domingo, 8 de febrero de 2009

CERCANOS CON LOS QUE SUFREN


La caridad se abre, por su naturaleza, al servicio universal, proyectándose hacia la práctica de un amor activo y concreto en cada ser humano.

Este es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral.

El siglo y el milenio que comienzan tendrán que ver todavía, y es de desear que lo vean de modo palpable, a qué grado de entrega puede llegar la caridad hacia los más pobres.

Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir, sobre todo, en el rostro de aquellos con los que Él mismo ha querido identificarse: los que tienen hambre, los sedientos, los forasteros, los que están sin ropa, los enfermos, los recluidos en la cárcel.

¡Cuánto cuesta la fidelidad a Cristo, que nos dice que Él está presente en esos hermanos que sufren! A veces, costará más esa fidelidad que aquella que se encuentra en los libros doctrinales sobre Cristo.

Siguiendo el Evangelio, advertimos que en la persona de los pobres hay una presencia especial del Señor, que exige a la Iglesia una opción preferencial.

La caridad nos sigue urgiendo hoy, en nuestro mundo, cargado de las contradicciones de un crecimiento económico, cultural, tecnológico que ofrece a unos pocos afortunados grandes posibilidades, dejando a millones de seres, no sólo al margen del progreso, sino obligados a vivir en condiciones muy por debajo del mínimo requerido por la propia dignidad humana.

¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre, quien está condenado al analfabetismo, quien carece de la asistencia médica más elemental, quien no tiene dónde cobijarse?

El panorama de la pobreza puede entenderse si, a las antiguas, añadimos las nuevas pobrezas que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero sí expuestos a la desesperación del "sin sentido", a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social.

Estos son los campos bien conocidos por los cristianos de todos los tiempos y de todos los lugares, en que han florecido bellas flores de caridad, llegando, incluso, al martirio. Muchos cristianos de todos los tiempos se entregaron y se entregan, en cuerpo y alma, a tan hermosa tarea.

Es la hora de una nueva "imaginación" de la caridad, que promueva no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante sino como un compartir fraterno.

Qué bonito sería que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sintieran como "en su casa".

Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la sociedad actual de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras.

(Santiago Martínez Arzobispo de Burgos)