viernes, 2 de abril de 2010

EL AMOR CLAVADO


Viernes Santo

Atrás quedaron los triunfos y las glorias. Enmudecieron los “hosannas”. La mesa de Jueves Santo quedo vacía, sin comensales y, algunos de ellos, pendiendo de un árbol o llorando su deslealtad a Jesús. La jofaina todavía conserva algunas gotas del agua que no pudo ser derramada. Se mantiene en el aire el testamento espiritual de Jesús: “te ruego, Padre, por ellos” “que sean uno”.
Quedaron atrás las traiciones y las negaciones, los encuentros y desencuentros, las palabras de más….y las ausencias de aquellos que debieron de haber estado, más que nunca, cerca del amigo. No pudo ser. Todo se ha consumado. Todo se ha cumplido.
Lo establecido y anunciado por los Profetas ha llegado a su culmen. El Siervo de Yahvé, humilde y obediente, ha sido elevado en una cruz.
¿Dónde están los cientos de enfermos por El sanados? ¿Dónde los que, siendo sordos, ahora desde lejos escuchan el martilleo sobre los clavos del madero?
¿Dónde los que fueron rescatados de aquella muerte que dejó fríos sus cuerpos? ¿Dónde están aquellos hambrientos que fueron saciados por la abundancia de pan y de pescado? ¿Dónde?
El amor, en el silencio y ante un puñado de curiosos, ha sido clavado.
2.Nos debe de conmover este momento de pasión y de muerte. Aquel que no hizo otra cosa sino hacer el bien, es incomprendido y alzado en una infame cruz. Aquel que, en el encanto de una noche estrellada, se hizo niño en Belén, cierra los ojos de nuevo con escasas siete palabras de confianza, misericordia, perdón .
En la cruz, Dios ofrece, en pro de la humanidad, todo lo que más quiere: a su Hijo. ¿Sentimos esa donación solidaria, por parte del Creador, en señal de lo mucho que nos ama?
Al mirar a Jesús, muerto en la cruz, llegamos a comprender que es consecuencia de una vida entregada. De unas palabras que, al ser pronunciadas con y en verdad, dejaron al descubierto (y lo siguen haciendo) las mentiras de tantas gargantas. La muerte de Jesús es el premio por su fidelidad a Dios. Podía, perfectamente, haber renunciado a ella pero, abrazado a esa lealtad, quiso ir hasta el final. Dios, y su empeño por la salvación de los hombres, puso a prueba una obediencia, sin fisuras y con sufrimiento, por parte de Jesús.
Hoy, al contemplar la cruz, vemos que Dios llora cuando nosotros lloramos. Que, nuestro dolor, a sus ojos es comprensible: también El vio como su Hijo perdía la vida en plena juventud.
Hoy, al besar la cruz, nos emocionamos ante el amor gigantesco que yace en el madero. Un amor que, por ser tan grande en el nazareno, a la fuerza ha de ser del cielo.
Hoy, al postrarnos ante la cruz, nos compadecemos e impresionamos por esas otras estampas sufrientes que se dan en nuestro mundo. Nos comprometemos a mirarles de frente, y no darles la espalda, a esas otras cruces que se alzan en tantos montes calvario y con miles de hermanos nuestros. ¿Nos damos cuenta que, mirar a la cruz de Cristo, conlleva abrir nuestros ojos al Cristo sufriente que padece, sufre y muere en nuestro tiempo?
Hoy, al acercarnos a los labios de Jesús, llegamos a escuchar un gemido, último y verdadero: “se ha cumplido”. Y, por cumplir como Dios manda, lo vemos así: derrotado ante los ojos del mundo pero aguardando la victoria definitiva de la Pascua, la Resurrección.
Miremos a la cruz. Adoremos a la cruz. Recemos a la cruz. Busquemos la cruz de Cristo en la realidad sufriente de nuestro alrededor. Amén

Edita: Edelweiss