porque ahí se trabajaba con paz y con amor. Allí se amaba la vida, allí se amaban entre ellos con un grandísimo corazón.

¡Cuánto necesitamos nosotros que esa Sagrada Familia nos ayude a recuperar muchos valores familiares que se ha llevado el viento!

¡Oh Familia de Nazareth, qué pocos elementos te bastaron para ser una familia feliz y hermosa! ¡Cómo necesitamos que vuelvas a injertar en nuestros hogares, en nuestros corazones, esa maravillosa gama de virtudes que tiene la familia!

Todos los que quieran saber cuál es la familia más maravillosa deben visitar Nazareth, y preguntar a José a Jesús y a María cómo se puede ser feliz en familia.


Edita: Edelweiss

viernes, 25 de diciembre de 2009

La oración es un don



La oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de reconocimiento y de amor.

Hoy queremos hablar del gran regalo que Dios nos ha hecho con la oración. El poder hablar con Dios es una condescendencia divina que no la podemos comprender.

Cuando oramos, cuando se abren nuestros labios para rezar, pensamos que somos nosotros los que hemos tenido la iniciativa.

Y ha sido Dios quien nos ha buscado, quien ha elevado nuestro pensamiento, quien nos ha dictado las palabras, quien ha fomentado nuestros sentimientos.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice claramente que la oración es primero una llamada de Dios, y después una respuesta nuestra. La oración es, por lo mismo y ante todo, una gracia de Dios.

¿Es posible que Dios tenga necesidad de nosotros? ¿Es posible que sea Dios el que nos busque? ¿Es posible que sea Dios quien salga a nuestro encuentro?...

Solamente el cristianismo sabe responder que sí. Porque solamente Jesús nos ha dicho que Dios es nuestro Padre, un Padre que nos ama. Y el padre que ama, no puede pasar sin hablar con el hijo querido.

¿Sabemos lo que nos pasa cuando queremos orar? Nos ocurre lo mismo que a la Samaritana junto al pozo de Jacob, como nos cuenta Juan en su Evangelio. ¿A qué se redujo la petición de la Samaritana, aquella mujer de seis maridos y siempre insatisfecha? Pues, a reconocer que tenía sed. Y, por eso, pidió a Jesús:
- ¡Dame, dame de esa agua tuya, para que no tenga más sed en adelante!

La pobre no se daba cuenta de que había sido Jesús el primero que había pedido agua:
- ¡Mujer, dame de beber!...
Y ella le daba al fin el corazón, porque Jesús se había adelantado a pedírselo.

La oración es una comunicación entre Dios y nosotros. Tenemos un corazón inmenso, con capacidad insondable de amar y de ser amados. Sólo Dios puede llenar esas ansias infinitas. Por eso nos atrae, nos llama, y, si le respondemos con la oración ansiosa, nos llena de su amor y de su gracia.

Santa Teresa del Niño Jesús, tan querida de todos, lo expresó de una manera maravillosa con estas palabras, que nos trae el Catecismo de la Iglesia Católica:
- Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada al cielo, un grito de reconocimiento y de amor, tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría.

La otra Teresa, Teresa de Jesús, había dicho lo mismo con otras palabras:
- Oración, a mi parecer, no es otra cosa que tratar de amistad con Aquél que sabemos que nos ama.

¡Claro! Si Dios me ama, es un amante que no puede pasar sin mí, y por eso me busca.
¡Claro! Si yo amo a Dios, no me aguanto sin El, y por eso lo busco.

¡Claro! Y, cuando nos encontramos, ¿qué hacemos? Como somos tan amigos, nos ponemos a hablar amistosamente, y no hay manera ni de que Dios deje de llamarme a la oración, ni de que yo deje de suspirar por pasar en oración todos los ratos posibles.

La oración resulta ser entonces el termómetro que mide el calor del corazón.
La oración resulta ser entonces el metro que precisa la distancia que hay entre Dios y yo.
La oración resulta ser la balanza que calcula con exactitud el peso de mi amor.

Porque todos valemos lo que vale nuestro amor.
Y nuestro amor vale lo que vale nuestra oración.
La oración no nace precisamente de nosotros, sino de Dios. Es Dios el primero en llamar.

Es Dios el primero en darnos sed y ansia del mismo Dios. Es Dios el que impulsa nuestra oración, por el Espíritu Santo que mora en nosotros. Por lo cual, la oración es propiamente un don, un regalo de Dios. Y así, tiene pleno sentido eso de la que la oración no es una carga, sino un alivio; no una obligación pesada ni aburridora, sino una ocupación deliciosa, la más llevadera y la de mayor provecho durante toda la jornada...

Al decirnos el Catecismo de la Iglesia Católica que Dios llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración, hemos de decir que la oración es una verdadera vocación. ¡Dios que nos llama a estar con Él!...

Así lo entienden tantos y tantos cristianos, cuya principal ocupación es gastar horas y más horas en la presencia de Dios.

Como aquel buen campesino, que decía:
- No sé cómo se puede rezar un Padrenuestro en menos de diez minutos.
Y como lo dijo con esta naturalidad e ingenuidad, le preguntaron:
- ¿Diez minutos le cuesta a usted rezar un Padrenuestro? En ese tiempo, y haciéndolo en particular, se puede rezar casi un Rosario.
- Sí, es lo que hace mi mujer. Es muy devota, y reza mucho. Pero yo prefiero rezar menos y estar con mis ojos y mi corazón clavados en Dios.

El buen hombre no se daba cuenta de lo que nos estaba confesando. Había llegado a lo que se llama la contemplación. Sin palabras, se pasaba las horas en la presencia de Dios, pues en eso consiste lo que llamamos vida de oración, o espíritu de oración, que es uno de los mayores regalos que Dios hace al alma, cuando ésta responde fiel a esa vocación de la oración.

¡Señor! Si Tú nos llamas, ¿por qué no te respondemos? ¡Qué felices que vamos a ser el día en que nuestra ocupación primera sea ésta: pasarnos buenos ratos hablando contigo!....

Edita: Edelweiss

El Nacimiento de Cristo es mi nacimiento


El nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro propio nacimiento a la vida celestial.

El chiquitín ha venido en medio de la noche callada. En un silencio total. En una soledad absoluta. Sólo su joven Madre y el bueno de José, a la luz de una lámpara de aceite, contemplan la carita celestial del recién nacido. En medio de tanta pobreza y humildad, están gozando como no ha disfrutado hasta ahora nadie en el mundo.

¡Mi niño!, grita María mientras le estampa enajenada su primer beso... -¡Qué lindo, qué bello!, exclama extasiado José. Entre tanto --vamos a hablar así--, Dios no se aguanta más. Tiene prisa por anunciar a todos el nacimiento de su Hijo hecho hombre, y manda a sus ángeles que lo pregonen bien. Se avanza un ángel y desvela a los pastores, mientras les grita con alborozo:

- ¡Os anuncio una gran alegría! ¡Os ha nacido en Belén un salvador!
Se rasgan entonces los cielos, aparece todo un ejército de la milicia celestial, que van cantando por el firmamento estrellado:

- ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres amados de Dios!...

A este Jesús, le felicitamos de corazón: -¡Cumpleaños feliz! ¡Por muchos años! ¡Por años y por siglos eternos!...

Hasta aquí, todos de acuerdo, ¿no es así?
Pero, ¿es verdad que nos podemos felicitar también nosotros, y que nos felicitamos de hecho nuestro propio cumpleaños?... Dos antiguos Doctores de la Iglesia, y de los más grandes, como son Ambrosio y León Magno, lo expresaron de la manera más elocuente y precisa.

San Ambrosio exclama en su Liturgia de Navidad:
-¡Hoy celebramos el nacimiento de nuestra salvación! ¡Hoy hemos nacido todos los salvados!... Tiende su mirada más allá de la Iglesia, y felicita al mundo entero: -Hoy en Cristo, oh Dios, haces renacer a todo el mundo.

Y el Papa San León Magno, con su elegancia de siempre, dice también:
- ¿Sólo el nacimiento del Redentor? ¡También nuestro propio nacimiento! El nacimiento de Cristo es el nacimiento de todo el pueblo cristiano. Cada uno de los cristianos nace en este nacimiento de hoy.

