lunes, 6 de abril de 2009

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR


Cada año, en el domingo que precede a la solemne celebración de la Pascua, los creyentes, con ramos y palmas en las manos, con salmos y aclamaciones en el corazón y en los labios, nos agregamos a una comitiva de discípulos que suben con Jesús a Jerusalén.

¡Subimos con Jesús! Nuestros ojos no se apartan de él; y las palabras confiesan lo que vemos en él. Para nosotros Jesús es “el que viene en nombre del Señor”; con Jesús nos llega “el reino, el de nuestro padre David”; en Jesús, el Altísimo nos visita con la paz.

¡Subimos con Jesús! Miramos, aclamamos y bendecimos a Jesús; y Jesús remite al Padre nuestras miradas, al Altísimo nuestras aclamaciones, al Dios de salvación nuestras bendiciones.No agites tu ramo si el corazón no bendice el reino que llega; no alfombres el camino con tu manto si la fe no aclama al paso de tu Redentor; no mires a Jesús que camina delante de ti, si no reconoces en él al Señor a quien llevas por la fe y el amor dentro de ti.¡Subimos con Jesús!

Él es “el hombre de manos inocentes y puro corazón”, que sube al monte del Señor; él “recibirá la bendición del Señor”; a él “le hará justicia el Dios de salvación”.

Él es el Rey de la gloria, el Señor para quien se abren las puertas del templo celeste.Las aclamaciones de este domingo anuncian ya el misterio de la Pascua. La subida con Jesús a Jerusalén anticipa para los fieles el misterio de la ascensión, la entrada con Cristo en la gloria de Dios.¡Camino de Jerusalén! ¡Camino de la cruz! ¡Camino del cielo!El camino de Jesús. ¡Es nuestro camino!

MISA

Si la procesión con ramos y palmas anunciaba la Pascua y anticipaba la Ascensión del Señor, la misa de este día nos une a Cristo en su camino de anonadamiento, en su descenso desde la categoría de Dios a la condición de esclavo, sometido a la muerte como uno de tantos, empujado al abismo de una muerte de cruz.

El camino por el que el Hijo de Dios se abaja hasta el anonadamiento, es el mismo por el que el Padre Dios lo eleva sobre todo y le concede el «Nombre-sobre-todo-nombre».

Baja con Jesús el que se hace pobre con él, el que se hace siervo por él, el que se hace último como él.

Baja con Jesús quien entra con él en el mundo de los olvidados, de los rechazados, de los evitados, de los marginados… Él bajó a los pies de sus discípulos, al mostrador de Leví, a la soledad de Zaqueo, a las llagas de los leprosos, al corazón de las prostitutas, al lugar impuro de los muertos.

Bajó a la cárcel como preso, a nuestros tribunales como reo, fue pospuesto por unanimidad a un asesino, fue condenado como un criminal y crucificado entre criminales.

Hermano mío, hermana mía, escucha las palabras de Jesús, y él mismo te dirá quién es el que baja con él: “Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores.

Pero vosotros nada de eso; al contrario, el más grande entre vosotros iguálese al más pequeño, y el que manda sea como el que sirve”. Y añadió: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”.

Baja con Jesús el que escucha la palabra de Dios, el que ama la voluntad de Dios, el que lleva el designio de Dios en el corazón, el que confía en Dios y espera contra toda esperanza, el que da la vida por sus hermanos.

Baja con Jesús quien le acompaña, con obediencia de hijo, hasta el infierno donde lo acosan, como jauría de mastines, la burla, el sarcasmo, el abandono: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”Es éste un camino de abajamiento hacia la noche oscura con Cristo, pero también hacia la oscuridad de la vida humana, un camino que llevará tu vida de creyente hasta la noche del pecado, hasta las tinieblas del alma.

Entonces se repartirán tu ropa, echarán a suerte tu nombre, pondrán en lo alto de un mástil tu intimidad, y Dios, tu Dios, será sólo un silencio infinito para el eco de tu grito: “Señor, no te quedes lejos, ven corriendo a ayudarme”.Tú bajarás con Cristo, por la fe, la esperanza y el amor. Y el Padre Dios te elevará con Cristo hasta su misma gloria.

+Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Tanger

Editado por: Edelweiss