lunes, 15 de agosto de 2011

A LAS DAMAS POBRES DE SANTA CLARA




Queridas hermanas: Paz y Bien.
Anticipándose a la luz de la mañana, iluminó nuestro corazón la luz de la oración contemplativa. La madre Iglesia, con palabras simples, nos ayudó a acercarnos al misterio de la gracia de Dios en la hermana Clara, y nosotros, admirando lo que veíamos, atraídos por el mismo amor que a ella la sedujo, hemos puesto delante del Señor la ofrenda de nuestra vida, con la certeza de que él hará hermoso lo que nos ha pedido que le ofrezcamos.
Imitemos, queridas, como niños, lo que vemos en nuestra Madre.
Considerad de quién tiene sed, a quién busca, en quién descansa, de dónde recibe la luz que ilumina su rostro. La hallaréis siempre con su Señor, unida a su Señor, apegada con todas las fibras del corazón a Cristo, esplendor de la gloria eterna, reflejo de la luz perpetua y espejo sin mancha.
En el espejo que es Cristo, la hermana Clara vio resplandecer la bienaventurada pobreza, la santa humildad y la inefable caridad. Lo vio y lo imitó; lo contemplado se le hizo forma de vida; lo amado la transformó.
En Cristo también nosotros nos hemos de mirar continuamente, de modo que la gracia llegue a transformarnos en lo que vemos.
Que el año jubilar de la consagración de Clara a su divino Esposo y Señor, sea para toda la familia franciscana, y de modo muy especial para las Damas pobres, un tiempo de gracia que, por la alegría de la pobreza, por la santidad de la humildad, por el milagro de la caridad, se prolongue hasta la vida eterna.
El Señor os bendiga, hermanas mías.

+Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger OFM