Tiene razón la Iglesia al cantar en uno de los prefacios de Navidad: -De una humanidad vieja nace un pueblo nuevo y joven...
Porque el Hijo de Dios, al hacerse hombre, nos hace a todos los hombres hijos de Dios. El nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro propio nacimiento a la vida celestial. Es nuestro cumpleaños también. ¡La enhorabuena a todos!...

Una felicitación de la que no es excluido nadie, desde el momento que todos somos llamados a la salvación. Ese mismo Papa de la antigüedad y Doctor de la Iglesia, San León Magno, felicita a todos con un párrafo que es célebre:
- ¡Felicitaciones, carísimos, porque ha nacido el Salvador! No cabe la tristeza cuando nace la vida. Si eres santo, ¡alégrate!, porque tienes encima tu premio. Si eres pecador, ¡alégrate!, porque se te ofrece el perdón. Si eres un pagano todavía, ¡alégrate!, porque eres llamado a la vida de Dios.

Una familia cristiana de Viena, a mitades del siglo dieciocho, celebró la Navidad de una manera singular. Aquel matrimonio tan bello recibía cada hijo como el mayor regalo de Dios. Apenas la esposa sentía los primeros síntomas, el esposo sacaba del armario los cirios de los niños anteriores y quedaban prendidos durante todo el rato que se prolongaba la función augusta del alumbramiento. Los cirios correspondían a los ángeles custodios de los hijos, que velaban este momento solemne. Cuando había llegado el bebé, se apagaban los cirios y se guardaban hasta que viniese otro vástago al hogar. En esta Navidad se prendieron nueve cirios. El primero se había hecho bastante corto, pues había alumbrado la estancia muchas veces anteriormente. El más alto, el prendido ahora por primera vez, correspondía a Clemente, el niño que venía entre las alegrías navideñas, bautizado a las pocas horas, y conocido hoy en la Iglesia como San Clemente María Hofbauer...

Este niño, que iba a ser un gran santo, es el símbolo de una realidad que se repite tantas veces en las familias cristianas. Con nuestra venida al mundo en el seno de la Iglesia, al recibir el Bautismo, repetimos todos el hecho de Belén. Cristo nace en un nuevo cristiano. Jesús y nosotros celebramos nuestro cumpleaños en el mismo día...

¡Felicidades a todos! ¡Felicidades!
Y que repitamos este cumpleaños, el de Jesús y nuestro, por muchas Navidades más....

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domingo, 29 de noviembre de 2009

¡PRESENCIA EN LA AUSENCIA!


Con el Tiempo de Adviento, comienza para nosotros el Año litúrgico, un año de gracia del Señor.
Nuestra celebración eucarística se abre con palabras de súplica, que nacen de conciencia humilde y corazón confiado: “A ti, Señor, levanto mi alma: Dios mío, en ti confío”.
Decimos al Señor, a ti levanto mi alma, como quien desde la tierra, desde lo hondo, desde la noche, desde la ausencia, busca las huellas del Amado.
Decimos al Señor, a ti levanto mi alma, pues en la noche de su ausencia nos sentimos pequeños como niños, necesitados como niños, confiados como niños.
Le decimos, a ti, Señor, levanto mi alma, pues lo reconocemos grande, el único grande, generoso, el más generoso, cariñoso, el más acogedor.
Le decimos, a ti levanto mi alma, y a él volvemos los ojos desde nuestra soledad, y en la mirada levantada, el alma y el corazón salen clamando, con la certeza de que el Señor se abajará hasta nuestra pequeñez, y nos levantará hasta su pecho, hasta su rostro, hasta sus mismos ojos.
Éste es nuestro Adviento, tiempo de humildad confiada, de confianza humilde, de deseo ardiente, de mirada al cielo, de esperanza cierta.
Éste es el tiempo en que tu Dios se te hace presente en el misterio de su ausencia:
Apagada la antorcha del ocaso,
de amor se enciende el alma de la Esposa,
para ver de su Amado en cada cosa
la huella misteriosa de su paso.

Noche, que del Amor traes memoria,
noticia de su ausencia a nuestro anhelo,
serías, si le hallásemos, ya el cielo,
y tu sombra sería ya la gloria.

Cuando llegue la dicha del encuentro,
comunión del Amado con su Amada,
la Iglesia brillará inmaculada,
pues Dios será su lámpara y su centro.
Feliz domingo.
Feliz espera del Señor.
Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger


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domingo, 22 de noviembre de 2009

JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO



ÚLTIMO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

En la eucaristía y en los pobres nos visita… ¡El Rey!

A un pobre, juzgado por sanedrines teocráticos y magistrados imperiales, condenado por todos, ajusticiado como blasfemo, como esclavo y criminal, y sellado en un sepulcro para enterrar allí con su cuerpo también su memoria, a ese pobre los cristianos lo celebramos en la liturgia de cada día, que es lo mismo que decir, lo recordamos con agradecimiento y con fiesta, y hoy lo declaramos, no sólo nuestro Rey, sino El Rey del universo, ¡El Rey!
Interrogado por el procurador romano: ¿Eres tú el rey de los judíos?, Jesús de Nazaret, un hombre despojado de todo poder, un acusado a quien todos podían escupir y despreciar, humillar y atormentar, responde: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.
Ese hombre, Jesús, con su púrpura de burla, su corona de espinas, su trono de crucificado, ése es el Rey ante quien nosotros nos inclinamos, henchidos de luz los ojos, henchido de gozo el corazón; ése es el Rey a quien hoy aclamamos diciendo: El Señor reina, vestido de majestad.
En ese hombre, en ese pobre, en su abandono, en su debilidad, reconocemos el amor que da consistencia al universo, la fuerza que lo mueve; en ese retoño sin aspecto que pudiéramos apreciar, en ese desecho de hombre, reconocemos al Hijo más amado, en quien el Padre quiso fundar todas las cosas: Así está firme el orbe y no vacila.
En ese crucificado reconocemos a Aquel que nos amó y nos liberó de nuestros pecados y nos ha convertido en un reino, y nos ha hecho sacerdotes de Dios.
De ese hombre nos fiamos. A ese Rey le abrimos de par en par las puertas de nuestra vida
Sea que lo recibamos resucitado y humilde en la divina eucaristía, sea que lo recibamos herido y necesitado en el cuerpo de sus pobres, es siempre el Rey quien entra en nuestra vida, es el Señor quien se sienta como rey eterno, es el Señor quien bendice a su pueblo con la paz.
Pero éstas son sólo cosas de la fe, misterios que la fe revela, alegría que ella pone en el corazón, luz que ella enciende en la mirada. El milagro de la fe nos permite ver al Rey, recibirlo y abrazarlo en la Eucaristía y en los pobres.

Fr. Santiago Agrelo Martínez

Arzobispo de Tánger

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domingo, 15 de noviembre de 2009

XXXIII DOMINGO DEL TIEMO ORDINARIO


Me saciarás de gozo en tu presencia.

Hemos llegado a los días finales del Año litúrgico, y la comunidad creyente vuelve la mirada a los acontecimientos últimos de la historia de la salvación. Hoy, a la luz de la fe, la Iglesia contempla la venida del Hijo del hombre “sobre las nubes con gran poder y majestad”.


La eucaristía que celebramos es anticipación sacramental de aquel día de consolación que esperamos.

El que hoy nos reúne para que escuchemos su palabra y lo recibamos en comunión, en aquel día reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos. El que hoy es pan para nuestro camino, será nuestra vida en la meta alcanzada. El que es ahora nuestra esperanza, será entonces nuestra gloria.

Considera, Iglesia amada del Señor, el misterio de la eucaristía que celebras, y vuelve a pronunciar las palabras de tu oración: “El Señor es el lote de mi heredad… con él a mi derecha no vacilaré”. Entra en el amor que te envuelve: Dios es tu herencia; Dios es tu fuerza; Dios es tu Dios… Las palabras de tu oración se han llenado de significado nuevo: “Se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas”.

