domingo, 22 de enero de 2012

"VEN Y SÍGUEME"



Las lecturas de este Domingo presentan el tema de la vocación. Nuestro término “vocación” viene de la palabra latina vocare, que significa llamar. Así pues, cuando hablamos de vocación, hemos de entender que Dios llama a alguien, a seguir un camino específico, a cumplir una determinada misión en el mundo.

En la primera lectura nos encontramos ante el relato de la vocación del profeta Samuel, a quien Dios reiteradamente llama por su nombre mientras duerme. Al principio, el joven Samuel piensa que el llamado procede del anciano sacerdote Elí, a cuyo servicio se encontraba. Acude a él reiteradamente. Elí comprende que el llamado que ha escuchado proviene de Dios y le sugiere responder al escuchar pronunciar nuevamente su nombre: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 Sam 3, 10). Al llamado de Dios Samuel responde disponiéndose a hacer lo que Dios le pida, realizando sus designios en su propia vida para beneficio de su pueblo: «el Señor llamó a Samuel y él respondió: “Aquí estoy”» (1Sam 3, 4).

También el salmo responsorial habla de la respuesta del llamado a la voz y a los designios de Dios: «Aquí estoy —como está escrito en el libro— para hacer tu voluntad.» (Sal 39, 8-9) En este caso se trata del Mesías, anunciado por Dios en los libros proféticos y que llegada la plenitud de los tiempos (ver Gál 4,4) se convirtió en realidad histórica con la Encarnación del Verbo divino en el seno inmaculado de la Virgen María. A quien Dios llama es a su propio Hijo, a quien encomienda llevar a cabo sus designios reconciliadores en el mundo. Al llamado del Padre Él responde con obediencia ejemplar: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas… entonces yo digo: “aquí estoy… para hacer tu voluntad”».

Es a este Mesías al que andan buscando dos jóvenes inquietos (Evangelio). Estos jóvenes encarnan la esperanza del pueblo elegido. En efecto, Israel esperaba al Mesías prometido por Dios, lo buscaba con mayor celo especialmente desde que Juan Bautista había empezado a predicar a orillas del Jordán: «Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos». El Bautista, de quien estos dos jóvenes eran discípulos, no sólo había anunciado la inminente llegada del Mesías, sino que lo señaló ya presente en la persona de Jesús de Nazaret, quien había ido al Jordán para ser bautizado por él: «Éste es el Cordero de Dios».

Cordero en arameo se dice talya y se usa tanto para designar al cordero como también al siervo (ver Is 53,7). Con esta designación el Bautista da a entender que Jesús es no sólo el cordero pascual cuyo sacrificio y sangre derramada librará al mundo del peso del pecado y del poder de la muerte (ver Éx 12,1 ss), sino que también es el siervo de Dios por excelencia, tal como lo presenta Isaías en los “cánticos del siervo” (ver Is 42; 49; 50,4ss; 52,13-53).

Al escuchar a Juan pronunciarse así sobre Jesús, aquellos dos discípulos se fueron tras Él. El Señor volviéndose les pregunta: «¿Qué buscan?» Ésta es la traducción exacta del griego, cuyo verbo zeteo —utilizado por el evangelista— significa buscar algo, con un matiz de intensidad. El Señor, que conoce los corazones, sabe que lo que mueve a estos dos jóvenes a seguirle es un intenso anhelo de encontrar al Mesías prometido de Dios, a Aquél a quien el Bautista no venía sino a preparar el camino.

Los sorprendidos jóvenes parecen no responder a la pregunta del Señor y le preguntan: «¿Donde vives?» ¿No podemos descubrir en ello una velada intención y petición para que los lleve a su casa, es decir, para que los acoja en su intimidad, para que les hable de Él, de su doctrina, de su mensaje, de su modo de vida? Aquel “dónde vives” no es una manera de evadir la pregunta del Señor ni una mera curiosidad acerca del lugar físico en el que moraba el Señor, sino que equivale más bien a un “muéstranos quien eres, pues queremos saber si tú eres el Mesías, Aquel a quien estamos buscando”.

«Vengan y lo verán», responde el Señor, es decir, “vengan conmigo y les mostraré quién Soy yo”.

El encuentro de aquella tarde debió ser realmente fascinante, muy intenso, pues el impacto que causó en aquellos hombres fue tremendo. Por eso luego del encuentro lo primero que hacen aquellos jóvenes es ir a buscar a Pedro, hermano de uno de ellos, de Andrés, para compartirle su descubrimiento: «¡Hemos encontrado al Mesías!» Haber encontrado a Aquel a quien andaban buscando, haber encontrado a quien era el motivo de sus esperanzas y expectativas, llena sus corazones de un inmenso júbilo que necesita difundirse y compartirse con otros. De allí brota el deseo espontáneo de querer llevar también a otros al encuentro con Aquel a quien ellos han “hallado”, Aquel que responde a las búsquedas más profundas de todo ser humano: «lo llevó a Jesús.»

Aquél sería el primer encuentro memorable de Andrés, Juan y Pedro con el Señor. Mencionamos a Juan porque si bien el evangelista no dice el nombre de aquel otro joven que andaba con Andrés aquél día, lo más probable es que se trate de él mismo. Son ellos, junto con los demás Apóstoles, quienes escucharán más adelante aquél llamado del Señor, aquel “ven y sígueme” al que también ellos, venciendo sus propios temores y dejándolo todo, responderán con un firme y decidido “aquí estoy, Señor; te seguiré a donde vayas; envíame a donde quieras, a anunciar tu Evangelio”.


Edita: Edelweiss