domingo, 25 de abril de 2010

Rogad al dueño de la mies…




El cuarto domingo del tiempo de Pascua, domingo de Cristo Buen Pastor, celebraremos con toda la Iglesia la XLVII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.
Queridos: todos vosotros, ungidos por el Señor con la unción de Santo Espíritu, unidos a Cristo Jesús por la fe y el bautismo, justificados por la infinita caridad con que el Hijo de Dios nos ha amado, todos experimentáis en vuestro corazón la compasión que experimentó nuestro Señor Jesucristo y que expresó en las palabras dirigidas a sus discípulos: “La mies es abundante y pocos los braceros; por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies”.
Si preguntáis qué vio Jesús en el gentío que acudía a él y por qué sintió lástima de ellos, el evangelista os lo dice: “porque andaban maltrechos y derrengados como ovejas sin pastor.
Todos sabéis de humanidad y de compasión, pues veis en vuestro entorno lo que en su tiempo vio Jesús, y os ocupáis de quienes hoy andan maltrechos y derrengados. Todos, con Jesús, habéis dejado la vida en los caminos de la debilidad humana y de la misericordia.
Es posible que, intuido en las conciencias un progresivo declive de la luz de la fe, y sobresaltados por la perspectiva real de desaparición o al menos de disminución en recursos de nuestras instituciones, hayamos sentido desde hace tiempo la urgencia de “rogar al dueño de la mies” para que nos dé vocaciones numerosas y santas.
Pero más ardor pondremos en el ruego, si, olvidados de nosotros mismos, volvemos los ojos a las ovejas sin pastor, a los maltrechos y derrengados que llaman a la puerta de nuestra vida como un día llamaron a la puerta de Jesús de Nazaret. Que no ore el interés por nuestras cosas sino la compasión por los olvidados; que la oración no nazca de nuestro miedo al futuro sino de esperanza cierta en una humanidad nueva. No os preocupéis por vosotros sino por los hijos pobres de Dios.
Jesús no esperó a ver qué braceros le enviaba el Padre. Dice el evangelista Mateo: “Y llamando a sus doce discípulos, le dio autoridad sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y curar todo achaque y enfermedad”. Y el evangelista Lucas, por su parte, aúna ruego y misión en el contexto de la llegada del Reino de Dios. Es la hora del evangelio, es la hora de la salvación, ha llegado la hora de la siega: “Algún tiempo después designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él. Y les dijo: _La mies es abundante y pocos los braceros; por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies. ¡En marcha! Mirad que os mando como corderos entre lobos".
Dos perspectivas, las dos apasionantes: la del Reino que llega, la de los pobres que lo esperan. Nosotros, con Jesús, llevamos en la tarea una vida. No pedimos relevo, sólo nos urge el amor, el de Dios y el que Dios tiene a sus pobres; por eso rogamos, sólo por amor.


Enviados de Cristo el Señor

Las palabras de Jesús, “La mies es abundante y pocos los braceros; por eso, rogad al dueño que mande braceros a su mies”, aparecen siempre en contexto de misión, y yo no quiero separar la oración por las vocaciones de lo que es su contexto natural: la misión que hemos recibido de Cristo resucitado.
Para los que hoy trabajáis en el campo del Señor, para quienes mañana serán llamados a esta tarea, para todos los braceros del Reino de Dios, la experiencia que pone el fundamento de la llamada es la del conocimiento del Señor: experiencia de santidad, experiencia de gracia, experiencia de luz.
Así conoció al Señor el profeta Isaías: “¡Santo, santo, santo el Señor de los ejércitos; la tierra está llena de su gloria!” Así lo conoció Pedro el pescador: “Llenaron las dos barcas que casi se hundían. El ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: _Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Así lo vieron los discípulos después de la resurrección: “Los once discípulos fueron a Galilea, al monte donde Jesús los había citado. Al verlo se postraron ante él, aunque algunos dudaban".
Para poder evangelizar, es necesario ver y adorar, conocer y postrarse, creer, esperar y amar.
Carecerá de vuelo la oración si no la impulsa el viento del testimonio. Somos testigos antes que maestros: testigos de lo que hemos visto y oído, testigos de las obras de Dios, testigos del amor que nos rodea, de la gracia que nos santifica, de la salvación que a todos se ofrece.
Considerad vuestra vocación. Vosotros sois discípulos de Cristo, y sois sus enviados al campo del mundo para hacer posible el encuentro del hombre con Dios: encuentro de los pecadores con la gracia de Dios, encuentro de los humillados con la justicia de Dios, encuentro de los hambrientos con el pan de Dios, encuentro de los ciegos con la luz de Dios, encuentro de los muertos con la vida de Dios.
La oración sería monótono zureo de palabras vacías si no la hiciese vigorosa la vida con su testimonio. Y aun cuando fueren verdaderas las palabras con que suplicas, ésas habrán de cesar, por más que tú no lo desees; no cesará, sin embargo, tu oración si es tu vida entera la que ora.

Enviados para evangelizar

Si el evangelio es el tesoro de gracia que llevas, el hombre necesitado es el hermano con quien has de compartirlo, tu hermano que necesita recibirlo.
Dos fuentes tiene tu oración: el Señor que te envía, y los pobres a quienes eres enviado.
El Padre envió a su Hijo..., ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón.
Tu oración se nutre del amor de Dios a los pobres.
Algo me dice que ese amor es la ley que rige el universo. Algo me dice que el Padre espera hallarlo en quienes son sus hijos por la fe. Algo me dice que ese es amor hace todopoderosa la oración de los hijos de Dios. No negará braceros para la siega del Reino el mismo que envió a su Hijo a evangelizar a los pobres.
Amad y pedid. Creed y esperad. Hasta que el amor nos recoja en los graneros de Dios.


Fr. Santiago Agrelo Martínez

Arzobispo de Tánger

Edita: Edelweiss