El mensajero trajo buenas noticias: me dicen que Víctor, no obstante los días en coma, “tiene una vida por delante”.
Todavía es Navidad, una verdadera Navidad. Por la vida se lucha: por ésta han luchado las voluntarias de Cáritas, los médicos, el personal del hospital, y con todas sus fuerzas ha luchado la vida misma, que parecía más frágil que un niño…
Pero la vida también se pide. Ya sé que la expresión suena extraña en un mundo que niega posibilidades a la súplica de la fe. Y no seré yo quien gaste una razón para que el hombre ilustrado dé al misterio una oportunidad. Me limitaré a formular de otra manera lo que intento decir: La vida también se ofrece, o si les parece mejor, la vida también se pone en las manos de otro.
El salmista había expresado así su confianza: “A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás”. Y el evangelista entendió que esa confianza desbordaba del cuerpo de Jesús en la hora de su entrega: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.
La vida es un tesoro que los creyentes no extraviamos en la tierra sino que lo guardamos en Dios.
Esa entrega confiada a las manos del Padre lleva implícita la súplica: Guarda tú, Señor, lo que yo no puedo proteger. ¡Y Dios guarda siempre lo que amamos!
Edita: Edelweiss