“Al día siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios»”. La revelación inicial llega a aquellos discípulos a través de la voz de un testigo. También nosotros la hemos recibido de esa manera. Para ellos el testigo fue Juan. Para nosotros lo fueron una madre, un catequista, un maestro, un sacerdote, un amigo.
Como aquellos discípulos, también nosotros empezamos desde entonces a seguir a Jesús. Hoy es para nosotros la pregunta que Jesús les hizo a ellos: “¿Qué buscáis?” Y hacemos nuestra la pregunta que ellos hicieron a Jesús: “Maestro, ¿Dónde vives?” Él nos dirá: “Venid y veréis”.
No es tiempo de cumplir con obligaciones dominicales: es hora de seguir “al Cordero de Dios”, es hora de “ir y ver dónde vive”.
Habrás observado que el evangelio dice que los discípulos “fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”; pero no dice dónde vive Jesús. Si queremos saberlo, hemos de ir y ver, hemos de recorrer personalmente el camino que lleva, no a una dirección postal, sino al corazón del misterio de Dios. Si vas, verás dónde vive Jesús y permanecerás con él.
“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos morada en él”. Si sigues a Jesús por el camino del amor y de la obediencia a su palabra, verás dónde mora: ¡Él, con el Padre, habita en ti!
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Jesús, el Cordero de Dios, el Siervo obediente al mandato de Dios, habita en el amor del Padre.
En la Eucaristía escuchas la palabra del Señor. Si la acoges para guardarla, se te revelará dónde él habita y te quedarás con él, pues guardando la palabra en tu corazón, allí habrás acogido a tu Señor.
Hoy le recibes, comulgas con él, lo llevas contigo a tu vida. Y ya no te atreves a preguntar: “Maestro, ¿dónde vives?”, porque la fe de la comunidad te va diciendo: ¡Vive en ti!
Que Cristo viva en ti, que tú vivas en él, es sólo cuestión de fe y de amor.
Feliz domingo.
Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger
Como aquellos discípulos, también nosotros empezamos desde entonces a seguir a Jesús. Hoy es para nosotros la pregunta que Jesús les hizo a ellos: “¿Qué buscáis?” Y hacemos nuestra la pregunta que ellos hicieron a Jesús: “Maestro, ¿Dónde vives?” Él nos dirá: “Venid y veréis”.
No es tiempo de cumplir con obligaciones dominicales: es hora de seguir “al Cordero de Dios”, es hora de “ir y ver dónde vive”.
Habrás observado que el evangelio dice que los discípulos “fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”; pero no dice dónde vive Jesús. Si queremos saberlo, hemos de ir y ver, hemos de recorrer personalmente el camino que lleva, no a una dirección postal, sino al corazón del misterio de Dios. Si vas, verás dónde vive Jesús y permanecerás con él.
“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, vendremos a él y haremos morada en él”. Si sigues a Jesús por el camino del amor y de la obediencia a su palabra, verás dónde mora: ¡Él, con el Padre, habita en ti!
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Jesús, el Cordero de Dios, el Siervo obediente al mandato de Dios, habita en el amor del Padre.
En la Eucaristía escuchas la palabra del Señor. Si la acoges para guardarla, se te revelará dónde él habita y te quedarás con él, pues guardando la palabra en tu corazón, allí habrás acogido a tu Señor.
Hoy le recibes, comulgas con él, lo llevas contigo a tu vida. Y ya no te atreves a preguntar: “Maestro, ¿dónde vives?”, porque la fe de la comunidad te va diciendo: ¡Vive en ti!
Que Cristo viva en ti, que tú vivas en él, es sólo cuestión de fe y de amor.
Feliz domingo.
Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tánger
Edita: Edelweiss