El salmista de la alianza antigua no pudo conocer esa alegría tuya, no pudo experimentar tu gozo, pues él sólo conoció figuras de las realidades celestes que tú has podido gustar.
Con todo, tú que gozas con la verdad de lo que has recibido, suspiras siempre por alcanzar lo que todavía esperas. Tú sabes del que amas, y gozas ya con su presencia; pero lo ves todavía en su pequeñez sacramental, en su soledad, en su abandono de Amor no amado.
Tú sabes del que amas, y él es ya tu dicha, pero sólo puedes abrazarlo pobre, sólo puedes ser feliz con lágrimas, sólo puedes conocer esa amargura dichosa. Y sueñas otro tiempo, deseas otro encuentro, buscas otra dicha: “Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”. Por eso, con los ojos puestos en el futuro, oras y trabajas para que amanezca el día en que puedas, finalmente, abrazar sólo hambrientos saciados y descubras que Dios es la herencia de los pobres.
¡Ven, Señor Jesús!

Fray Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger
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lunes, 19 de octubre de 2009

EN BUSCA DEL "AMOR"...



Yo no sé que haya nada más grande que dejarse en manos de DIOS; que entregarse a Jesús, para que siga su plan de AMOR: AMOR al Padre y AMOR a los hermanos. Nadie que pruebe lo suave que es su yugo y ligera su carga, puede volver la vista atrás.

Si todos buscamos AMOR y necesitamos dar AMOR, nadie más exigente que Dios, dando y esperando este AMOR. Por eso es suave su yugo: el AMOR lo hace así.

Si amas a alguien, sabrás lo fácil y bonito que resulta todo.
Dice una canción: "Cada día contigo es todo un verso". Las Hermanas Cristina, Isabel y Práxedes, cuando dicen que sí a esta invitación de Dios, no renuncian al amor, eligen el AMOR. Eligen AMAR.

Esto no se suele entender. Con frecuencia se escucha por ahí: ¡Qué lástima, tan jóven, tan bonita, con tantas posibilidades...y se va religiosa¡ nuestras Hermanas también lo escucharon: tantos valores humanos, amistades, atractivo, simpatía, capacidad de amar... y lo dejan todo por un AMOR que no se ve, ni se toca, y por una tarea que no brilla...

Yo digo: ¿Es que Jesús, que hizo las flores y modeló cada corazón, no se merece los ojos más bonitos y los mejores latidos...?

A Jesús se le puede amar con todo el corazón. Quien ama así, como Cristinas, Isabel y Práxedes, no puede dar lástima; porque no renuncian, eligen ; y eligen al AMOR de los amores y... "cada día con Cristo es todo un verso"...
Sor Mª Celina OSC

domingo, 4 de octubre de 2009

SAN FRANCISCO DE ASÍS



San Francisco fue un santo que vivió tiempos difíciles de la Iglesia y la ayudó mucho. Renunció a su herencia dándole más importancia en su vida a los bienes espirituales que a los materiales.

Francisco nació en Asís, Italia en 1181 ó 1182. Su padre era comerciante y su madre pertenecía a una familia noble. Tenían una situación económica muy desahogada. Su padre comerciaba mucho con Francia y cuando nació su hijo estaba fuera del país. Las gentes apodaron al niño “francesco” (el francés) aunque éste había recibido en su bautismo el nombre de “Juan.”

En su juventud no se interesó ni por los negocios de su padre ni por los estudios. Se dedicó a gozar de la vida sanamente, sin malas costumbres ni vicios. Gastaba mucho dinero pero siempre daba limosnas a los pobres. Le gustaban las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores.

Cuando Francisco tenía como unos veinte años, hubo pleitos y discordia entre las ciudades de Perugia y Asís. Francisco fue prisionero un año y lo soportó con alegría. Cuando recobró la libertad cayó gravemente enfermo. La enfermedad fortaleció y maduró su espíritu. Cuando se recuperó, decidió ir a combatir en el ejército. Se compró una costosa armadura y un manto que regaló a un caballero mal vestido y pobre. Dejó de combatir y volvió a su antigua vida pero sin tomarla tan a la ligera. Se dedicó a la oración y después de un tiempo tuvo la inspiración de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio. Se dio cuenta que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Un día se encontró con un leproso que le pedía una limosna y le dio un beso.

Visitaba y servía a los enfermos en los hospitales. Siempre, regalaba a los pobres sus vestidos, o el dinero que llevaba. Un día, una imagen de Jesucristo crucificado le habló y le pidió que reparara su Iglesia que estaba en ruinas. Decidió ir y vender su caballo y unas ropas de la tienda de su padre para tener dinero para arreglar la Iglesia de San Damián. Llegó ahí y le ofreció al padre su dinero y le pidió permiso para quedarse a vivir con él. El sacerdote le dijo que sí se podía quedar ahí, pero que no podía aceptar su dinero. El papá de San Francisco, al enterarse de lo sucedido, fue a la Iglesia de San Damián pero su hijo se escondió. Pasó algunos días en oración y ayuno. Regresó a su pueblo y estaba tan desfigurado y mal vestido que las gentes se burlaban de él como si fuese un loco. Su padre lo llevó a su casa y lo golpeó furiosamente, le puso grilletes en los pies y lo encerró en una habitación (Francisco tenía entonces 25 años). Su madre se encargó de ponerle en libertad y él se fue a San Damián. Su padre fue a buscarlo ahí y lo golpeó y le dijo que volviera a su casa o que renunciara a su herencia y le pagara el precio de los vestidos que había vendido de su tienda. San Francisco no tuvo problema en renunciar a la herencia y del dinero de los vestidos pero dijo que pertenecía a Dios y a los pobres. Su padre le obligó a ir con el obispo de Asís quien le sugirió devolver el dinero y tener confianza en Dios. San Francisco devolvió en ese momento la ropa que traía puesta para dársela a su padre ya que a él le pertenecía. El padre se fue muy lastimado y el obispo regaló a San Francisco un viejo vestido de labrador que tenía al que San Francisco le puso una cruz con un trozo de tiza y se lo puso.

San Francisco partió buscando un lugar para establecerse. En un monasterio obtuvo limosna y trabajo como si fuera un mendigo. Unas personas le regalaron una túnica, un cinturón y unas sandalias que usó durante dos años.

Luego regresó a San Damián y fue a Asís para pedir limosna para reparar la Iglesia. Ahí soportó las burlas y el desprecio. Una vez hechas las reparaciones de San Damián hizo lo mismo con la antigua Iglesia de San Pedro. Después se trasladó a una capillita llamada Porciúncula, de los benedictinos, que estaba en una llanura cerca de Asís. Era un sitio muy tranquilo que gustó mucho a San Francisco. Al oir las palabras del Evangelio “...No lleven oro....ni dos túnicas, ni sandalias, ni báculo..”, regaló sus sandalias, su báculo y su cinturón y se quedó solamente con su túnica sujetada con un cordón. Comenzó a hablar a sus oyentes acerca de la penitencia. Sus palabras llegaban a los corazones de sus oyentes. Al saludar a alguien, le decía “La paz del Señor sea contigo”. Dios le había concedido ya el don de profecía y el don de milagros.

San Francisco tuvo muchos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. Su primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle que era un rico comerciante de Asís que vendió todo lo que tenía para darlo a los pobres. Su segundo discípulo fue Pedro de Cattaneo. San Francisco les concedió hábitos a los dos en abril de 1209.

Cuando ya eran doce discípulos, San Francisco redactó una regla breve e informal que eran principalmente consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Después de varios años se autorizó por el Papa Inocencio III la regla y les dio por misión predicar la penitencia.

San Francisco y sus compañeros se trasladaron a una cabaña que luego tuvieron que desalojar. En 1212, el abad regaló a San Francisco la capilla de Porciúncula con la condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la nueva orden. Él la aceptó pero sólo prestada sabiendo que pertenecía a los benedictinos.


Alrededor de la Porciúncula construyeron cabañas muy sencillas. La pobreza era el fundamento de su orden. San Francisco sólo llegó a recibir el diaconado porque se consideraba indigno del sacerdocio. Los primeros años de la orden fueron un período de entrenamiento en la pobreza y en la caridad fraterna. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta. El fundador les había prohibido aceptar dinero. Se distinguían por su gran capacidad de servicio a los demás, especialmente a los leprosos a quienes llamaban “hermanos cristianos”. Debían siempre obedecer al obispo del lugar donde se encontraran. El número de compañeros del santo iba en aumento.
Santa Clara oyó predicar a San Francisco y decidió seguirlo en 1212.


San Francisco consiguió que Santa Clara y sus compañeras se establecieran en San Damián. La oración de éstas hacía fecundo el trabajo de los franciscanos.

