Vuelve el adviento, tiempo de ausencias y esperanzas.
Según el diccionario, ausente se dice del que está separado de alguna persona o lugar. Para el corazón, ausente está aquel a quien se espera, y tanto mayor será el mal de ausencia, cuanto sea mayor el ansia de abrazar al que esperamos.
Adviento es tiempo de ausencias para el corazón creyente.
Según el diccionario, ausente se dice del que está separado de alguna persona o lugar. Para el corazón, ausente está aquel a quien se espera, y tanto mayor será el mal de ausencia, cuanto sea mayor el ansia de abrazar al que esperamos.
Adviento es tiempo de ausencias para el corazón creyente.
Considera lo que anhelas: “El monte de la casa del Señor”, “la palabra del Señor”, “su ley”, su justicia, su paz, “su luz”.
Confía a la oración lo que deseas: “Muéstrame el camino… enséñame a cumplir tu voluntad… guíame por la senda justa… inclina mi corazón a tus preceptos”, “dame vida según tu promesa”.
Aunque no hayas pronunciado su nombre, aunque no lo hubieses nunca conocido, tú corazón y tu oración están clamando por Cristo Jesús: Él es el Camino y la Verdad y la Vida, él es el Maestro, él es la Palabra, él es la Luz del mundo, él es el Amor que hace ley en el Reino de Dios. Él es la casa del Señor, en él están los tribunales de justicia, los palacios de la misericordia y la redención.
En verdad, “ya están pisando nuestros pies” los umbrales de la ciudad santa, de la nueva Jerusalén, pues ya estamos en Cristo por gracia, ya somos de Cristo por la fe y los sacramentos, ya poseemos las arras de la futura gloria, ya somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que seremos. Por eso esperamos que se manifieste, esperamos ver a quien nos ama, a quien amamos, anhelamos su venida, pues sabemos que, al verle tal cual es, llegaremos a ser semejantes a él.
Somos el pueblo de la esperanza, vivimos siempre en adviento. La esperanza pone en vela el corazón, en vela la oración, en vela el deseo, en vela todo nuestro ser. Por eso vamos ya con alegría a la casa del Señor, aunque la alegría de hoy nazca sólo de la esperanza cierta de que un día entraremos con Cristo en Dios.
Confía a la oración lo que deseas: “Muéstrame el camino… enséñame a cumplir tu voluntad… guíame por la senda justa… inclina mi corazón a tus preceptos”, “dame vida según tu promesa”.
Aunque no hayas pronunciado su nombre, aunque no lo hubieses nunca conocido, tú corazón y tu oración están clamando por Cristo Jesús: Él es el Camino y la Verdad y la Vida, él es el Maestro, él es la Palabra, él es la Luz del mundo, él es el Amor que hace ley en el Reino de Dios. Él es la casa del Señor, en él están los tribunales de justicia, los palacios de la misericordia y la redención.
En verdad, “ya están pisando nuestros pies” los umbrales de la ciudad santa, de la nueva Jerusalén, pues ya estamos en Cristo por gracia, ya somos de Cristo por la fe y los sacramentos, ya poseemos las arras de la futura gloria, ya somos hijos de Dios, aunque todavía no se ha manifestado lo que seremos. Por eso esperamos que se manifieste, esperamos ver a quien nos ama, a quien amamos, anhelamos su venida, pues sabemos que, al verle tal cual es, llegaremos a ser semejantes a él.
Somos el pueblo de la esperanza, vivimos siempre en adviento. La esperanza pone en vela el corazón, en vela la oración, en vela el deseo, en vela todo nuestro ser. Por eso vamos ya con alegría a la casa del Señor, aunque la alegría de hoy nazca sólo de la esperanza cierta de que un día entraremos con Cristo en Dios.
Ven, Señor Jesús: te esperamos en nuestra eucaristía, te esperamos en la celebración solemne de tu Natividad, preparamos tu venida gloriosa al fin de los tiempos.
Ven, Señor.
Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
Edita: Edelweiss