Superiora del monasterio de Nuestra Señora de la Ascensión, en Lerma (Burgos), la monja clarisa Verónica Berzosa de 43 años, ha significado para ese cenobio castellano un resurgimiento vocacional.
La Clarisa Verónica Berzosa es una mujer bella. Grandes ojos verdes en un rostro limpio, de tez morena, curtida. Influida por la vocación de su hermano, y ayudada por un sacerdote claretiano, ingresó a los 18 años en Lerma, un convento para el que no había vocaciones desde hacía 25 años, pero ella marcó un punto de inflexión. A los pocos años fue nombrada maestra de novicias, y hoy casi 140 religiosas forman la comunidad en el monasterio de la monumental villa cortesana burgalesa. Verónica Berzosa recibe innumerables visitas en el locutorio del convento, pero rechaza entrevistas con la prensa. Sólo ha hecho una excepción, el sábado 14 de mayo de 2005, cuando realizó una de las poquísimas salidas del convento para asistir a la ordenación episcopal de su hermano Raúl. Aquel día habló con LA NUEVA ESPAÑA para afirmar que se consideraba «la mujer más feliz de la tierra; Jesucristo ha sido mi aliento, mi vida, mi latir, mi sentir». Y también se refirió al origen: «A los 18 años lo tenía todo, me iba fenomenal con las notas, practicaba baloncesto, hacía teatro, salía con chicos, pero nada pudo colmar lo que ha llenado Jesucristo en mi vida y en la de mi hermano Raúl». Y confesó sentirse algo aturdida, porque «hace 14 años, desde la muerte de mi padre, que no me juntaba con toda mi familia. Estoy en clausura y me ha desbordado un poco todo». En la actualidad son tantas las clarisas de Lerma que el cenobio se desdoblará en breve. Unas 100 hermanas, las que están en formación -postulantes, novicias y junioras- se trasladarán al convento de La Aguilera, cerca de Aranda de Duero (Burgos) -localidad natal de los Berzosa-, a un antiguo convento franciscano en reconstrucción, donde yacen los restos de San Pedro Regalado, patrono de Valladolid y de los toreros. La vitalidad vocacional de Lerma se traduce en un dato: las que se trasladarán a La Aguilera son todas más jóvenes que Verónica Berzosa, que permanecerá en el convento matriz. Pero en Lerma había vocaciones de todas las comunidades españolas salvo de Galicia y Asturias. Este dato se ha corregido hace unos meses por la parte asturiana. Idoia y Magdalena son dos jóvenes de la parroquia avilesina de Santo Tomás, Sabugo, que han ingresado en el convento como postulantes. Una de ellas tomará en junio el hábito, lo que significa su paso a la etapa de noviciado. Cuando Verónica Berzosa visitó Oviedo comentó que entonces eran «105 religiosas, y hay unas setenta u ochenta en formación, con seis años de prueba, que son como un noviazgo para ir conociendo si esa vida es para ti, si la quieres, si eso es lo que Dios te pide». Verónica Berzosa contó también su vocación en el libro «Clara ayer y hoy». Un sacerdote claretiano que se iba a Corea visitó Lerma para pedir rezos de apoyo de las clarisas. Verónica quiso acompañarle y aquel primer contacto con el convento fue determinante. Otro hito de su proceso vocacional se produjo en noviembre de 1982, cuando su hermano Raúl recibió la ordenación sacerdotal en Valencia, en una liturgia presidida por Juan Pablo II. Al regresar de aquel acto Raúl Berzosa se quedó dormido y ella llevó la mano al pelo de su hermano, para tocarlo, porque el Papa había impuesto las manos sobre aquella cabeza. «A ver si me pasa algo de su vocación», deseó. «Cuando le miraba a él veía la belleza de los consagrados, de los célibes y un amor tan pleno que me despertaba las ganas de ser así. Me despertó él la llamada cuando le ordenó el Papa», expresó Verónica Berzosa a este periódico en 2005. En la actualidad quienes la tratan comentan que se siente muy contenta, pese a la nueva responsabilidad del cargo de abadesa. El convento vive de la elaboración y venta de dulces, de las limosnas y de las donaciones de las familias de las religiosas, lo que también ha supuesto crear una comunicación de bienes, ya que, mientras que unas familias entregan dinero, otras, con dificultades, lo reciben. Y en Lerma, las labores habituales de un monasterio se completan con mucho trabajo de locutorio. «Pasan como unos doscientos o trescientos jóvenes todos los fines de semana, sin convocarlos. Ellos piden venir, llegan en autobuses. Damos testimonio de nuestra vida, alguna de nosotras cuenta la vocación. Nos preguntan sobre la fe, sobre Dios», contó Verónica Berzosa.
Edita: Edelweiss