San Francisco dio a su orden el nombre de “Frailes Menores” ya que quería que fueran humildes. La orden creció tanto que necesitaba de una organización sistemática y de disciplina común. La orden se dividió en provincias y al frente de cada una se puso a un ministro encargado “del bien espiritual de los hermanos”. El orden de fraile creció más alla de los Alpes y tenían misiones en España, Hungría y Alemania. En la orden habían quienes querían hacer unas reformas a las reglas, pero su fundador no estuvo de acuerdo con éstas. Surgieron algunos problemas por esto porque algunos frailes decían que no era posible el no poseer ningún bien. San Francisco decía que éste era precisamente el espíritu y modo de vida de su orden.

San Francisco conoció en Roma a Santo Domingo que había predicado la fe y la penitencia en el sur de Francia.


En la Navidad de 1223 San Francisco construyó una especie de cueva en la que se representó el nacimiento de Cristo y se celebró Misa.


En 1224 se retiró al Monte Alvernia y se construyó ahí una pequeña celda. La única persona que lo acompañó fue el hermano León y no quiso tener visitas. Es aquí donde sucedió el milagro de las estigmas en el cual quedaron impresas las señales de la pasión de Cristo en el cuerpo de Francisco. A partir de entonces llevaba las manos dentro de las mangas del hábito y llevaba medias y zapatos. Dijo que le habían sido reveladas cosas que jamás diría a hombre alguno. Un tiempo después bajo del Monte y curó a muchos enfermos.


San Francisco no quería que el estudio quitara el espíritu de su orden. Decía que sí podían estudiar si el estudio no les quitaba tiempo de su oración y si no lo hacían por vanidad. Temía que la ciencia se convirtiera en enemiga de la pobreza.

La salud de San Francisco se fue deteriorando, los estigmas le hacían sufrir y le debilitaron y ya casi había perdido la vista. En el verano de 1225 lo llevaron con varios doctores porque ya estaba muy enfermo. Poco antes de morir dictó un testamento en el que les recomendaba a los hermanos observar la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. Al enterarse que le quedaban pocas semanas de vida, dijo “¡Bienvenida, hermana muerte!”y pidió que lo llevaran a Porciúncula. Murió el 3 de octubre de 1226 después de escuchar la pasión de Cristo según San Juan. Tenía 44 años de edad. Lo sepultaron en la Iglesia de San Jorge en Asís.

Son famosas las anécdotas de los pajarillos que venían a escucharle cuando cantaba las grandezas del Señor, del conejillo que no quería separarse de él y del lobo amansado por el santo. Algunos dicen que estas son leyenda, otros no.

San Francisco contribuyó mucho a la renovación de la Iglesia de la decadencia y el desorden en que había caído durante la Edad Media. El ayudó a la Iglesia que vivía momentos difíciles.

¿Qué nos enseña la vida de San Francisco?

Nos enseña a vivir la virtud de la humildad. San Francisco tuvo un corazón alegre y humilde. Supo dejar no sólo el dinero de su padre sino que también supo aceptar la voluntad de Dios en su vida. Fue capaz de ver la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre. Veía la grandeza de Dios en la naturaleza.

Nos enseña a saber contagiar ese entusiasmo por Cristo a los demás. Predicar a Dios con el ejemplo y con la palabra. San Francisco lo hizo con Santa Clara y con sus seguidores dando buen ejemplo de la libertad que da la pobreza.

Nos enseña el valor del sacrificio. San Francisco vivió su vida ofreciendo sacrificios a Dios.

Nos enseña a vivir con sencillez y con mucho amor a Dios. Lo más importante para él era estar cerca de Dios. Su vida de oración fue muy profunda y era lo primordial en su vida.
Fue fiel a la Iglesia y al Papa. Fundó la orden de los franciscanos de acuerdo con los requisitos de la Iglesia y les pedía a los frailes obedecer a los obispos.

Nos enseña a vivir cerca de Dios y no de las cosas materiales. Saber encontrar en la pobreza la alegría, ya que para amar a Dios no se necesita nada material.

Nos enseña lo importante que es sentirnos parte de la Iglesia y ayudarla siempre pero especialmente en momentos de dificultad.

Edita: Edelweiss

martes, 29 de septiembre de 2009

DETRÁS DE CADA SACERDOTE EN PIE, HAY UNA RELIGIOSA DE RODILLAS.



Un amor a Jesucristo ofrecido por todo el mundo

Las religiosas contemplativas son las esposas de Jesús. Su vida: amar a Cristo Eucaristía por todos los que no le aman; su misión: agradar a Dios con su gigantesca generosidad e interceder por sus hermanos los hombres. Desde sus claustros ellas son salvadoras de almas y alegres testigos de la existencia de Dios.
El pueblo de Israel salió a combatir contra Amalec mientras que Moisés subió a la cima del monte. “Y sucedió que, mientras Moisés tenía alzadas las manos (en oración), vencía Israel; pero cuando las bajaba, vencía Amalec” (Cf. Ex 17, 10-11). Mientras las religiosas continúen cumpliendo su misión de orar por la Iglesia, la Iglesia seguirá en pie; avanzando contra corriente. Ellas son la fuerza y el orgullo de la Iglesia.
Su tarea es rezar por los demás. Nadie escapa de sus oraciones, no por el tiempo que dedican, sino por lo amplio de su corazón. San Agustín dijo: “El tamaño de tu corazón es del tamaño de tus preocupaciones”. Su preocupación es la salvación eterna de todas las almas.
Juan Pablo II dijo: “En este Cuerpo místico que es la Iglesia, vosotras habéis elegido ser el corazón”. Si las almas de vida contemplativa son la fuerza y el corazón de la Iglesia, de su fidelidad depende que cuando vuelva el Hijo del hombre encuentre fe sobre la tierra (Lc 18, 8). “Si son lo que tienen que ser, encenderán fuego al mundo entero”.
Las religiosas de vida contemplativa son para mí el más ilustre testimonio de amor a Jesucristo; ellas le han dado a Dios su tiempo, su carne, su vida. ¡Ellas no se conforman con menos! Sólo la experiencia del amor ha sido el único motor capaz de impulsarlas hasta el grado de entrega que exige su vocación de esposas de Cristo y salvadoras de almas a través de la oración. El ideal que Cristo les propone es muy alto y digno de admiración. Entregan su vida para que nosotros tengamos vida.
Las madres contemplativas, con su inmortal oración, infunden un soplo de esperanza en la vida de la Iglesia y al hombre actual. Sus plegarias dan Vida a nuestras vidas. Nosotros, a ejemplo de ellas, debemos prepararnos para la contemplación eterna de Dios; he aquí la meta última para todos.
He conocido a varias de ellas y puedo decir que la felicidad que reflejan sus rostros son un dulce amanecer. Ellas reconocen con alegría que Cristo, su esposo, es el creador de la felicidad. La Iglesia confía y espera tanto de su amor a Cristo y a los hombres.

Edita: Edelweiss

domingo, 27 de septiembre de 2009

¿SOÑADOR?: CADAVER… O DELINCUENTE.


Primero apartaron la barca de tierra, sólo un poco, y Jesús se puso a enseñar. Hablaba de Dios y de un Reino en el que amor y justicia divinos alcanzaban a los desheredados de la justicia y del amor.
Luego, el Maestro dijo: “Mar adentro”, y salieron para largar aparejos y pescar. Aquella pesca fue un milagro, revelación del misterio presente en un mundo de trabajos y pecado; aquello fue para los testigos el comienzo de un mundo nuevo.
Hoy, de muchos lugares del norte de África, salen “mar adentro”, camino de Europa, zódiacs, pateras, cayucos, míseras embarcaciones cargadas de humanidad joven, que sueña también para ella su pesca milagrosa, una humanidad nacida con derecho a soñar y condenada a morir sin derecho a pescar.
No podemos medir el dolor de los que sufren en la frontera sur de Europa; ni siquiera somos capaces de estimar el número de los que en ella mueren. El dolor innecesario y la muerte violenta parecen formar parte del paisaje, y corremos el riesgo de habituarnos a verlos como vemos amanecer o llover.
No hace mucho, en aguas del Mediterráneo, entre Libia e Italia, murieron 73 inmigrantes. Otros cinco fueron rescatados con vida. El mismo día en que fueron rescatados de la muerte, empezaron a ser delincuentes por ley en el estado italiano.
Hace sólo unos días, de treinta y seis personas que, amontonadas en una zódiac, buscaban fortuna en las costas de España, sólo 11 fueron rescatadas con vida. El mismo día en que fueron rescatadas, esas personas empezaron a ser delincuentes por ley en el estado marroquí.
Cadáver o delincuente: tristísima e inaceptable alternativa para quienes sólo han soñado la posibilidad de una pesca milagrosa .

Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger


Edita: Edelweiss

XXVI DOMINGO DEL TIEMO ORDINARIO



Queridos: nuestras preocupaciones de hoy no son, manifiestamente, las que alteraron la normalidad de la vida en las tiendas de los israelitas acampados en el desierto; ni son tampoco las que expresó a Jesús su discípulo Juan, cuando a vio “a uno que echaba demonios” en nombre del Maestro.
Pese a todo, la palabra proclamada este domingo en nuestra celebración está llena de resonancias que necesitamos percibir para no ceder a la desesperanza.
“¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!” ¡Ojalá todo el pueblo sintiese de alguna manera en su carne el dolor de Dios por la muerte de sus hijos! Ojalá todo el pueblo recibiese el espíritu de Dios para conocer las profundidades de Dios, también su dolor. Nos hace falta el espíritu de Dios para conocer la perfección de su ley, la fidelidad de su precepto, la pureza de su voluntad, la justicia de sus mandamientos. Necesitamos el espíritu del Señor para reconocer a Cristo y reconocer nuestra propia carne en el hermano que sufre, en los hermanos que mueren.
Él, el Señor, indicaba esa misteriosa comunión, cuando dijo a sus discípulos: “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”. Y esa comunión con Cristo hace valiosos, precioso, incluso el vaso de agua que damos al hermano “porque es del Mesías”, porque es su cuerpo.
Que no cerremos a los pobres la puerta de la esperanza, por nuestra vana pretensión de entrar en la vida, no sólo con el cuerpo entero, sino también con nuestras riquezas. Más nos vale entrar sin nada en el Reino de Dios que ser echados con todo al abismo, “donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.

Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger

Editado por Edelweiss


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lunes, 21 de septiembre de 2009

MUJER... Y AMADA





Lo previsto era una comida. El fariseo invitaba, y Jesús había entrado en la casa y se había recostado a la mesa.
Pero llegó lo imprevisto: una mujer, conocida en la ciudad como pecadora. Llegó con su frasco de perfume, sus lágrimas, sus besos y su amor. En un instante, llenó con su presencia la sala y los pensamientos de los comensales.
No se puede asegurar que aquella mujer fuese una prostituta, pero se puede intuir. El evangelio dice que era “deudora” de una fuerte suma, que el prestamista “le había perdonado la deuda”, que esa deuda tenía que ver con “sus muchos pecados”, y que por esos muchos pecados ella “era en la ciudad una pecadora”.
El fariseo de entonces hizo de la mujer una valoración moral.
Hoy aquella vieja moral merece sólo la calificación de hipocresía. En consecuencia, los anfitriones de la mujer en el banquete de la modernidad, sólo estarían dispuestos a considerar si tienen delante a una víctima de tráfico de personas, a una forzada de la explotación sexual, o a una mujer que ha decidido practicar libremente un legítimo comercio sexual.
Hoy la “deudora” del relato evangélico sería sólo una poco o nada protegida “trabajadora sexual”. Y para ellas se pide protección en el trabajo y supresión de la discriminación social, así como “políticas de ayuda y reinserción para todas las personas que deseen otra forma de vida laboral”.
Yo también considero exigibles para ellas la necesaria seguridad y el respeto de su inalienable dignidad humana. Temo, sin embargo, que por ese solo camino, no se abrirá nunca en sus vidas un espacio para el perfume, las lágrimas, los besos y el amor agradecido de que habla el relato evangélico. Deseo y pido que un día, encontrándose con Cristo, también ellas descubran que son algo más que trabajadoras del sexo: ¡Que son mujeres y son amadas!

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 20 de septiembre de 2009

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Cristo: tu vocación, tu destino, tu camino.


Cada domingo, en la celebración eucarística, la Iglesia se encuentra con Cristo el Señor, escucha su palabra y se hace una sola cosa con él en la comunión.
La Iglesia sabe que su vocación es Cristo, y que su destino es el de aquel a quien ella escucha y con quien comulga. Pues el Hijo de Dios se hizo hombre, la Palabra eterna habitó entre nosotros, para vivir, encarnada, lo que nosotros vivimos, sentir la debilidad que sentimos, llorar nuestras lágrimas, suplicar desde nuestras pobrezas, gritar de esperanza desde nuestros caminos sin salida.
Ésta es la oración de tu domingo: “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder”. Son palabras que suben desde el corazón del justo perseguido, desde la soledad de Cristo, desde tu propia vida de comunidad creyente.
Considera y admira el misterio de tu comunión con Cristo en la oración. Tú y él pronunciáis las palabras del mismo salmo, compartís la misma fe, lleváis en el alma la misma esperanza. Tú y él experimentáis la misma salvación, hacéis la misma ofrenda voluntaria y expresáis el mismo agradecimiento. Tú y él hacéis la misma confesión y vais repitiendo con la sabiduría de la fe: “El Señor sostiene mi vida”.
Considera y admira el misterio de tu comunión con Cristo en la muerte. Tú y él entregados en manos de los hombres, sometidos a la prueba de la afrenta y la tortura, condenados a muerte ignominiosa. No es tu vocación la arrogancia de los poderosos ni el poder de los arrogantes. Tú, como tu Señor, conocerás la prueba a la que será sometida tu moderación y tu paciencia. Pues de muchas maneras, Cristo en nosotros, y nosotros en Cristo, hemos de morir: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán”. Nuestra comunión con Cristo en la muerte se ilumina desde la comunión con Cristo en la oración. Por eso nosotros y él guardamos en el corazón y vamos repitiendo las mismas palabras de fe: “Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida”.
Considera finalmente y admira, Iglesia santa, el misterio de tu comunión con Cristo en el servicio a los demás, pues del camino que ha seguido Cristo, cabeza de la Iglesia, no ha de apartarse la Iglesia, cuerpo de Cristo. Él, el primero en todo, se hizo el último de todos; él, el Señor de todos, se hizo siervo de todos. Él es nuestra vocación, nuestro destino, nuestro camino.
Hoy, Iglesia santa, cuerpo de Cristo, nos encontramos con él, le escuchamos a él, comulgamos con él.
Feliz domingo.
+ Fr. Santiago agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger

jueves, 17 de septiembre de 2009

CRUCIFICADO CON CRISTO: LOS ESTIGMAS


Subida al monte de la Verna.

(Julio-agosto, 1224). Si Francisco visitó el eremitorio de la Verna antes de 1224, de ello no hay memoria alguna. Es más, a juzgar por lo que cuentan los biógrafos, se diría que sólo estuvo allí ese año. Se dice, en efecto, que Francisco salió de Asís con algunos compañeros y tomó el camino que sube por el valle superior del Tíber. Después de pasar una mala noche en el eremitorio de Montecasale, sus compañeros contrataron a un campesino de la villa de Tiso, para que los acompañara con su jumento hasta La Verna. "Eres tú Francisco, de quien todos hablan", le preguntó el buen hombre, nada más verlo. "Sí, soy yo", le respondió él. "Pues procura ser tan bueno como la gente cree que eres, y no la defraudes", sentenció el labriego, lo que hizo que el santo se apeara enseguida del burro y le besara los pies.

Era casi a mediados de agosto. En la subida, el calor se hacía insoportable y el campesino, muerto de sed, pedía a gritos un poco de agua. "Vete allí y la encontrarás -le dijo Francisco- El Señor la ha hecho brotar para ti". Así fue; y añaden los cronistas que en aquella ladera nunca hubo manantial alguno.

