jueves, 15 de enero de 2009

EN BUSCA DE DIOS (Salmo 41)


“Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?”.

Es deseo, anhelo, sed. Es el empuje vital de mis entrañas, el motivo existencial de mi vida entera sobre la tierra.. Vivo porque te deseo, Señor; y en cierto modo muero también porque te deseo. Dulce tormento de amar a distancia, de ver a través del velo, de poseer en fe y esperar con impaciencia. Deseo tu presencia más que ninguna otra cosa en este mundo. Imagino tu rostro, escucho tu voz, adoro tu divinidad. Me consuela el pensamiento de que, si es tan dulce esperarte ¿qué será encontrarte?.

Quiero encontrarte en la oración en tu presencia inconfundible durante esos momentos en los que el alma se olvida de todo su alrededor y queda en silencio ante ti. Tú dominas el arte de hacer sentir tu presencia al alma que piensa en ti con amor. Atesoro esos instantes que anticipan el cielo en la tierra.

Quiero encontrarte en tus sacramentos, en la realidad de tu perdón y en la gloria escondida de tu cena con tus amigos. Me acerco a ti con fe, y tú premias esa fe con el suave murmullo de las alas de tu presencia.

Quiero encontrarte en el rostro de los hombres, en la compañía de mis semejantes, en la revelación súbita y profunda de que todos los hombres son mis hermanos, en la necesidad de los pobres y en el amor de mis amig@s, en la sonrisa del niño y en el ruido de la muchedumbre. Tú estás en todos los hombres, Señor, y quiero reconocerte en ellos.

Y quiero, finalmente, encontrarte un día en la pobreza de mi ser y la desnudez de mi alma, de mano de la muerte a la entrada de la eternidad. Quiero encontrarte cara a cara en se momento que se hará gozo eterno en el abrazo del reconocimiento mutuo después de la noche de la vida en este mundo.

Edita: Edelweiss