La fiesta del regreso… Abrazos que resucitan:
La memoria del pasado permite intuir la realidad del futuro.
La de los israelitas en Guilgal fue apenas una comida: “panes ázimos y espigan fritas”. Pero era ya “el fruto de la tierra”, y eso le daba a aquella frugalidad de mesa austera sabor a fiesta, aire de banquete.
Podemos imaginar la comunidad reunida por familias, la bendición antes de aquella primera comida ritual, el asombro por el descanso y la libertad alcanzados con la tierra, música y danza al gustar las primicias de un mundo nuevo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor… Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca”.
El de la parábola fue un banquete como sólo puede disponerlo un padre feliz de encontrar a su hijo que estaba perdido, quién sabe si muerto.
El hijo regresa de lejos con una confesión y una súplica, preparadas desde el primer paso en el camino de vuelta a casa.
El padre lo espera con una fiesta soñada desde que aquel hijo se le fue casa y se le ocultó a la vista en el primer recodo del camino. La fiesta empieza en el corazón del padre cuando el hijo todavía estaba lejos, y es conmoción del corazón, y es danza de los pies a la carrera, y es fundirse en un abrazo, y es una locura de besos. Luego será la gala y el banquete: “Sacad enseguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado”.
En aquel día de la parábola, incluso fuera de casa se oían música y baile. Y las viejas palabras del salmista habían adquirido un sentido nuevo: “Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Y el estribillo repetía: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
Ahora, Iglesia santa, que haces tu camino cuaresmal hacia la Pascua, ya puedes gustar anticipada en la eucaristía la fiesta que el Padre ha preparado para ti. Revístete de Cristo, de la túnica mejor para el día de tu reconciliación, ponte el traje de gracia, de justicia, de santidad. Recibe el anillo de tu dignidad en la casa de Dios. Siéntate a la mesa del banquete que el amor del Padre ha preparado para ti.
Un día será la Pascua. Un día será el banquete del cielo. Un día las palabras del viejo estribillo serán un cántico eternamente nuevo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
Mientras tanto, aprendemos a abrazar como Dios nos abraza, y a resucitar hijos con el abrazo.
Feliz domingo.
La memoria del pasado permite intuir la realidad del futuro.
La de los israelitas en Guilgal fue apenas una comida: “panes ázimos y espigan fritas”. Pero era ya “el fruto de la tierra”, y eso le daba a aquella frugalidad de mesa austera sabor a fiesta, aire de banquete.
Podemos imaginar la comunidad reunida por familias, la bendición antes de aquella primera comida ritual, el asombro por el descanso y la libertad alcanzados con la tierra, música y danza al gustar las primicias de un mundo nuevo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor… Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca”.
El de la parábola fue un banquete como sólo puede disponerlo un padre feliz de encontrar a su hijo que estaba perdido, quién sabe si muerto.
El hijo regresa de lejos con una confesión y una súplica, preparadas desde el primer paso en el camino de vuelta a casa.
El padre lo espera con una fiesta soñada desde que aquel hijo se le fue casa y se le ocultó a la vista en el primer recodo del camino. La fiesta empieza en el corazón del padre cuando el hijo todavía estaba lejos, y es conmoción del corazón, y es danza de los pies a la carrera, y es fundirse en un abrazo, y es una locura de besos. Luego será la gala y el banquete: “Sacad enseguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado”.
En aquel día de la parábola, incluso fuera de casa se oían música y baile. Y las viejas palabras del salmista habían adquirido un sentido nuevo: “Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Y el estribillo repetía: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
Ahora, Iglesia santa, que haces tu camino cuaresmal hacia la Pascua, ya puedes gustar anticipada en la eucaristía la fiesta que el Padre ha preparado para ti. Revístete de Cristo, de la túnica mejor para el día de tu reconciliación, ponte el traje de gracia, de justicia, de santidad. Recibe el anillo de tu dignidad en la casa de Dios. Siéntate a la mesa del banquete que el amor del Padre ha preparado para ti.
Un día será la Pascua. Un día será el banquete del cielo. Un día las palabras del viejo estribillo serán un cántico eternamente nuevo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.
Mientras tanto, aprendemos a abrazar como Dios nos abraza, y a resucitar hijos con el abrazo.
Feliz domingo.
Fr. Santiago Agrelo Martínez
Edita: Edelweiss