Cerca ya del eremitorio, el grupo se detuvo a descansar bajo una encina y, mientras el santo contemplaba el lugar, se vió rodeado de una multitud de pájaros de toda especie, que manifestaban su alegría con sus trinos y el batir de alas. Alguno incluso se posó sobre él, lo que hizo exclamar: "Me parece que el Señor le agrada que vengamos a este monte". Reemprendida la marcha, enseguida llegaron a un repecho cercano a la cima, donde vivían no más de dos o tres compañeros, en un pequeño eremitorio rodeado de bosques, al borde de una enorme grieta en las peñas, desde donde se divisaba un espectacular panorama.

El conde Orlando, apenas supo de la llegada del santo subió a saludarlo y, a petición suya, ordenó a sus hombres que le hicieran una choza o celda al pie de un haya grande, al borde del precipicio y como a un tiro de piedra del oratorio. Al despedirse, esa misma tarde, el conde se ofreció a los hermanos para lo que necesitaran, de modo que pudieran dedicarse enteramente a la oración, libres de preocupaciones, pero Francisco después, a solas, aconsejó a los suyos que no tuviesen muy en cuenta su generoso ofrecimiento, alegando que "hay un contrato entre el mundo y los frailes menores: vosotros le debéis buen ejemplo y él, a cambio, os debe el sustento; mas si un día faltaseis al compromiso, el mundo, con razón, os volverá la espalda". Y añadió: "Tengo intención de quedarme aquí, sólo con Dios y llorando mis pecados. No permitáis que se me acerque ningún seglar. Responded vosotros por mí. Fray León me traerá algo de comer, cuando lo crea conveniente".

Cuaresma en honor de San Miguel

<(15 agosto - 29 septiembre, 1224). Al cabo de unos días Francisco, queriendo conocer lo que el Señor quería de él, tomó, como de costumbre, los evangelios, oró y lo abrió por tres veces. En las tres ocasiones el texto hablaba del anuncio de la pasión de Jesús, como dándole a entender que tenía que seguir soportando angustias, combates y tribulaciones, mas no por eso se acobardó, pues jamás regateó sufrimiento o sacrificio alguno, con tal que la voluntad de Dios se cumpliera en él. Su sabiduría y mayor aspiración fueron siempre esas.
Atraído por los signos que el Señor le iba manifestando, Francisco decidió prolongar su estancia allí durante toda una cuaresma de ayuno, entre las fiestas de la Asunción de la Virgen (15 de agosto) y del Arcángel San Miguel (29 de septiembre), de quienes era especialmente devoto. Según su costumbre, buscó el lugar más apartado que pudo, donde no pudiera ser visto ni oído por sus propios compañeros. Lo encontró al otro lado del precipicio, a donde se podía acceder sólo mediante un tronco atravesado a modo de puente. Entonces pidió a los hermanos que le prepararan una celda, y les dio estas instrucciones: "Ninguno de vosotros debe de acercarse aquí, ni ningún seglar. Sólo tú, fray León, vendrás una vez, durante el día, a traerme agua y un poco de pan, y otra vez por la noche, para rezar maitines. Te acercarás a la pasarela y dirás: Señor, ábreme los labios. Y si no te respondo, márchate enseguida".
Tales precauciones eran debidas a que no le gustaba que lo sorprendieran en uno de sus frecuentes éxtasis. Apenas se quedó solo, temiendo que aquel retiro fuese sólo un pretexto para descansar y huir de las fatigas de la predicación, pidió al Señor otra señal de que aquello era voluntad suya.
A la mañana siguiente, mientras rezaba, creyó ver la respuesta en los pájaros de toda especie que, uno por uno, sobrevolaban la celda, alegrándolo con sus trinos.
Entre ellos había un halcón, que tenía su nido junto a su choza, y cada noche lo despertaba a la hora de maitines, excepto cuando no se encontraba bien; entonces lo dejaba dormir hasta el amanecer. Mas no todo fueron consuelos en aquel monte.
El santo confesó al compañero que el demonio lo molestaba mucho por la noche, por eso ayunaba con mayor rigor, a pan y agua, y pasaba las noches en vela, orando y mortificándose. Fray León, cada mañana preparaba el fuego en una choza donde el Santo solía comer, y luego iba a su celda, a leerle el Evangelio del día, pues aún no estaba permitido a los hermanos Menores celebrar la Misa de campaña. Después de las lecturas, tomadas de un breviario que ahora se conserva en Asís, en el monasterio de Santa Clara, Francisco besaba la página con respeto, y luego se iba a comer. Pero un día, el fuego prendió en la choza y él, por el gran respeto que sentía por las criaturas, en especial por el "hermano fuego", no quiso ayudar a los hermanos a apagarlo, limitándose a poner a salvo una piel con la que se tapaba por las noches; mas luego confesó al compañero: "He pecado de avaricia. No la usaré más".
Otro día estuvo a punto de despeñarse por el precipicio, mientras buscaba un lugar más recogido para orar en una cavidad formada por enormes bloques de piedra desprendidos y atravesados sobre la hendidura del monte. Una de las piedras cedió y se salvó de puro milagro. según él, era una más de las insidias del diablo. En cierta ocasión, mientras observaba aquella espantosa grieta, se le reveló que la produjo el mismo terremoto que resquebrajó el Calvario en el momento de la muerte de Jesucristo, y que Dios lo había dispuesto así porque en ese monte debía renovarse su Pasión.
Francisco quedó tan impresionado, que se refugió enseguida a su celda, a tratar de descifrar aquel misterio. Desde entonces se hizo más frecuente la intensidad y dulzura de la contemplación. Visión del Serafín e impresión de las llagas (13-14 septiembre, 1224). El verano tocaba a su fin. Una noche de luna llena, fray León fue, como siempre, a rezar maitines con Francisco, mas éste no respondió a la contraseña. Entre preocupado y curioso, el hermano cruzó la pasarela y fue a buscarlo. Lo encontró en un claro del bosque, de rodillas, en medio de un gran resplandor, con el rostro levantado, mientras decía: "¿Quién eres tú, mi Señor, y quién soy yo, gusano despreciable e inútil siervo tuyo", y levantaba las manos por tres veces.
El ruido de sus pasos sobre la hojarasca delató a fray León, que tuvo que confesar su culpa y explicar al Santo lo que había visto. Entonces éste decidió explicarle lo sucedido: "Yo estaba viendo por un lado el abismo infinito de la sabiduría, bondad y poder de Dios, pero también mi lamentable estado de miseria. Y el Señor, desde aquella luz, me pidió que le ofreciera tres dones. Le dije que sólo tenía el hábito, la cuerda y los calzones, y que aún eso era suyo. Entonces me hizo buscar en el pecho, y encontré tres bolas de oro, y se las ofrecí, comprendiendo enseguida que representaban los votos de obediencia, pobreza y castidad, que el Señor me ha concedido cumplir de modo irreprochable. Y me ha dejado tal sensación, que no dejo de alabarlo y glorificarlo por todos sus dones. Mas tú guárdate de seguir espiándome y cuida de mí, porque el Señor va a obrar en este monte cosas admirables y maravillosas como jamás ha hecho con criatura alguna".
Fray León no pudo dormir aquella noche, pensando en lo que había visto y oído. Uno de aquellos días se apareció un ángel a Francisco y le dijo: "Vengo a confortarte y avisarte para que te prepares con humildad y paciencia a recibir lo que Dios quiere hacer de ti". "Estoy preparado para lo que él quiera", fue su respuesta. La madrugada del 14 de septiembre, fiesta de la Santa Cruz, antes del amanecer, estaba orando delante de la celda, de cara a Oriente, y pedía al Señor "experimentar el dolor que sentiste a la hora de tu Pasión y, en la medida de los posible, aquel amor sin medida que ardía en tu pecho, cuando te ofreciste para sufrir tanto por nosotros, pecadores"; y también, "que la fuerza dulce y ardiente de tu amor arranque de mi mente todas las cosas, para yo muera por amor a ti, puesto que tú te has dignado morir por amor a mi". De repente, vio bajar del cielo un serafín con seis alas. Tenía figura de hombre crucificado. Francisco quedó absorto, sin entender nada, envuelto en la mirada bondadosa de aquel ser, que le hacía sentirse alegre y triste a la vez. Y mientras se preguntaba la razón de aquel misterio, se le fueron formando en las manos y pies los signos de los clavos, tal como los había visto en el crucificado. En realidad no eran llagas o estigmas, sino clavos, formados por la carne hinchada por ambos lados y ennegrecida. En el costado, en cambio, se abrió una llaga sangrante, que le manchaba la túnica y los calzones.
Explicaba fray León que el fenómeno fue más palpable y real de lo muchos creen, y que estuvo acompañado de otros signos extraordinarios corroborados por testigos, que creyeron ver el monte en llamas, iluminando el contorno como si ya hubiese salido el sol. Algunos pastores de la comarca se asustaron, y unos arrieros que dormían se levantaron y aparejaron sus mulas para proseguir su viaje, creyendo que era de día.
La aparición de Francisco con los brazos en cruz y bendiciendo a los frailes reunidos en Arlés, mientras San Antonio de Lisboa o de Padua predicaba acerca de la inscripción de la cruz (Jesús Nazareno Rey de los Judíos) debió de ser una confirmación del prodigio, pues los capítulos provinciales, según la Regla, se celebraban en septiembre, en torno a la fiesta de San Miguel (San Antonio estuvo en Provenza del 1224 al 1226). Así parece darlo a entender San Buenaventura, cuando escribe que "más tarde se comprobó la veracidad del hecho, no sólo por los signos evidentes, sino también por el testimonio explícito del Santo". Cuando fray León acudió aquella mañana a prepararle la comida, Francisco no pudo ocultarle lo sucedido.
Desde aquel instante, él será su enfermero, encargado de lavarle cada día las heridas y cambiarle las vendas, para amortiguarle el dolor y las hemorragias; excepto el viernes, ya que el Santo no quería que nadie mitigara sus sufrimientos ese día. Las cuatro prerrogativas de la Orden (septiembre, 1224).
Francisco aún permaneció dos semanas en aquella celda, hasta concluir la cuaresma, el 29 de septiembre. Uno de aquellos días, sintiéndose triste por el mal ejemplo de algunos hermanos de la Orden, y de otros que abandonaban su vocación, el Señor lo consoló con estas palabras: "¿Por qué te entristeces? ¿No soy yo quien hace que el hombre se convierta y haga penitencia en tu Orden? ¿quién le da fuerzas para perseverar, sino yo? Yo no te he escogido por que seas sabio, ni elocuente, sino por tu sencillez, para que todos sepan que soy yo quien cuida de mi rebaño.
Yo te he puesto entre ellos como un signo, para que vean lo que hago en ti, y te imiten. Los que me siguen me tendrán a mí; los que no, perderán lo que creían tener. Por eso, no te aflijas; haz bien lo que haces, trabaja bien lo que trabajas, pues yo he plantado tu Orden en el amor perpetuo.
La amo tanto, que si alguno la abandona y muere fuera de ella, yo llamaré a otro, para que ocupe su lugar. Y si aún no ha nacido, yo haré que nazca. Tanto la amo que, aunque sólo quedasen dos o tres hermanos, no la abandonaré jamás". Después de esta revelación, cuando el compañero fue a prepararle la mesa a Francisco, lo encontró sentado delante de la piedra grande y cuadrada que le servía de mesa, y éste le ordenó lavarla, primero con agua, luego con vino y, finalmente, con aceite, porque, según le dijo, "sobre esta piedra ha estado sentado un ángel.
Estaba yo pensando en la suerte que correría mi Orden cuando yo no exista, y el ángel me aseguró estas cuatro cosas: que la Orden de los Menores durará hasta el fin del mundo; que ningún hermano de mala voluntad perseverará muco tiempo en ella; que no vivirá mucho quien la persiga de propósito; y que ningún hermano que la ame acabará mal".
Alabanzas al Dios Altísimo y Bendición a fray León
(septiembre 1224). Durante su estancia en La Verna, fray León atravesó un momento de crisis espiritual y pensó que una palabra del Señor acompañada por una breve nota manuscrita del santo le aliviaría, como ya ocurrió unos meses antes, cuando recibió de él una cariñosa carta autógrafa. Él no le dijo nada a San Francisco, pero éste lo llamó un día y le dijo: "Tráeme papel y tinta, que quiero escribir unas alabanzas que he compuesto para dar gracias a Dios por los beneficios recibidos". Y escribió las Alabanzas del Dios Altísimo (ver el texto en la columna izquierda). Luego, por la otra casa escribió la bendición sacerdotal que se encuentra en la Biblia (Num 6, 24-26) y debajo trazó el signo de la Tau, con que solía firmar sus escritos, y se lo entregó diciéndole: "Consérvalo cuidadosamente, hasta el día de tu muerte". Fray León recuperó la paz y desde entonces conservó la nota en una bolsita que llevaba colgada al cuello, debajo del hábito. Ahora forma parte parte de las reliquias del Sacro Convento de Asís, donde fray León murió y está sepultado, a dos pasos de la tumba de San Francisco.

