domingo, 8 de enero de 2012

BAUTISMO DEL SEÑOR



No siempre lo recordamos: hemos nacido del agua. Naturalmente, nos referimos al agua del bautismo, que nos hace renacer como nuevas criaturas en Cristo. Los Padres han enseñado que, descendiendo a las aguas del río Jordán, Jesús ha santificado el agua, haciendo de ella el veehículo de su redención. Por esto, cuando somos lavados con elagua tocada por el Señor, nacemos a la verdadera vida: somos regenerados por el agua.
Pero no basta cualquier agua, el agua en cuanto tal. San Ambrosio lo recuerda claramente: «El agua, sin la predicación de la Cruz del Señor, no sirve de nada para la salvación. Pero cuando es consagrada por el misterio de la Cruz que salva, entonces está dispuesta para servir de baño espiritual y como copa de salvación [...] Poresto el sacerdote pronuncia sobre la fuente [bautismal] una fórmula de exaltación de la Cruz del Señor y el agua se hace dulce para conferir la gracia. [...] Ser purificado instantáneamente [del pecado] no es obra del agua, sino de la gracia» (Los misterios, 12-19).
El Bautismo de Jesús en el Jordán inaugura el Bautismo sacramental de los hijos de Dios. El agua es poderosa fuente de vida, porque está transformada por el misterio de la Cruz. Hemos nacido, por tanto, del agua y de la Cruz. Este es el mensaje de la segunda lectura de hoy, en la cual San Juan dice de Cristo: “Este es el que vino por el agua y la sangre, Jesucristo; no solo con agua, sino con agua ysangre”.
Jesús baja al Jordán no para ser purificado, sino para purificar y para manifestar su descenso del Cielo a este mundo, por nosotros pecadores. Él se ha hecho obediente hasta el descendimiento más ínfimo, hasta el vaciamiento (kenosi) de su dignidad: hasta la muerte de Cruz. Es de este sacrificio que Él llena el agua; agua que, discurriendo hasta nosotros, nos trae su Cruz y nos renueva por los méritos de su Pasión.
El Bautismo de Jesús nos recuerda, por tanto, el valor de nuestro Bautismo y cuánto le ha costado a Nuestro Señor. Él nos ha adquirido a gran precio. En consecuencia, la vida del bautizado no puede ser una vida “sólo agua”, una vida líquida: debe ser una vida agua y sangre, alegría y dolor, resurrección, ciertamente, pero alcanzada a través de la Cruz.
Contemplando a Jesús que desciende al Jordán, pidamos la gracia de saber acoger también nosotros nuestro destino de Cruz, para que nuestro renacer como hijos de Dios llegue al cumplimiento último en la gloria celestial, que solamente es accesible a aquellos que eligen -junto a Jesús y gracias Él- vivir con amor su pequeña kenosi.




Edita Edelweiss