Todo había comenzado con el anuncio de la cercanía del reinado de Dios. Desde entonces, Jesús se manifiesta como aquel que con su palabra rompe la arrogancia de las olas, y opone a la prepotencia de la maldad la fuerza del amor.
Hay una extraña concordancia de detalles entre la narración de la tempestad calmada y la narración que el mismo evangelista hace de la curación de un endemoniado en la sinagoga de Cafarnaún. Creo que explicitar esa concordancia nos ayudará a entrar en el misterio de Jesús y a comprender mejor el significado de estas narraciones.
Jesús y el endemoniado de la sinagoga: “En aquella sinagoga estaba un hombre poseído por un espíritu inmundo, y se puso a gritar… Jesús le intimó: _ ¡Cállate y sal de este hombre! El espíritu inmundo lo retorció y, dando un alarido, salió. Se quedaron todos tan estupefactos que se preguntaban unos a otros: _ ¿Qué significa esto? … Da órdenes a los espíritus inmundos y le obedecen”.
Jesús y la tempestad en el lago: “Lo despertaron, diciéndole: _Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? … Increpó al viento y dijo al lago: _ ¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma… Se quedaron espantados y se decían unos a otros: _Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”
Sea que entres con Jesús en la sinagoga, sea que lo lleves contigo en la barca, serás testigo de su lucha contra el espíritu del mal, contra el espíritu inmundo, contra el viento que alza las olas y zarandea sin piedad la barca de tu vida. En la sinagoga y en la barca serás testigo de obras maravillosas, te asombrarás por lo que has visto, quedarás estupefacto, tal vez espantado, y te preguntarás: ¿qué significa esto?, ¿quién es éste? Y tus preguntas quedarán sin respuesta, porque Jesús tiene palabras que tú no tienes, y ejerce una autoridad que tú no conoces, y con sus palabras y su autoridad te recuerda más el poder creador del Dios de Israel que tu pobre y frágil debilidad ante la fuerza del mar y del mal.
Deja por un momento la sinagoga y la barca, y busca a Jesús para escucharle en la cátedra de la cruz. Allí lo hallarás enseñando con autoridad; allí verás que libra el combate definitivo con el espíritu del mal; allí lo admirarás dormido después de la dura batalla. Allí Jesús tiene palabras como las tuyas, gritos como los tuyos, y una debilidad como la tuya. Ahora ya no haces preguntas que se quedan sin respuesta, sino que pronuncias una confesión llena de asombro y de admiración: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”.
Amor en la sinagoga, amor combativo en el lago, amor hasta el extremo en la cruz, amor en la Eucaristía que de todo aquello es memoria verdadera. “Y el viento cesó, y vino una gran calma”, porque Dios es amor. Feliz domingo.
Hay una extraña concordancia de detalles entre la narración de la tempestad calmada y la narración que el mismo evangelista hace de la curación de un endemoniado en la sinagoga de Cafarnaún. Creo que explicitar esa concordancia nos ayudará a entrar en el misterio de Jesús y a comprender mejor el significado de estas narraciones.
Jesús y el endemoniado de la sinagoga: “En aquella sinagoga estaba un hombre poseído por un espíritu inmundo, y se puso a gritar… Jesús le intimó: _ ¡Cállate y sal de este hombre! El espíritu inmundo lo retorció y, dando un alarido, salió. Se quedaron todos tan estupefactos que se preguntaban unos a otros: _ ¿Qué significa esto? … Da órdenes a los espíritus inmundos y le obedecen”.
Jesús y la tempestad en el lago: “Lo despertaron, diciéndole: _Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? … Increpó al viento y dijo al lago: _ ¡Silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma… Se quedaron espantados y se decían unos a otros: _Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”
Sea que entres con Jesús en la sinagoga, sea que lo lleves contigo en la barca, serás testigo de su lucha contra el espíritu del mal, contra el espíritu inmundo, contra el viento que alza las olas y zarandea sin piedad la barca de tu vida. En la sinagoga y en la barca serás testigo de obras maravillosas, te asombrarás por lo que has visto, quedarás estupefacto, tal vez espantado, y te preguntarás: ¿qué significa esto?, ¿quién es éste? Y tus preguntas quedarán sin respuesta, porque Jesús tiene palabras que tú no tienes, y ejerce una autoridad que tú no conoces, y con sus palabras y su autoridad te recuerda más el poder creador del Dios de Israel que tu pobre y frágil debilidad ante la fuerza del mar y del mal.
Deja por un momento la sinagoga y la barca, y busca a Jesús para escucharle en la cátedra de la cruz. Allí lo hallarás enseñando con autoridad; allí verás que libra el combate definitivo con el espíritu del mal; allí lo admirarás dormido después de la dura batalla. Allí Jesús tiene palabras como las tuyas, gritos como los tuyos, y una debilidad como la tuya. Ahora ya no haces preguntas que se quedan sin respuesta, sino que pronuncias una confesión llena de asombro y de admiración: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”.
Amor en la sinagoga, amor combativo en el lago, amor hasta el extremo en la cruz, amor en la Eucaristía que de todo aquello es memoria verdadera. “Y el viento cesó, y vino una gran calma”, porque Dios es amor. Feliz domingo.
Fr. Santiago Agrelo Martínez
Arzobispo de Táger
Editado por Edelweiss