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martes, 8 de septiembre de 2009

INVITACIÓN AL CUMPLEAÑOS DE MARÍA SANTÍSIMA


Feliz cumpleaños, Madre querida, te abraza tu hija, la que muchas veces te dejó esperando... la que buscaba la paz y la felicidad por otros caminos.

Los pájaros cantan desde los árboles más altos. Las flores se abalanzan sobre el aire saturándolo de aromas simples. El cielo abraza al mundo en un horizonte no tan lejano. ¿Por qué me parece que la naturaleza es un grito silencioso de esperanzas nuevas?

+ Porque es el cumpleaños de María Santísima- recuerda a mi alma la voz fuerte y serena del Ángel Gabriel.

- ¡Ay! Torpe de mí, que lo he olvidado- y es otro olvido que se suma a tantos... Éstos son los olvidos que van poniendo gris el alma.

+ No desesperes, amiga- Sonríe Gabriel, para que recuerde que la misericordia de Dios me envuelve y protege cuando más la imploro.- No desesperes, pues aún tienes tiempo de llegar a la gran fiesta.

- ¿Fiesta?¿Acaso en la parroquia....?

+ No te hablo de esas fiestas, sino de la que el Espíritu Santo prepara cada año para su fidelísima esposa.

- ¡Ah! Pero, amigo ¿Cómo voy yo a asistir a semejante fiesta? No, no soy digna...

Gabriel queda en silencio. Busca palabras y gestos para llegar a mi corazón.

+ Verás. El cumpleaños de María es, en el Reino Celestial, una muy hermosa fiesta. Todos los ángeles suspiramos de amor por el nacimiento de la Llena de Gracia. Todos los jardines eternos se inundan de canto: ¡Salve, Salve María!. La Santísima Trinidad se dispone a regalarle lo que más desea su corazón de Madre: Una gran mesa rodeada de todos sus hijos, precedida por Jesús... Y cuando digo “todos” significa “todos”.

- O sea que... yo...¿Podría asistir?

+ Claro que sí. Tu Madre te espera. No estaría completa sin ti. No estará completa si falta solo uno de sus hijos.

- Y ¿ Cómo llego?¿Cuál es el camino?.

+ El camino, amiga, parte de tu corazón. Nace de un sincero deseo de acercarse a Ella. Recuerda que puede ver tu corazón y conoce tus intenciones.

- Gracias, amigo. Pediré al Señor aumente mi fe y mi amor y me dé la gracia necesaria para desear estar siempre en la preciosa compañía de mi Madre. Pero aún no comprendo cómo llegaré al banquete, ni cómo he de ir presentada, ni cuáles regalos puedo llevar.

+ Es muy importante tu pregunta, por lo que la responderé por partes. Primero me preguntas dónde. Mira, la mejor de las madres jamás se aparta del mejor de los hijos. ¿Dónde hallas al Hijo?

- Pues.. en la Eucaristía. ¡Claro! Allí es el banquete. ¡La Santa Misa! ¡La tenía tan cerca y no me daba cuenta!. Entonces.. compartiremos los hermanos “el manjar más codiciado, este pan angelical” como dice esa canción que tanto me gusta. Gracias amigo por ayudarme a comprender.

+ También me preguntabas acerca de cómo ir presentada. Es un punto muy importante. ¿Cómo irá tu alma al banquete? Recuerda que el mismo Jesús te espera en el confesionario. Allí serás preparada adecuadamente para tan precioso momento. En cuanto a los presentes que puedes llevar a tu Madre ¿Cuál crees que le agradará más?
Me quedo en silencio. El mejor presente para María bien lo conozco. Pero temo no tenerlo en buenas condiciones.

