martes, 5 de mayo de 2009

FRANCISCO DE ASÍS TESTIGO DE AMOR A LA IGLESIA.


Por Mons. Carlos, Cardenal Amigo Vallejo, OFM, Arzobispo de Sevilla.

Si muchos grupos religiosos se habían transformado en verdaderas sectas de contestación moral, en anti-iglesias al margen de toda comunión, Francisco, por el contrario, no busca su verdad ni hace de ella un manifiesto de contestación, sino que vive lo que el Señor le ha revelado y lo hace crecer en el campo universal de la Iglesia.
El contexto social que va a conocer Francisco de Asís está marcado por unas líneas de expansión y desarrollo en los más distintos niveles: formación de comunidades urbanas, intercambios económicos, aumento demográfico, nuevas clases sociales más vinculadas al poder económico que al linaje, burguesía, emigraciones, cierta democratización… Lo feudal que se desmorona y la edad nueva que va apareciendo.
“A los pies de la Santa Iglesia”. Estas palabras van a constituir el marco de referencia desde el que se puede contemplar la actitud de Francisco respecto de la Iglesia.
Lo primero que necesitamos, se pensará, es averiguar qué entendía Francisco por Iglesia. Y la primera respuesta será decir que Francisco no tanto comprendía a la Iglesia cuando la amaba. Y la acepta y quiere como es. Con su origen y con sus debilidades, apariencias, desdoros, complicaciones y pecados de quienes más directamente la componían o gobernaban.
Francisco ante la Iglesia adopta una postura de fidelidad. El Señor le ha convertido. En este mundo, no quiere otra cosa que seguir las huellas del Señor Jesús. Palabra, Sacramento, memoria, signo y presencia de Cristo es la Iglesia.
Compartir, entrar en comunión, participar, son expresiones de hoy que definirían la actitud de Francisco. Ciertamente que él no utiliza estos términos, pero su disposición para escuchar la voz de la Iglesia y su prontitud para comunicar a esa misma Iglesia lo que el Altísimo le ha revelado, la libertad del espíritu en que actúa, sin temor, a condenas sino para sentir la protección de la madre, su constancia en querer vivir según la forma del santo Evangelio y predicarlo, vivo en su misma vida, a todos los hombres, inmediatos o lejanos, son disposiciones tan claras como abiertas de participación.
Efectivamente, uno de los grandes servicios de Francisco a la Iglesia ha sido el de la reconciliación de todas las criaturas. Su amor a la creación –que lleva la significación de Dios- es como un sacramento que acoge y santifica, a través de los signos de la admiración, todo lo creado.
Papa, obispos, sacerdotes, clérigos, no eran la Iglesia. Pero constituían la administración visible de los misterios de Dios. Del Altísimo Señor solamente veía lo que estos sacerdotes le daban. Si no son la Iglesia, sí constituyen la referencia obligada y visible de la Iglesia.
Pero Pedro Bernardote, su padre, emplaza a su hijo para comparecer ante el obispo de la ciudad. Ante la presencia del obispo, y las exigencias de su padre, Francisco se quita los vestidos y se los entrega a su padre. El obispo recoge a Francisco y lo cubre con su manto. Este hecho, tan conocido y comentado de la vida de Francisco, no quedaría más que en anécdota costumbrista sobre la manera de dirimir las cuestiones en aquella época, si no fuera por la relación que este gesto de despojamiento-acogida, y desnudez-protección tiene con el comportamiento que Francisco iba a adoptar después con los obispos.
Estar con la Iglesia es amarla y servirla. Se sirve con el acatamiento y con la denuncia. Con la sumisión y con la rebeldía del bien. Francisco ejerce un maravilloso servicio de contestación en la Iglesia. Una denuncia sin violencia, sin proclamas desgarradas, sin manifiestos grandilocuentes y exigencias inmediatas. Su fraternidad habla de igualdad entre los hombres y se opone a la discriminación, a la marginación y a los rangos. Es una contestación de providencia, contra el poderío y la preocupación por el dinero a costa de obras y de personas, la usura o el acaparamiento. A la imposición por las armas, ofrece la evangelización. A la condena y el rechazo, el perdón y la acogida del pecador. Itinerancia. Mendicidad. Desapropiación. Los menores. La dama pobreza. El Altísimo Señor. El Cántico de las criaturas. La locura de la cruz. El Evangelio. Siempre el Evangelio…
Así, de esta manera, fue Francisco testigo de amor a la Iglesia.
Edita: Edelweiss