lunes, 23 de febrero de 2009

DIOS EN AUTOBÚS


De la manera más “natural” y sencilla, sin alardes, -con luces y sombras, límites y pecados, ¡claro que sí!- siglos ha que los creyentes católicos llevamos expresando nuestra fe en Dios.

Lo hemos hecho en la calle, en la belleza incluso exterior de los templos y catedrales, en las cruces de tantas torres, caminos y picos montañosos. Lo hemos expresado en la pintura y en la escultura, en la música y en el canto; y no menos en la literatura, en la poesía, en el refranero, en el vocabulario cotidiano. Por si fuera poco, y sobre todo, lo hemos realizado a través de la vida de tontos hombres y mujeres, -anónimos y públicos-, sobresalientes por su santidad, su entrega incondicional a los marginados de la tierra, por su alto servicio a la sociedad, por su eficiencia en tantos y tantos campos del poder, del saber, del vivir haciendo el bien. Todo ello, en la simplicidad cotidiana de una tarea generosa y sin otra pretensión que hacer el bien a todos, como expresión del amor siempre primero de nuestro Dios y Señor, Creador y Padre, Único e incomparable, Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad ( Ex. 34,5-6).

Ese nuestro Dios cristiano y la vida de los creyentes han labrado principios y valores humanos cristianos, que han configurado pueblos, naciones, continentes e instituciones; han creado cultura, universidad, ciencia, trabajo, familia, justicia, dignidad, etc.

Llegó un momento, sin embargo, en que todo esto y Dios mismo parecía superado, olvidado e incluso casi, casi despreciado. Visto como algo del pasado e inútil. Ni se lleva más ni es políticamente correcto. Y de pronto, y desde donde menos se podía esperar, Dios es puesto en la plaza pública: en la calle y en la propaganda. La polémica Dios, sí, Dios no, está ahí; en los medios de comunicación, a la vista de todos. ¡Vaya por Dios!

Los ateos lo han sacado a pasear a la calle en autobús. ¡Paradoja laicista, si las hay! Y dicen que “probablemente Dios no existe”. ¿Pues si creíamos que los ateos no creían? ¿En qué quedamos Por esa regla de tres, y por muchas razones más, millones y millones de seres humanos estamos seguros de que Dios existe, creemos en Él y además somos felices. Es más, no tenemos complejo e intentamos amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, y al prójimo como a nosotros mismos. Dios y la fe en Él da sentido a todo lo que somos, hacemos y padecemos, crea humanidad fraterna y solidaria; y lo que es más importante aún, infunde en la humanidad un dinamismo imparable de bien, justicia, paz, esperanza y amor; en definitiva, creemos y sabemos que sólo Dios, el Amor salva al mundo.

Dios es conocido y amado por millones y millones de creyentes, -no gente ingenua, torpe e ignorante- porque Jesucristo, Hijo de Dios y Hombre verdadero, ha venido a manifestarlo y a darlo a conocer como Él es, y también cómo somos nosotros. Jesucristo es la visibilidad palpable del Dios único, vivo y verdadero. Lo es en su persona, con sus palabras y hechos, con su pasión muerte y resurrección. En Él tenemos la Vida: la de Dios en nosotros y la que perdurará siempre también.

Dios. He aquí la gran oportunidad. No para pinchar autobuses o mancharlos, sino sino para poner en ellos, nosotros también, “Dios existe” . Con Él la vida es siempre novedad. Inténtalo y verás. Salgamos a la calle con dignidad y respeto, fe honda y serena, bondad y paz. Será el grito elocuente, el de la vida creyente, que nadie podrá dejar de escuchar.

Editado por: Edelweiss