- Creo, Gabriel, que el mejor regalo para ella es darle mi corazón, mi vida, todo mi ser, para que ella me conduzca a los brazos de su Hijo.

+ Así es... Mas no olvides que tu corazón debe ir acompañado constantemente de la oración, una oración que es un diálogo hermoso con “quien sabes que te ama”, como bien ha conocido Santa Teresa. Así, te acercarás a ella con el alma plena de agradecimiento. Cuánto más sincero sea tu agradecimiento más pronto llegará a su Inmaculado Corazón. Después, ofrécele tu corazón así como está. Con llagas y dolores, con tristezas y preguntas, con la sencilla alegría de tus días. Ella lo tomará gustosa, lo protegerá con sus delicadas manos y, con sus besos purísimos, curará todas sus llagas.

+ Luego… luego dile cuánto la amas. Díselo por todas las veces que no se lo dijiste. Díselo por todos los que no pudieron decírselo. Díselo también por todos los que no supieron. Ella se alegrará y sentirás su abrazo en las profundidades de tu alma. Más, no te inquietes si pasea su mirada por los bancos vacíos de la Parroquia. Quédate en silencio junto a Ella, para hacerle compañía. Seguro te contará que, en su fiesta soñada, cada hijo estaría en su banco... en el sitio que Ella le ha cuidado amorosamente.

+ Te dirá que los espera todos los días, que les ve caminar por la vida entre alegrías y tristezas, soledades y compañía, certezas y dudas. María quisiera decirles cuánto les ama, por eso les esperará siempre junto a los bancos vacíos.


El ángel Gabriel y yo nos quedamos en silencio un rato. El corazón nos viaja por el mundo contemplando los sitios que quedan vacíos en tantas misas. No soy juez de nadie, pues ni siquiera puedo recordar los motivos por los que, mi propio sitio, muchísimas veces estuvo vacío. Sé que, en cada lugar vacío hay un dolor, una soledad, una distancia...

Gabriel se va alejando entre las flores y los naranjos del patio de mi casa. Me queda en el alma el recuerdo de este momento. De su invitación al cumpleaños de María.
Tomo papel y lápiz. Transformo en letras los sentimientos que me desbordan el corazón.

Te dejo este relato, María querida, como un regalo más en tu cumpleaños. También lo mandaré a mis amigos, quizás le llegue al del banco vacío, como un simple recordatorio de que hay un lugar en el mundo que tiene su nombre, que no puede ser ocupado más que por él. Un lugar en el que le espera su Madre Celestial para abrazarle, consolarle y amarle, como nadie lo ha hecho jamás.

Feliz cumpleaños, Madre querida, te abraza tu hija, la que muchas veces te dejó esperando... la que buscaba la paz y la felicidad por otros caminos. La que no sabía que tu tenías mil regalos perfumados, esperándola, en silencio, junto a un banco vacío.

domingo, 6 de septiembre de 2009

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO



«Effetah» es el nombre que lleva en Tánger una escuela de educación especial para niños sordomudos. «Effetah» fue la palabra que Jesús pronunció antes de que al sordo “se le abriesen los oídos y se le soltase la traba de la lengua”. Y ése es el nombre que lleva en la celebración del bautismo cristiano un rito que recuerda y actualiza lo que Jesús hizo cuando curó a aquel sordo tartamudo; aquel día, el celebrante, tocando con el dedo pulgar tus oídos y tu boca, dijo: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre”. «Effetah» es palabra clave en la liturgia de este domingo; palabra que el Señor pronuncia hoy para todos, y que tiene para cada uno de nosotros una resonancia personal.
Intuyes que ésa, ¡«Effetah»!, fue la palabra que dijo el Señor cuando el mar se abrió para el paso de los esclavos hacia la libertad. Tu voz, o Dios, resonó en el desierto: ¡«Effetah»!, para que el cielo diese su pan y la roca diese su agua. ¡«Effetah»!, dijiste, y abriste como un cuchillo las aguas del Jordán, que se hicieron puerta por la que entraron tus hijos a la tierra de tus promesas.
¡«Effetah»!, dijo Dios, y se abrieron los cielos sobre el bautismo de Jesús y sobre la humildad de tu bautismo; y se abrió el paraíso sobre la cruz de Jesús, y el paraíso quedó a merced de los ladrones; y se abrieron los sepulcros, y a la muerte se le huyeron los vencidos.
No digas ya: “Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán”, porque la palabra se ha cumplido, la profecía ya es evangelio, la promesa se ha hecho realidad, y ahora, con Cristo el Señor, en comunión con Cristo resucitado, tú que estabas muerto, ves y oyes y entras con él por las puertas abiertas de Dios.
“Alaba, alma mía, al Señor”.
+ Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger

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miércoles, 2 de septiembre de 2009

APRENDIENDO A SER HERMANA ENTRE LAS HERMANAS


...”No pierdas de vista lo que te has propuesto;
Ten siempre presente ante los ojos el punto de
partida; conserva lo que has conseguido,
lo que haces, hazlo bien; no te detengas,
sino más bien avanza confiada y gozosamente
por la ruta de la bienaventuranza”... (CL 2 cta. 11-12)

No perder de vista el horizonte de la felicidad: JESUCRISTO , con la mirada puesta de un empezar en el ahora es palabra clave en este nuevo reemprender de mi vida por el camino del seguimiento, nada fácil, pero gozosa de la ruta de la bienaventuranza.

Sábado, 20 de Junio, 12 de la mañana. Fecha sellada por la Profesión Solemne en mi entrega al Señor con alma, corazón y vida, como bien se me ha dicho al comienza de la celebración.

Estas son pinceladas que resuenan de manera especial por mi memoria de la homilía de mi profesión, en la que se me recordaba que, he sido llamada a vivir en “FRATERNIDAD”, una fraternidad que me recibe con los brazos abiertos y el calor de un hogar, en la comunión de vida como pertenencia a la fraternidad. Aprendiendo en el día a día, a ser “HERMANA DE LAS HERMANAS”, desde la apertura, posibilitándome a salir del estrecho marco de mi propia vida a través de la dimensión contemplativa.

Son características vitales y signos visibles de credibilidad de la acogida y de la aceptación mutuas, en la que también se me decía, que estoy llamada a vivir mi vocación con calidad significativa, desde la alegría, la sencillez y la ternura, como hermana e hija de San Francisco y de Santa Clara, pero sin olvidar que esto sólo puede ser posible desde el continuo nacimiento del Espíritu Santo.

Retomando un poco meses atrás hasta el 20 de junio, fueron días de espera desde la tranquilidad y la serenidad. Con mucho más tiempo dedicado en lo personal. Ya próxima a la fecha indicada, la dedicación y el interés de los preparativos tanto en lo personal y del resto de mis hermanas de esta fraternidad, despertaban en mí una paz y una alegría de que llegase ya aquel día y que se terminase de una vez. Todo era fruto de los nervios; me era inevitable las diferentes imágenes que venían en mi recuerdo del pasado y del presente, despertando en mí una cierta nostalgia y a la vez, abriéndome paso a que realmente tengo una gran familia en la que mi vida tiene que consumirse en el aquí y ahora.

A mi corto trayecto de vida, pude experimentar que la vida es un don, un regalo, el mejor regalo de Dios, pero que también es un mar de lágrimas, marcados por el dolor y el sufrimiento, que hace posible el sentido de mi existencia; gracias a ello, me posibilita a abrir mi corazón desde mi propia experiencia hacia el encuentro de los demás. Todo forma parte de la vida; de allí surge mi pregunta: ¿Cómo debo vivirlo? Sólo queda decir que, la luz del Espíritu Santo mantenga mi mente despierta y mi corazón abierto a la buena nueva, y así mis palabras de gratitud al Señor porque en ese día me sentí muy acompañada con gestos de cercanía: por la gran familia cristiana que es su Iglesia, sacerdotes, amigos y conocidos de Zafra, contando de manera especial con la presencia física y espiritual de todas las hermanas de la federación y de los hermanos franciscanos.

Para mi ha sido un día inolvidable el poder compartir esos momentos fraternos, fecha que no llegará a borrar nunca el paso del tiempo.

Oremos las unas por las otras.

Un fuerte abrazo y el mejor recuerdo de vuestra hermana.

Sor Mª Clara Orosco Pardo


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